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Miércoles, 22 de octubre de 2014
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¿Será tango?

Por Ada Naranjo
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Sus cuerpos apenas si se rozaban, parecían levitar entre medio de telas tan suaves como sedas o tules transparentes. Bailaban al compás de los sonidos que imaginaban escuchar. Contundentes eran esas piernas que sutilmente subían por los muslos y envolvían la cintura de su compañero. El le devolvía el gesto en la quietud de ese movimiento alejándose, pisando o buscando pista de espaldas a ella, hasta que tras un giro rotundo quedaba nuevamente frente a ella con su profunda mirada y su brazo extendido ofreciéndole su mano.

Había resistencia, pero igual ella con timidez extendió la suya. Sus dedos tan solo se acercaban y la respiración parecía entrecortarse. El cuerpo de él, musculoso, elegantemente felino, parecía una escultura viviente. La cabellera libre de ella se perdía en el profundo escote de su espalda desnuda y sudada perdiéndose dentro de su alma. Sus pies, enfundados en finitos zapatos de taco delgado temblaban temiendo una caída. Caer en túneles oscuros, grietas de manantiales subterráneos. Unidos en un abrazo obligado parecían sostenerse con aire sensual y furia animal, al compás del bandoneón. Las telas a su alrededor parecían espíritus cuidadores de esa magia. ¿Qué estarían bailando?

Una ola de silencios y secretos los envolvió por completo y comenzaron a dar vueltas y vueltas descifrándose en movimiento y roces. Sus ojos, humedecidos por un estremecimiento de astros traían los recuerdos más tristes y dulces que habían saboreado. ¿Cuáles serían los deseos de esos seres? ¿Crujir, deshacerse en ilusiones inventadas? ¿Morir y nacer en cada abrazo?

Lento, profundo y en silencio pausado caminaban. Pecho contra pecho, enfrentados, parecía que la energía que esparcían los atravesaba, buscando el eje. Había que anticipar la marca, pero sabrían qué dirección tomar. Suave, estirados y sostenidos por hilos invisibles sus cuerpos se elevaban y se proyectaban entre el cielo y la tierra. Doblados por las ráfagas de esos inconmensurables e inacabables tonos, sus cuerpos, fuelles de infinitas huellas, se arqueaban como una pena desarmada, como una queja indomable y violenta.

La pista parecía girar pero eran ellos los que la inventaban. Flotaban, haciendo interminables figuras con sus piernas y sin saberlo, convocaban a habitantes extraños...

El firmamento comenzó a moverse en oleadas sutiles y vibraciones etéreas creando interminables círculos protectores. Truenos, rayos, mitos, gritos, suspiros, tambores, secretos, hechizos, impulsos, susurros, gemidos, presagios, dolores, caricias, ruegos, abrazos, miedos, lamentos, desgarros, misterios, besos, olvidos, risas, ausencias, vacíos, llantos se enhebraban. Y en medio del espacio, suspendidos por voces de infinitas almas, se juntaron las pasiones. El amor, el desamor, la lujuria, la venganza, el odio, el abandono, el encuentro, el desencuentro, los amores, los amantes, los engaños, la tristeza, la alegría, el poder, la traición y la locura... que en grandes hamacas mecedoras se acostaron a dormir su juego solitario.

Todo fue quietud, sosiego y casi muerte hasta que "el coraje" casi al borde de las llamas apoyó un pie en el aire, y al sentirlo todos despertaron. Y respirando el aliento de la noche y de aquellas misteriosas melodías, comenzaron a tomarse de las manos, se abrazaron, se tocaron, buscando ser timones se atrevieron a los labios, los besos y sus cuerpos se encontraron desnudos frente a ese fuego sagrado sin mirarse y sin hablar. Se preguntaron si era posible volver a soñar los sueños ya soñados.

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