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Sábado, 4 de octubre de 2014
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La gorda y la vieja

Por Bea Suárez
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"Hay un asunto que regresa siempre a la mesa de las discusiones entre los profesionales de la caza de ballenas" Heman Melville (Moby Dick)

Nunca pensé que habría algo que pudiesen decirme más molesto que: Gorda.

Hoy salí de casa y en un local de comida para perros escuché a la dueña el siguiente comentario: "Hola Bea! Estaba mi novio en el mostrador hace un rato, le pregunté si se había vendido algo y me contestó...no, solo que pasó una vieja con un perro negro chiquito y averiguó si vendíamos cuchas... entonces (siguió mi gentil vecina) pensé que eras vos, ¿queres verlas?".

Enseguida me vino a la cabeza este capricho del destino de habérmela encontrado a la tal Belkis quien aportó a mi vida, justamente, una especie de resquicio superior hacia mi persona.

No compré nada y me fui pensando: ¡Eh! ¡Loco! ¡Paren un poco!.

Cincuenta años de "la gorda" y ¿ahora: "la vieja"? No lo voy a poder soportar y moriré nomás enroscada en mí misma y estas predicciones superlativas a boca de jarro.

Lo que ocurre es que el gorda siempre tuvo la posibilidad del flaca. Cuánto sufrimiento cuando a lo largo de mis contingencias escuchaba un "¡Qué flaca estás!" pues esas palabras remitían directamente a lo gorda que habría estado; mi conclusión es no haber sido dichosa en el barquito gordo ni tampoco alcanzar dicho estado en el velero flaco.

Digo, la gorda podría tener compensación en sutiles esperanzas, dieta hasta reventar custodias, caminatas aunque cayeran piedras, ropa nueva o disfraces.

Pero esto colmó todo. ¿Cómo: vieja? ¿Cómo: la vieja del perrito negro?.

Lo miré de arriba hacia abajo y estuve a punto de decirle proletario, pibito de barrio, mal vendedor, grandulón, irrespetuoso y con poca intuición para el marketing, pero no me salió nada.

La sangre se me hizo transparente pues, en definitiva, del gorda pude y puedo regresar pero del vieja no. Ya está, ya fue (dirían....los pibes).

Y es cierto que tengo: demasiados recuerdos infantiles ya, vacaciones, peleas, vocaciones, profesiones, oficios, experiencias debidas, bebidas, navidades, primerodeaños, etcétera. Creo que esta vez, del vieja, no regreso.

La gorda quedó penetrando una arveja, en el museo de mis grandes faltas, de cuando ya pesaba 60 kilos. Cuando mis amigas exhibían sus 52 por ejemplo. La gorda tembló ante la vieja porque la vio gigante y enamorada de aquello que no ha de ser.

La lengua aporta ciertas palabras al mundo de uno, a la ciega diaria, de las que es muy difícil regresar, son esculturas casi científicas de la propia antología poética que engorda y engorda y hace que vayamos al grano curvo de cada quien.

Este vieja dicha, esta vieja, la de la casa de perros, ésta, la no consensuada, la que fugazmente le ganó a la gorda me hizo morder el anzuelo social hasta llevarme al llanto de todo lo vivido, pero además a ver lo poco que he podido copiarle a Nacha Guevara y a otras tantas que estiraron su piel e hicieron kilómetros y kilómetros de cinta mientras yo mojaba hinojo en Bagna cauda.

¿Por qué? ¿Por qué, señor, por qué? Si en mi provocativa fuerza siempre mostré un vocabulario más que elegante, optimista y de curiosa minifalda, algo joven y supremo, y no esta palabra tentadora para el vendedor vendido que me volvió una anciana de felicidad confusa.

Que férrea era la gorda que engordaba la tierra, que comía sustantivos mojados en cognac, qué vigente y celestial era yo tras la gorda corriendo, y no es esta vieja moribunda o a punto de extinguirse.

Esta mañana me di cuenta del lado poco fausto de mi espíritu, que me tumbó una palabra pero no como símbolo de arte alguno, me vinieron el derecho al talle, a la Big mac, y se me fueron las ínfulas de trepar árboles. Porque la vieja ya ni trepa el ceibo que (eterno) está o e estaba frente a la comuna de Wheelwright, ni sube el techo de mi Tato y se tira a la pileta, ni sale a bailar primera en el cumple de 15 de Marcela Paparoni, ni se anima a manejar de noche a la vera del lago Traful.

Con la gorda crecí, con la gorda fui: joven, eso es, se podía ser gorda y joven; con la vieja (aún de diestras manos) quedo yo elegida hechicera, provisoria, una mandrágora que trepa la nada y que un chico ve unida a un perro leve desmoronándose en plena calle Dorrego caminando hacia el río como si el mismo fuera un embarazo del demonio.

La gorda y yo fuimos amigas, nos comprendimos, no logramos abstenernos de las malas hierbas y ultra placeres de este mundo, pero subimos trenes, hicimos simultáneamente el amor y la guerra, en el mismo instante subimos y bajamos, con la gorda entendí el universo, anticipamos hecatombes, descompusimos países, obtuvimos naciones vegetales, proas de luz de luna.

Esta vieja, esta palabra vieja, ha destrozado mi felicidad de arruga y presbicia, me voy mirando en las vidrieras por si llegan a estar las cosas de antes. Pienso en el exilio de mi color de pelo y me niego a respirar decadencia mientras los muchachos de la era "Dog selección" ni pensaron la potencia del lenguaje.

¿Por qué será que con la vieja creo que voy a poder hacer muy poco? ¿porqué me intuyo dirigida hacia nadie?.

Herman Melville, en "Moby Dick", cuando plantea la monomaníaca búsqueda de la ballena, lleva a todos los personajes hasta los límites más absurdos de la venganza. Creo íntimamente que algo del tamaño del animal que persigue está en juego, la enorme fiera marina es sinónimo de algo gordo. Esa venganza que lo tiene en guardia permanente me viene cada vez que alguien gambetea sus propias faltas y habla de gordas y ballenas con idéntico ímpetu.

Sin embargo, la gorda tenía ínfulas aunque sea, la vieja que el chico vio: no, una vieja en la cárcel provisoria o definitiva de pasear al perro negro.

Pero también creo que puede nacer la pata de oro.

Creo que el chico puede revisar su percepción y mañana ver mis otras cosas, mi sinceridad, mi valentía, mis temores o no sé.

Tal vez detrás de las gordas y las viejas esté lo extravagante de este cosmos que agita la pasión lo mismo que un mar embravecido, este verdor de una verdad, los peces que aún no han sido sacados de su hábitat, el nylon que alguien no tiró al medio de la calle, un amigo pidiéndole a otro de encontrarse.

Detrás de la gorda y la vieja espían las personas con más nitidez y menos predicados, esperan leones y caballos para salir a selva y campo respectivamente.

Espera la libertad. Espera la libertad de un ser muy raro, del ser, de ofrecerle al ser alguna alternativa de mayor camaradería, de mejor Patria.

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