Imprimir|Regresar a la nota
Martes, 18 de noviembre de 2014
logo rosario

Temporal

Por Fernando Artana
/fotos/rosario/20141118/notas_o/08a.jpg

Sabía que cuando la flaca se enculaba tenía que callarme y dejar pasar un tiempo. Para colmo, el clima conspiraba para enojarla más contra mí. El cielo se nos venía abajo, de golpe se había levantado un fuerte viento frío y las nubes se ennegrecieron.

Yo quería una playa apartada pero eso era un desierto rocoso e inhóspito, con un mar intratable. No teníamos mucho para hacer. Habíamos salido a recorrer la costa a ver si encontrábamos algo distinto, y ahora la lluvia y el viento nos empezaban a calar los huesos cuando todavía parecía que faltaban mil kilómetros para regresar al camping. La carpa tampoco auguraba un panorama mejor. Quise abrazarla para darle calor y me rechazó. Pero si estás tiritando. No importa. No seas cabezona, aceptá un abrazo, si te estás muriendo de frío. Cuando de veras me esté muriendo, veremos, por ahora no me abraces. Era cabezona. Mirá, allá esta la cabina del camping, dale, vamos de un pique a refugiarnos. Cuando llegamos no hizo falta decir nada, el viejo nos había visto venir ﷓-era imposible no vernos en ese desierto-﷓ nos abrió la puerta, y nos dio una toalla para secarnos. Agradecimos. Américo, dijo el viejo, Walter, dije yo, Sandra, dijo la flaca.

Un viejo solo todo el día en una cabina de tres por tres estaría ávido de conversación. Se nos pondría a hablar de cien mil estupideces. La flaca, enojada como estaba, no iba a hacer ningún esfuerzo. Parte de mi castigo por haber elegido ese lugar sería tener que seguirle yo solo la conversación. Qué podía hablar un estudiante universitario con un viejo llamado Américo con una barba de cuatro días, bigote blanco, desaliñado y aspecto de haber nacido en esa cabina y no haber salido nunca más.

La flaca y yo nos sentamos en el único banquito que había, que era para una persona. Recién ahí me di cuenta que había estanterías llenas de libros y otros estaban apilados por el piso. Eran demasiados, más de los que se hubiesen necesitado para llamar mi atención. Tomen, dijo el viejo, y me alcanzó una petaca sin etiqueta de una bebida blanca. ¿Qué es? Pisco, y levantó las cejas. Para que entren en calor. Me pareció descortés negarme. Gracias. Le di un trago. Había que tomar de la botella, no había otra. Tenía razón, al instante se esparció un calor gratificante por todo el cuerpo. Se la pasé a la flaca que con un poco de disimulo limpió el pico antes de tomar. Después, el viejo tomó la petaca, dio un sorbo y volvió a pasármela como dando por sentado que la rueda se había formado y había que seguirla hasta vaciar la botella.

Lo primero, como era previsible, fue la tormenta. Temporal, lo llamó el viejo, y solía durar varios días. Qué se le va a hacer. Todo jugaba a favor del enojo de la flaca. Lo segundo fue de dónde veníamos, y lo tercero qué estudiábamos. Estuve tentado en contestarle ingeniería o abogacía, porque para un viejo que nunca salió de una cabina, filosofía sonaría igual a soy maricón o soy pelotudo, pero después de titubear le respondí la verdad.

Ahhhh, Platón, Aristóteles, Sócrates, todos griegos putos, y sonrió con actuada malicia. Había leído mi mente y esa teatralización fue su forma de decirme que estaba equivocado si pensaba que él era así de primitivo. No pude hacer otra cosa que reírme. Hasta la flaca se rió. Nos miramos sorprendidos de que nos haya hecho reír y no por compromiso. ¿La flaca también estudia filosofía? Sí, dije, extrañado de que la haya llamado flaca. Después me di cuenta que lo había leído en el tatuaje de mi antebrazo. Mirá, esto estaba leyendo cuando vinieron. Me mostró un libro abierto que tenía sobre un estante. "El amor, las mujeres y la muerte". Arthur Schopenhauer. ¿Es bueno? Sí, pero leelo cuando seas viejo como yo, y le echó una mirada a la flaca que fue como decirme, disfrutá tu novia, no se te ocurra leer estas cosas: El viejo era sabio. Hablamos los tres de filosofía. Nombró a Schopenhauer, a Nietzsche, a Kierkegaard. Cuando surgían nombres como Kant, Descartes o Hegel, ponía cara fea. Después nombró a tipos contemporáneos que no conocíamos Fromm, Marcusse, Derrida. ¡Basta de filosofía!, dijo de golpe, pasemos a la música. Se puso a hablar del gran Frank, primero pensé en Sinatra, pero no, hablaba de Zappa. No paraba de sorprendernos. La flaca ya no limpiaba el pico de la petaca cada vez que le tocaba el turno.

No supimos cuando fue que paró de llover. Salimos abrazados, habíamos caminado unos metros cuando el viejo se asomó de la cabina y nos gritó. No lean mucha filosofía, en serio se los digo, y señaló a la flaca mirándome. Nos reímos, le agradecí. Fuimos a la carpa, hicimos el amor durante el resto del día. Seguimos haciéndolo durante todo el temporal y nos juramos convencidos más que nunca que estaríamos juntos toda la vida.

***

Compré los cigarrillos y cuando di la vuelta, Sandra no estaba donde la había dejado. La ubiqué más alejada conversando con un tipo. Había sacado a la nena del cochecito, la tenía upa y se la mostraba a modo de presentación. Cuando me acerqué, estaba tan ensimismada hablando que no me vio. ¿Qué fue de tu vida? le preguntaba. Me les puse bien enfrente para que me vieran. Ah, él es Walter, un amigo, dijo señalándolo.

Gustavo, dije yo. Un gusto. Sandra tenía una sonrisa enorme. Sin consultarme me pasó a la nena que se había puesto un poco molesta. El tipo había ido a curiosear libros en la feria de la plaza, trabajaba en una oficina no sé de qué, había estado viviendo en Italia varios años, tenía una inscripción tatuada en el antebrazo y hasta me pareció que la ocultaba para que yo no la leyera. Estás igual, dijo él. ¿Te parece?, mirá que ya nadie me llama flaca. ¿Libros de filosofía? preguntó ella. Noooo, novelas policiales. Y se rieron los dos. Comentaron algo de Zappa que no entendí. La beba es igual a Gustavo, dijo él, como para dar alguna señal de que registró mi presencia. Sí, es muy parecida, agregó ella. Está haciendo frío, le puede hacer mal a la beba, interrumpí yo. Ella le dijo que la buscara en facebook, que tenían muchas cosas de qué hablar. Lo saludé estrechándole la mano.

De regreso a casa y durante el resto del día, apenas nos hablamos. Sandra anduvo muy ausente. Ya pasará, pensé, debe ser algo temporal.

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.