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Sábado, 7 de marzo de 2015
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Apenas un hombre

Por Javier Núñez
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Cuenta Pablo Neruda que, de paso por Buenos Aires, acudió al encuentro de un escritor excéntrico, célebre porque había trabado amistad entrañable con una vaca que paseaba por todo Buenos Aires. Una vez en el restorán donde se habían citado, el argentino le hizo un ademán oferente y con su vozarrón que llegaba hasta los rincones más lejanos de aquel local repleto, le espetó: "¡Sentáte, Omar Viñole!". Confundido e incómodo, el poeta chileno le preguntó por qué le decía Omar Viñole -Vignole, según figura en las memorias de Confieso que he vivido- si bien sabía que era Neruda y que Viñole no era otro que él mismo. "Sí", le respondió, "pero en este restaurante hay muchos que sólo me conocen de nombre y, como varios de ellos me quieren dar una paliza, yo prefiero que te la den a ti".

Definido a veces como un excéntrico iconoclasta o como un inmenso provocador, Viñole supo buscar el impacto de las más diversas formas a lo largo de más de 40 títulos. De prosa soez, escatológica, tan irónica como ostentosa, gustaba de los despropósitos formales y los ángulos vanguardistas. Con títulos que llamaban la atención a gritos - El hombre que se depiló la ingle, La caligrafía de los juanetes en Mar del Plata, Lo que opina la vaca de Buenos Aires, La camiseta del jefe de policía- , y coloridas tapas ilustradas por dibujantes de la época, sabía concitar la atención del público de los años treinta. Pero era en las dedicatorias donde su impronta se notaba, acaso, en su máxima expresión. "Este libro se lo dedico a todos los internados de los Hospicios del Mundo. Nosotros los locos, somos hombres de carne y hueso que litigamos con Dios únicamente. Omar Viñole, loco a reglamento". O incluyendo un facsímil de sus análisis de orina y materia fecal, como en la edición de Cabalgando en un silbido. (En internet se puede acceder a una copia digitalizada de la Universidad de Toronto, Editorial Tanke, Córdoba, 1932: "Para que los 'sensatos' no se larguen muy sueltos de cuerpos a desvalijar la salud mental del autor, y vean que este libro no es instigado por una 'parálisis progresiva' o colitis, afección frecuente en los intelectuales, se acompaña el testimonio de los análisis de orina, examen de líquido raquídeo y materias fecales, efectuados por los doctores...")

Hijo de un subcomisario de policía, había nacido en Bragado en 1904 y se graduó de veterinario en Córdoba en 1932. En paralelo con su afán literario, se desempeñó primero como veterinario de la Municipalidad para luego presidir la Sociedad Protectora de Animales. De esa época son sus casi 60 monografías científicas - varias de ellas incluso llegaron a ser publicadas, según consigna Ernesto Goldar en un artículo de la revista Todo es Historia- : Tuberculosis bovina, Psiquismo y deficiencias en los intelectuales, La anquilostomiasis en la República Argentina, entre otras. Luego crearía la revista Urotropina y fundaría la Universidad Popular del Pueblo "San Martín" - que funcionaba en una plaza y otorgaba títulos en Ingeniería de Sonido y Doctorados en Depravatis Causas y Dignidad- , de la que fue rector y catedrático. También supo, o quiso, incursionar en la política: fue candidato a gobernador, pero sin éxito.

A fines de 1934 recaló en Buenos Aires con la determinación inquebrantable de hacerse un nombre a fuerza de hacer ruido, y pronto encontró en el diario Crítica un importante aliado para sus proyectos. "Tengo una vocación de empresario de escándalos, de la misma manera que los hay de pompas fúnebres", declaraba. Acompañado por su "hermana vaca" - una clásica vaca tambera holandesa- planeaba viajar primero a España para devolverle a Colón la visita de cortesía y luego dialogar con la vaca alrededor del mundo.

Pronto inició sus afamadas intervenciones. La primera conferencia - La no existencia de locos y muertos y la no existencia de razas, en el Teatro Avenida- la brindó semidesnudo, su metro ochenta y sus ciento y pico de kilos apenas cubiertos con un taparrabos. Luego llevaría a cabo otras conferencias en el Avenida y en el teatro Argentino, de La Plata, vestido de frac pero acompañado de la inseparable vaca. En una época abyecta, con el país ahogado por una profunda crisis política, social y moral, se entregó a una caótica diatriba contra el gobierno, la burguesía y la burocracia de ciertas instituciones. Llevó su vaca a cagar frente a la antigua Biblioteca Nacional, lugar donde estaba reunida la Academia Argentina de Letras - "Hemos llegado hasta aquí, hasta las propias barbas de esta casa, donde unos hombres de luto que habitan la zona de la naftalina se ocupan de sacarle la tierrita que se acumula en las palabras enriqueciendo el idioma, mientras, afuera, otros hombres que no están de luto naufragan desorientados, sin pan y sin trabajo"- ; frente al Jockey Club o frente al edificio del diario La Prensa - "El alcaloide permanente de los argentinos"- . O irrumpió en desfiles o en el congreso mundial del Pen Club, para espanto de Victoria Ocampo y las figuras internacionales invitadas. Aunque en más de una ocasión tuvo problemas con la policía, siempre consiguió librarse entregando a su compañera. "No soy yo quien perturbo, sino la vaca", decía, "¡Que la lleven detenida!". Y la policía arrastraba a la revoltosa vaca hasta la comisaría en medio del escándalo de risas.

Supo tener, también, una breve pero resonante incursión en el catch. En 1935, el catch as catch can era la nueva moda en Buenos Aires, y los martes el Luna Park se llenaba a rabiar. Viñole se ocupó de no quedarse afuera. Aunque las memorias de Neruda hablen de una derrota previsible contra "el estrangulador de Calcuta", las crónicas refieren que la pelea fue contra Martin Kizoff, un ruso calentón que se descontroló cuando Viñole lo sacó del ring con una toma de cabeza, y terminó descalificado porque en la paliza subsiguiente se pasó las reglas por el culo provocando las reiteradas amonestaciones del juez, primero, y la indignación del público después, que terminó invadiendo el ring con intenciones de ajustar cuentas con el ruso y su brutalidad. El mismo público, vale decir, que había abucheado a Viñole poco antes, cuando llevó la vaca hasta el rincón y trató de iniciar una conferencia sobre "la decadencia del clasicismo" que tuvo que interrumpir a los tres minutos por el griterío. Me gusta, igual, la versión de Neruda: la derrota inevitable a manos del estrangulador, la llave letal que lo inmoviliza, y el rugido del público decepcionado por la brevedad de un combate que ni siquiera fue. Me gusta sobre todo por el final, aunque no pueda confirmarlo y a pesar de la inexactitud de las fechas. Dice el chileno que poco después de esa pelea Viñole publicaba Conversaciones con la vaca con una particular dedicatoria impresa en la primera página: "Dedico este libro filosófico a los cuarenta mil hijos de puta que me silbaban y pedían mi muerte en el Luna Park la noche del 24 de febrero".

Su romance con el público, igual, duraría poco. Sus apariciones con la vaca y sus molestas evacuaciones públicas se mudaron a Montevideo y a Mar del Plata, sin despertar más que indignación. En 1938 decidió refugiarse en el misticismo y se mudó a una isla del Tigre para fundar una escuela de meditación primero y pasar un tiempo en un convento franciscano después. La realidad política lo convocó otra vez después del golpe del 43; por un tiempo escribió para el diario El Nacional, controlado por el Partido Independiente, una de las fuerzas políticas que promulgaba la candidatura de Perón. Después del triunfo de Perón se dedicó a publicar un modesto semanario durante algunos años, a la escultura y a la pintura, y al proyecto de sacar un diario que se frustraría con su muerte en 1967.

Prácticamente olvidado, las referencias que lo sobreviven hablan de vanguardismo o excentricidad, de un poeta revolucionario o un iconoclasta desaforado. Con una obra anárquica e indivisiblemente ligada al escándalo mediático, también hay quienes se inclinan por la hipótesis de la locura. Aunque Viñole, a su modo, ya se había encargado de refutarlo: "Infeliz de mí, yo que pretendí ser un loco, apenas soy un hombre, que me doy cuenta".

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