"Créanme, todo depende de esto: haber tenido, una vez en la vida, una primavera sagrada que colme el corazón de tanta luz que baste para transfigurar todos los dÃas venideros". Rilke.
TenÃa 18 años. VivÃa con los padres y un hermano en una casa de la calle Mendoza, a pocas cuadras del teatro El CÃrculo. Un dÃa, hastiado por las continuas desavenencias familiares, decidió irse. Buscó y encontró una pieza amueblada en una pensión sobre calle Roca, a metros del viejo bar Victoria, y ahà se mudó. Comenzó asÃ, discretamente, un perÃodo de suvida que siempre prefirió obviar.
Falto de recursos, se sustentaba, malamente, dando clases particulares de matemáticas y fÃsica. Ser egresado del Politécnico tenÃa, ya entonces, cierto prestigio y a él apeló en los anuncios manuscritos que distribuÃa por el barrio para captar clientela. Lo poco que ganaba le alcanzaba apenas para pagar la pieza, por lo que su mayor preocupación era la alimentaria. Pronto conoció el hambre. Un paquete de Criollitas, bien administrado, le duraba 2 dÃas. La yerba era imprescindible y si fuera posible, también el azúcar. Nada como el mate dulce para engañar el estómago, pensaba que podrÃa enseñarle, con conocimiento de causa, a sus futuros nietos.
No es de extrañar que con esa dieta base, adelgazara rápidamente y casi todas las mañanas cuando se levantaba, un repentino mareo lo obligaba a agarrarse de algo para no terminar en el piso. Dos o tres veces a la semana, se acercaba hasta su antiguo barrio y pedÃa un plato de pastas con boloñesa en el bar El Ancla, donde lo conocÃan de siempre porque su abuelo lo llevaba cuando era un niño.
Fue en ese bar que encontró un dÃa a su prima Emilia. Ella habÃa vuelto de Buenos Aires, donde estaba viviendo, para ocupar el departamento que le dejara su madre, en un Fonavi de la calle Amenabar. Emilia tenÃa un año menos que él y era una chica preciosa. Siempre recuerda que, años después, cuando vio en el cine "La laguna azul" reconoció en el rostro perfecto de Brooke Shields los rasgos de su prima.
Después de conversar un rato, en que la puso al tanto de su nueva situación, la prima le dio su domicilio y le pidió que fuera a visitarla. Y ahà fue, un sábado por la mañana, en que, perdón por la metáfora, apretaba fuerte en el estómago la nerviosa garra del hambre. DesconocÃa que ese dÃa iluminarÃa para siempre sus momentos más lúgubres.
El departamento de Emilia era mÃnimo y mÃnimo también el amueblamiento. En el estar, cocina y comedor, habÃa solo una mesa y dos sillas, donde se sentaron a charlar. En la pieza, aparte de la cama, una enorme biblioteca repleta de libros, herencia del padre que habÃa muerto cuando ella era muy chica. Los libros eran mayormente de historia, sociologÃa,filosofÃa, varios de ellos en inglés. El papá de Emilia era sociólogo y él sabÃa que algo habÃa tenido que ver con el ERP. Ella le aseguró que habÃa leÃdo casi todos esos libros, el imaginó que como amoroso tributo a su desafortunado padre.
La prima no habÃa tenido por cierto una infancia fácil. A poco de enviudar, la madre se casó de nuevo y luego, repentinamente, Emilia fue a pasar una temporada ala casa de él. Fue todo un año durante el cual fueron juntos ala primaria. Mucho después se enteró que esta sorpresiva estadÃa fue debida a que le habÃa contado a su madre sobre ciertos jueguitos que el padrastro la obligaba a jugar. La madre al principio se negó a creerlo, pero cuando el comportamiento de Emilia empezó e tornarse extraño, la cosa, al fin, saltó.
En ese sábado que hoy relato, se contaron los primos las inmerecidas desdichas de sus jóvenes vidas. Eran mucho más profundas las de ella, por supuesto. Cuando pasado el mediodÃa Emilia le preguntó si tenÃa hambre, él, mintiéndole le contesté que un poco. Vamos a ver qué hay de comer, dijo alegremente la prima. Al abrir la heladera él pudo comprobar que ella no lo estaba pasando mucho mejor en el plano alimentario. Dos huevos y una manzana era todo su contenido. Si perder el ánimo Emilia exclamó: También tengo algo de pan, por lo tanto, ¡marchen dos huevos fritos!
Mientras preparaba diligentemente la mesa para el anunciado festÃn, Emilia se quedó de repente inmóvil, mirando fijamente una de las paredes de la cocina. El miró también en esa dirección y observó, por primera vez, un payaso de paño colgado de un clavo en la pared. La prima lo descolgó y se lo enseñó. Era un payaso de colores vivos, rojo, azul y blanco. Su cabeza mostraba dos caras, de un lado la gran boca de labios rojos formaba una pronunciada U. En el lado opuesto la cara era la misma, solo que la U de la boca estaba invertida. Mira, le dijo, de este lado es el payasito alegre y del otro lado es el payasito triste. Yo siempre lo cuelgo del lado alegre, porque, me pase lo que me pase y esté como esté, mirarlo colgado ahÃ, sonriendo, me hace sentir mejor. Y con una sonrisa que él nunca pudo olvidar, agregó, y hoy debe estar más alegre que nunca, porque nos va a prestar a los dos un gran servicio.
A continuación puso agua a hervir en una olla y cuando estuvo a punto, perforó la cabeza del payaso con un cuchillo. El, asombrado, vio fluir de su interior un delgado chorro de arroz. Era mi reserva estratégica, le aclaró ella, casi ya la habÃa olvidado, pero, ¡que mejor momento que hoy, que nos hemos reencontrado!
Después de comer, pasaron juntos casi toda la tarde. Hablaron de sus lecturas, del año que vivieron juntos, del sueño de ser algún dÃa escritores, del futuro venturoso que seguramente les aguardaba. Cuando caÃa la tarde y estaban tomando mate en el balcón, Emilia se incorporó de golpe y sentándose sobrelas rodillas de su primo lo abrazó. Acomodándole el cabello con sus largos y delgados dedos le habló, mirándolo con sus bellos ojos húmedos. Le pidió que reviera lo que estaba haciendo, que no se alejara desu familia, él, que tenÃa una, y riéndose, que tuviera colgado siempre, pasara lo que pasara, el payasito alegre. Después le pidió que se fuera, porque estaba por llegar "alguien".
Siempre que está triste o mal, él busca el recuerdo de esa tarde con Emilia, para sobrellevarse. No sabe porque, pero de ese recuerdo emana una luz que loreconforta. No siguió el consejo de su prima y nunca volvió con los padres, aunque trató continuamente de llevar su payasito como ella lo preferÃa.
Emilia al parecer no pudo. Meses después de aquel encuentro con su primo, volvió a Buenos Aires, donde un dÃa se arrojó del balcón del quinto piso donde vivÃa. "Quiso ir a encontrarse con sus padres" fue lo que se le ocurrió decir a muchos. El no está tan seguro, aunque le gustarÃa que fuera cierto. Como le gustarÃa también reencontrarse otra vez con su prima, para matear juntos, contarsesus cosas, las cagadas que hicieron o sufrieron, como aquella vez. Asà al menos, piensa, podrÃa comprobar que las cosas tienen, después de todo, algún sentido.
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