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Sábado, 14 de febrero de 2015
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Canción sin empleo

Por Miriam Cairo
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Me pregunto si los hombres del alto horno,

si las cosmetólogas,

si el muchacho de la tintorería,

si el médico pediatra,

tienen tiempo de pensar en todo lo que yo pienso

mientras llevo mi carta de presentación para pedir empleo.

Me pregunto si ellos escriben las imágenes

que construyen los miedos y las asombros.

Si tienen madrigueras,

o casilleros personales,

o taco calendario donde guardar metáforas.

Me pregunto con qué dos conceptos fundamentales

construirán sus pensamientos metonímicos.

Me pregunto cómo hacen los contadores nacionales,

los tesoreros,

para sofocar su generosidad.

Cómo harán las azafatas

para no apropiarse de los sueños ajenos

mientras vuelan.

Cómo harán las extraordinarias luminarias del fútbol

para sobreponerse al deseo de despojarse

de tan desaforadas fortunas,

cómo harán los editores

para no alzar la rosa contra la fría noche que se atreve.

Me pregunto si cada mañana el alcalde de la penitenciaría

tendrá que luchar contra sus tristes pensamientos.

Si el boxeador expulsará a golpes

la actividad constante de su conciencia.

Me pregunto cómo hacen para hablar los periodistas

y los locutores,

sin sucumbir ante el deseo de permanecer en silencio.

Me pregunto de dónde sacan ánimo los tenistas

para no vencerse a sí mismos.

Me pregunto cómo acomodan todos ellos sus pies en el mundo

y cuáles son las razones que los hacen sentirse parte de él.

Me pregunto a qué pruebas extremas se habrán sometido,

de qué interrogatorio despiadado habrán salido indemnes,

qué conocimientos superiores habrán desarrollado,

a qué horas tan tempranas abrirán los ojos

para merecer la recompensa de un puesto de trabajo.

Me pregunto cómo han hecho los farmacéuticos para vender

y no regalar remedios.

¿Reconocerá el operador de mercado

a los otros seres que habitan su pensamiento?

¿El computista estará en sintonía con sus misterios?

Me pregunto si los trabajadores

tienen que esperar la hora del refrigerio

para pensar que su estar en el mundo

no es un hecho meramente topográfico

ni productivo,

sino que es fundamentalmente

un estar humano.

¿Cómo harán para acallar sus asaltos cenestésicos

en medio de las tareas cotidianas?

¿Serán compatibles el pragmatismo

y la inanición del pensamiento continuo?

¿Sabrá el soldador que nunca está sólo en su pellejo?

Me pregunto si todos tienen un horario para ser ellos mismos

y un horario para ser lo que les indican otros.

¿Podrá el jefe de personal ser lo mejor de sí sin perder autoridad?

¿Podrá el estibador cargar la noche sobre los hombros?

¿Habrá un modo de hablar

que no se confunda con la dulce voz de las camelias?

¿Será posible ser una misma y ser otra y otra, bajo el mismo nombre,

sin que esto cause sospechas al empleador?

Me pregunto si hay tiempo de pensar qué diferencias separan

al hombre del hombre,

a la mujer de la mujer,

a la mujer del hombre,

y si ese tiempo de pensar es un trabajo,

y si ese trabajo puede dar de comer.

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