Nuestra infancia no fue menos feliz porque escaseaban los juguetes. La imaginación de los niños siempre es ilimitada y sobre todo en aquellos años los pocos que accedÃan a uno no eran mayorÃa en el pueblo. Pocos padres podÃan hacer un gasto extra, en mi pueblo.
La lluvia en ocasiones caÃa de un modo muy triste, cansinamente sobre los sembrados , a veces lo hacÃa con furia, precedida de grandes truenos rodadores como un peñón que cae desde un monte altÃsimo, mientras el latigazo de un
relámpago se repetÃa en el trazo estremecedor sobre las cosas, y la poca gente que buscaba refugio presto, recogiendo las mujeres la ropa tendida, pero todos sin excepción recibÃan ese estremecimiento de la naturaleza como un miedo atávico que debÃan soportar , rogando sobre todo los hombres que los destrozos no fueran tantos ni tan graves.
Los únicos contentos, con esa alegrÃa de la inconsciencia temprana éramos nosotros, que gozábamos el espectáculo de los sapos numerosos que cruzaban las calles anegadas, los perros que se refugiaban bajo la galerÃa de ladrillos mal cocidos, con sus techos de chapas que reproducÃan sonoramente el tambor de la lluvia persistente, los gatos que se pasaban al cajón donde los marlos esperaban la boca flamÃgera de la cocina económica, y tal vez el ruido del vendaval acunaran sueños ronroneantes.
Pero habÃa algo siempre venturoso.Si estas lluvias se producÃan en verano, porque venÃa precedida de un calor agobiante, de una presión insoportable y siempre era un augurio de frescura el anuncio de la lluvia y al escampe,
cando se habÃan cubierto de agua los zanjones que drenaban lÃquido hacia el campo serÃa el momento en que nos quitáramos las alpargatas no sin la venia paterna. Y salÃamos con los barquitos de papel, las latas vacÃas de sardinas o alguna cosa de madera que flotara para jugar a las bandas de piratas y corsarios que leÃamos en Julio Verne o en las diversas revistas de historietas. Y venÃan las carreras y los resbalones que seguramente nos costarÃa un reto, pero el fragor del juego era tan entusiasta que bien valÃa un reto si en esa carrera de la pista resbaladiza uno lograba salir primero.
Siempre habÃa un ocurrente que proponÃa ir a pescar ranas al zanjón de los Vélez, con un piolÃn con el cual atábamos un pedazo de carne y tal vez esa noche podrÃamos aportar un menú distinto en nuestras casas y qué ricas resultaban esas ranas que saltaban en la sartén como si estuvieran vivas y producÃan cierta aprensión en mi madre, motivo por el cual intervenÃa mi padre que siempre estaba dispuesto a toda cosa a la cual ella no se atrevÃa. Imposible saber hoy si esa tarea le agradaba, pero se hacÃa cargo y nos sentábamos los tres a la mesa, donde pronto dábamos cuenta de ese manjar crocante.
Como desaguaban pronto las zanjas y los pequeños canales que la comuna mantenÃa limpios, ya que esa última calle llevaba al campo, al otro dÃa casi con seguridad las encontrarÃamos vacÃas, pero con la esperanza de que la lluvia siguiera varios dÃas para asegurarnos otros momentos de módica felicidad. Claro, todo esto con la salvedad de algún mandado, ya que en el verano no habÃa clases por tanto la responsabilidad mermaba mucho, yo dirÃa: casi toda.
Y uno imaginaba cómo se hincharÃan de agua las cañadas, cómo irÃan llenándose de bagres los anchos canales del campo, cómo se llenarÃan de garzas blancas los juncales, de flamencos sus orillas, cómo pondrÃan a salvo sus nidadas los teros y los patos, cómo nos esperarÃa todo ese mundo acuático con el croar ensordecedor de las ranas, cómo esperábamos entonces el momento en que nuestro padre irÃa de caza para acompañarlo con ese cuzco blanco y fiel que tanta alegrÃa trajo a mi niñez lejana.
A veces en mi pueblo veo pasar esas barritas de chicos con las modestas cañas de pescar al hombro que hacen aquel "Camino del diablo" como nosotros, cuando el mundo estaba en pañales y ninguno de nosotros tenÃa idea de los sinsabores que nos esperaban.
Pero también con estos recuerdos gratos que quiero compartir hoy con ustedes y que me dicen que se puede ser feliz con poco.
Con casi nada.
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