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Martes, 11 de noviembre de 2014
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LA PUERTA

Por Gualberto García
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A Martha, la Tata

Piedra abierta, axioma presente, puerta inmemorial, puerta de piedra tallada, puerta cerrada sin llave.

Piedra. Piedra primera, la piedra que inicia el fuego. Encuentros fortuitos ponen las primeras fichas en el tablero, desdibujan los límites de lo propio en la plaza de la esquina. Desde sus siete años, el valor de jugar solos. Un umbral de mármol: la primera piedra los encuentra. Simpatía y un pequeño número cómico en los momentos tensos; una sonrisa relajada y una actitud altanera a pesar de cualquier miedo, así es Andrés. Nadie será más rápido y asertivo que él. El así lo creyó siempre, y comúnmente nadie lo confronta. Dicen que ella era muy tímida, su ensortijado pelo cubría parte de su cara. Siempre llevaba un pullover blanco que decía, en letras tejidas en color amarillo: Ana.

Axioma. Presente perfectible. El comienzo del eco. La música renace cada vez. Lo que sucede en el momento, el hoy, ya estaba dado. Lo que suceda después será piedra tallada. Mensaje recibido hoy a las 14:23: "Hola. Soy Andrés. Te llamo para preguntarte si querés que te pase a buscar para ir al cumpleaños de la abuela, así vamos en un solo auto. Mirá, me pone tan nervioso hasta hablar con tu contestador automático. Fueron muchos años. Pero bueno, éramos mejores amiguitos, o por lo menos así lo sentía. Seguramente te lo he dicho. ¿Te acordás lo terrible que era de chico? Bueno, ahora soy mentalmente adulto, aunque no lo creerías si vieses las aureolas de transpiración debajo de mis axilas mientras le hablo a este aparato. Quizás hasta podés escuchar el crujido que hace el plástico del teléfono fijo apretado en mi oreja, también sudada. Sí, soy un poquito paranoico, pero al menos, dicen, saberlo es importante. Lástima que no puedo borrar este mensaje y empezarlo de nuevo. Bueno, en fin, el cumple empieza a las doce, no va a terminar muy tarde. Si vamos juntos nos ponemos un poco al día en el auto y cuando llegamos aprovechamos para ignorar a algunos tíos impresentables. Eso es todo. Chau. Ah, no recuerdo si te lo dije, soy Andi. Piiiip, fin de los mensajes)".

(Vibración del celular de Andrés). "Andrés, no entendí tu msj. ¡Hablás muy rápido! Me pasás a buscar 14:30? Tocá bocina (timbre roto). Estoy dando clases. Confirmame x sms. 1 bso." (Tiiinck! en el celular de Ana) "OK, Ani! Nos vemos. Un beso p/ vos tmb."

Quince años sin noticias y el reencuentro fortuito. Son sólo ellos, pero años más tarde. No hay promesas de plaza, no planean arreglar el mundo. La sudoración, la palabra corta, el juego seguro, amarga saliva mientras hacen que se hablan. No se prometen un portal abierto, no se prometen, no se conocen. No hay nada que perder en este paso que tanto demoró. Una noche previa con desvelos, cuestionamientos y algunas frases prearmadas que para Andrés son su as en la manga. Repite para sí: "¡Soy yo! ¿Tanto cambié?". Llegó la hora. Los dos arriba del auto. Silencio en el camino. Por suerte la música siempre rompe el hielo. Esas frases hechas nunca llegan al rescate. El es matemático. Es una prioridad que las cuentas cierren, que lo inestable que puede ser su vida se vea salvado por números y fórmulas, números exactos. Ella es maestra de música y compositora. Escribe canciones, es escritora fantasma, firma lo que hace con seudónimos que no se parecen en nada a su nombre. Gusta de llevar diarios íntimos y tomar mucho café. Les llevó todo el viaje averiguar esos pocos datos. Los años de silencio. El hecho consumado, la separación. A sus quince años se rompe el pacto, pero no es cualquier pacto, es un pacto de niño. El no entiende qué pasó, aunque no hizo nada para volver a verla. Sólo recuerda los juegos, la plaza en la esquina de la plaza de la abuela y los crucigramas ayudados por el diccionario enciclopédico. El siempre hizo lo que creyó correcto. La defendió como una amiga, fue incondicional. Nunca decían que eran primos, la sangre era sólo casualidad. Andrés la ayudó a enfrentar esos problemas de los chicos, las cargadas por sus aparatos dentales, la exclusión por ser la más chica del grupo, su amor platónico por el profesor de piano... Ella no es la niña dócil que él conoció, hizo todas las maniobras que pudo para evadir el tema de la distancia entre ellos. No fue sino hasta su segundo encuentro como adultos que ella realiza la confesión: "Andrés, ya no pude tolerarlo más, siempre hablabas por mí, siempre yo era la delicada y zonza. Me di cuenta de que estar a tu lado me deshabilitaba del mundo. Te agradezco que hayas puesto tanto empeño para cuidarme, pero tenía que cuidarme sola. Vos hablaste mucho por mí y no hablaste de mí. Desde el día que te mudaste diez cuadras me sentí indefensa y no quería sentirme más así. Pocos días después de la mudanza vino mi cumpleaños de quince y sabía que al terminar la fiesta nos dejaríamos de ver. Ahora tengo mi guitarra, un poco de voz y muchas ganas de cantar historias. Es el único escudo que necesito."

Piedra. Piedra libre, el juego en la memoria. Un fin de semana en lo de la abuela. La siesta empieza después del almuerzo con un té de cedrón (o de alguna de esas hierbas que la abuela tiene en el estante de la cocina). Los adultos a dormir, los chicos a la plaza de la esquina. En esos días de sol y calor, con la humedad de la lluvia del día anterior, el piso lleno de barro es el lugar más exquisito para el juego. Apenas cruzan la calle, en la esquina de la plaza, ven un espejo roto en incontables pedacitos. Ella los junta en su balde. Se veían como pequeñas joyas. Van al lugar de siempre, al charco que se hace debajo de las hamacas. El barro es espeso, arcilloso; bajo esa sombra tupida siempre hacen muñequitos. Toda la plaza estaba vacía. Empieza el juego. Se sacaron la ropa, quedan en mallas y se llenan de barro el cuerpo. Ahora son monstruos de barro. En la adrenalina de lo prohibido, ella empieza a pegarse los espejos en su cuerpo, y antes que se sequen empieza a pegárselos a Andrés también. Mucha concentración, delicadeza y un poquito de miedo. Costaba demasiado, al principio, adherir los pequeños cristales al barro, hasta que lograron dominar la técnica. Ahora son monstruos de barro que tiran rayos de sol. Fatigados, no tienen alternativa más que acostarse al sol para no lastimarse y, a su vez, luchar contra los monstruos con forma de columnas, árboles, arbustos, con sus trajes mágicos. Una vez en el piso, pusieron los últimos espejitos en sus frentes, para lanzar rayos con la mirada. Se corre totalmente el sol y el barro se les seca en el cuerpo. Al pararse, todos los vidriecitos caen. A la hora de limpiarse se dieron cuenta de que no podían volver tan sucios a la casa y usaron la fuente central para liberarse de sus armaduras, dejando que el agua hiciera todo el trabajo. Sólo restaba guardar el secreto, volver a casa y tenerlo en cuenta para la próxima vez. Ella lo esculpió a él y él a ella. Los une el calor de los espejos y el suelo. A un costado, un balde lleno de filos y sobre ellos un viento caliente que propicia un sudor pegajoso que no genera gotitas sino brillo. Entre el viento y el suelo hay abrazo, contención: no hay protección más pura.

Puerta. Puerta primera, puerta única. El desencanto, la distancia. Primera puerta, el don de la palabra, la oportunidad. El entiende el motivo de la distancia con quince años de retraso, luego enfurece, razona, se recrimina, le recrimina. Piensa: "¿Por qué los pensamientos me llegan ahora? ¿Cómo no lo supe antes? Me quedo intranquilo pensando en lo que pudiste padecer, pero también recuerdo tus hombritos encogidos, tus vestidos grandes para tu cuerpo. No me dijiste nada, pero no era tu rol decir. Yo puse las palabras porque estaba incómodo en un silencio tan chiquito. Yo creía ser el único que escuchaba tu voz suave. No te pido perdón, porque pudiste enfrentarme a pesar de tu dificultad. O quizás yo debía pedirte las palabras, pero ese lugar lo llené con las mías. Lamento ser el último en enterarme de esto". Ella siente su cobardía, antes sentía su impotencia. Piensa: "La liviandad de la niñez, las tardes, los espejos. ╔l escuchaba sin que yo le hablara, no me olvido. Sólo que los demás no me conocían, porque él siempre llevaba el escudo que mis brazos no estaban acostumbrados a sostener. Estar con otra persona era estar un poco sola. Yo también te entendí a vos y tu mundo de números, donde toda cuenta es exacta, donde las operaciones tienen resultados y no hay finales alternativos. No hay algoritmo que salve una situación como esta".

Puerta. El momento de definir. Ellos están la casa de ella, después de su segundo encuentro. Una taza de café, un momento de silencio, hasta que el cuerpo calienta el frío del mármol. Otra vez en el umbral. Ella: mi cobardía, tus defensas tan lógicas, mis caprichos, tus manos seguras. ╔l: mi corta visión, tu docilidad, mis resoluciones, tu cara sonriente. Ella: tus números, mi música, tus silencios, mi nuevo lugar. ╔l: tus mismos rasgos, mi ternura olvidada, tu puerta, mi presencia en ella. Un nuevo pacto se abre, pero no es nuevo. Es el pacto de los niños que crecieron. Que crecieron con ellos. Hoy son por lo que fueron. Ese pasado es la talla de la piedra. Cubrirse de espejos y entregarse a la cálida refacción de la luz. Las imágenes no terminan cuando cae el sol y sus manos riegan de gesto el camino. Hoy, nuevamente, se abre esa puerta de piedra tallada, puerta cerrada sin llave.

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