El sol estalla en el ventanal del higiénico living, pero aun asà estamos adentro. La tijera, el alambre raquÃtica que encontramos en un cajón de la cocina y el papel crepe están dispuestos arriba de un mantel que cubre la mesita. Las alemanitas miran con atención quirúrgica los corazones de papel que voy cortando. Las conocà hace un par de años, gracias a mi compañero. Son hijas de un alemán y una argentina que viven en España. PodrÃan ser un simpático muestreo de culturas cruzadas, pero no. Gestual, discursiva y relacionalmente son alemanas.
La mayor tiene seis años y la menor, cuatro. Sólo un atolondrado distraÃdo dirÃa que tienen "cierto aire". Son completamente diferentes. No soportan el parecido pese a que en ambas sus ojos acuosos se entrecorten por los alocados hilos de sol que les caen sobre la cara. Miran diferente, construyen mundos opuestos. La mayor me observa como un cachorro felino agazapado. Siempre está analizando los movimientos mÃnimos e imperceptibles para después saltar sobre la escena. En cambio, la pequeña se deja llevar por las risas y la torpeza que diluye los detalles. Para la alemanita menor el mundo pasa por la intensidad. Pensaba ésto cuando escuché:
-¿Pues, qué haremos con ellos? -dijo la más grande cuando los corazones habÃan alcanzado, para ella, la cantidad suficiente como para hacer algo.
-Vamos a hacer flores de papel crepe. Rosas. -les dije con la convicción simpática de quien tiene algo para enseñar.
-¿Cómo las que están en la plaza de juegos? ¿Cómo esas, tÃa? me apuró la pequeña, mientras se sacaba los rizos de la boca.
"TÃa". Nunca nadie me habÃa unido a esas tres letras. En cambio, yo sà las habÃa citado en diferentes ocasiones "es la tÃa de tal o cual", "mi tÃa" incluso por oposición diferencial: "no soy tÃa". Esa cierta familiaridad lateral, solÃa precisar casi siempre, una buena localización afectiva. Las tÃas polÃticas o sanguÃneas terminaban siendo en la mayorÃa de los casos, madrinas; más precisamente hadas madrinas. No habÃa mucha reflexión posible al respecto. En ese momento, "tÃa" y mi nombre eran sinónimos. Las alemanitas, sobrinas polÃticas o del corazón me habÃan situado, sin esfuerzo, en su mapa amoroso.
Seguà la conversación como si pasara un tren. Un tanto ensordecida.
-SÃ como esas mismas, pero de mentira.
La aclaración me pareció inmediatamente inoportuna, pero ya la habÃa hecho. Agregué: -Parecidas. Son parecidas-, mientras continuaba ahondando los corazones de papel para que se transformaran en pétalos. En el gesto mecánico, recordé mientras envidiaba un sol que habÃamos decidido no honrar, las indicaciones de Lili, la tÃa de mi padre. Ella me habÃa enseñado esas rosas, en una tarde de invierno cemento, en la que no se podÃa hacer otra cosa más que comer. "Estas las hacÃamos para llevárselas al doctor o a la maestra. Una gentileza por sus cuidados", me dijo como si quisiera convencerme de su utilidad. Me imaginé llevándole un ramo al Dr. Páez Seisas. "Dale querida. Ponete la bata que ya te reviso. ¿Cuántos años tenés? ¿Cuánto fue la última vez que te vino? Bien". Me vi en el intercambio de las rosas de papel por la orden del PAP. Ciertas personas no pueden entender lo saludable que son los los regalos.
-¡TÃa, tÃa! El pétalo -gritó la alemanita mayor desinflando la voz.
Su mirada me condujo directamente al pétalo roto. La más pequeña me observaba con una tristeza de verdad. Esas, en las que los adjetivos son accesorios. Supe inmediatamente que les habÃa fallado. No importa. Se rompió. Usamos otro y ya.
No habÃa palabra posible después de esa certeza. Pero, equivocadamente y en la estupidez con que los adultos vamos queriendo responde a la vida, le dije: -No, sólo se rompió.
-La rompiste, tÃa. Ahora empezará a morir.
Las palabras de la pequeña alemanita se sintieron en mà como esos calambres que te agarran a mitad de la noche.
Sonó el timbre. Salieron al galope camino a la puerta de entrada. HabÃa llegado su madre. Se colgaron de sus extremidades olvidándome en el living. "¿Qué estaban haciendo bonitas?" preguntó ella entre besos.
-La tÃa nos estaba enseñando a hacer flores casi de verdad hasta que las mató.
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