Para que los cambios sean definitivos, es indispensable pasar por un sacudón. Un sacudón fuerte. Es la porción mÃnima cuando algo nuevo nos conmueve, nos corre los muebles de lugar. Mi primera mesita de luz corrida fue el tÃo Ernesto. TÃo Ernesto era mi padrino y el ejemplo en la familia de lo que se debÃa ser. Ingeniero, pelo nevado, crespo, manos de crupier, el peldaño más alto en la familia. TenÃa cierta insolencia; en medio de las conversaciones serias, largaba un remate absurdo y después una sonrisa amplia. Todos aceptaban el retruco. Lo sé por la tÃa Haydé, la mamá de Ernesto. A mi padrino, a mi tÃo Ernesto, le gustaba Serrat. Los Domingos, salÃamos a pasear en su flamante Renault 18, de los que tenÃan el techo corredizo y entonces sol y viento eran la misma cosa en la cara. Yo querÃa ser como él. VenÃamos del mismo mundo. QuerÃa disfrutar como él lo hacÃa cuando ponÃa el cassette de Serrat y cantaba "Mediterráneo". Cada tanto oteaba la cabeza y me miraba frunciendo el seño, con esos ojos celestes que eran el mar de una postal turÃstica. Haciendo mÃmica me decÃa; "...a fuerza de desventura mi alma es profunda y oscura...". Yo le miraba los ojos claros, el pelo hacia atrás, las ondas aplastadas por el fijador, la felicidad de cantar en silencio.
Hasta esa época, Serrat no existÃa en mi casa. Un dÃa tÃo Ernesto apareció con un simple que traÃa la canción "Manuel" en la cara A y "Mediterráneo" en la otra. "Tomá Olguita" le dijo a mi mamá; "vos que baldeás el patio con el Winco a todo lo que da, escucha este catalán, te va a gustar, de los nuestros". Se fue sin saludar. La canción era una postal del franquismo, llena de alusiones a la pobreza y a la vida del autor. En cada pasada, descubrÃamos que estábamos un paso más cerca de él, que la pobreza no iba a ser un condimento más de la envidia. Que cualquiera podÃa ser Serrat o el tÃo Ernesto. Todo se derrumbó un Sábado a la tarde por Noviembre. No hubo paseo al dÃa siguiente, tÃo Ernesto sufrió un infarto luego de un partido de futbol. Creo que todo lo demás, murió con él. Incluso la infancia.
Por años dejamos de escuchar a Serrat. El mensaje era claro; los buenos también mueren y el dolor derecho al último cajón. Yo ya estaba cruzando el umbral de Confesiones de Invierno y dejaba atrás Música en Libertad. Detestaba esas canciones y los coros berretas que le hacÃa todo el tiempo upa a la alegrÃa, "Que lindo que es estar en Mar del Plata, en alpargatas, en alpargatas...". Serrat seguÃa ahÃ, queriendo volver a salir con su rÃtmica impresionante. Como si hubiera escrito Mediterráneo arriba de un bote, balanceándose, haciendo una declaración existencial tras otra. El Mediterráneo fue el Marenostum durante miles de años, el mar de todo ibérico, el único mar, hasta que a alguno se le ocurrió salir del estrecho de Gibraltar. Serrat volvió al punto de partida. A decir que el mar es un animal que puede beberte la vida de un sorbo o un punto de fuga para llegar a alguien. Una relación sobrenatural, como la mÃa con mi tÃo. Para esa época nadie en la familia conocÃa a Lorca ni mucho menos que Serrat aplicaba la medida de su pensamiento en esta canción; mira a la derecha y a la izquierda del tiempo y que tu corazón aprenda a estar tranquilo.
Algún sabelotodo de café supo decirme que Serrat es un sobrevaluado más y todo se lo debe a su arreglador: Miralles. Llegaron tarde con su snobismo y el no entendimiento que los anglosajones son más rÃtmicos que melódicos, por la habitual carencia de las vocales cerradas en su idioma. Ahà está la gema de la canción en castellano. Serrat lo sabÃa y compuso Mediterráneo. Como si Oscar Wilde le hubiese dicho al oÃdo; la mayorÃa de la gente existe, eso es todo.
En mi última mudanza encontré ese glorioso cassette, guardando polvorientas preguntas en el fondo de un cajón.
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