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Miércoles, 18 de marzo de 2015
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Einstein en Rosario

Por Hernando Quaglardi
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- ¿Usted sabe qué es un marco de referencia? No el cliché al uso en los medios. Yo le hablo de antes, principios del siglo veinte para ser más exacto. No, deje, yo pago, yo pido.

El hombre hizo un ademán levantando un brazo y la moza del bar Olimpo cruzó ágil el salón. Desde mi lugar, en paralelo al camino trazado por ella, alcanzaba a ver el palco donde unas chicas ensayaban unos pasos de flamenco.

- El Café -retomó mi interlocutor- es un marco de referencia, pero la ciudad, digamos Rosario, es otro. No, no me interrumpa, no haga como que me ve venir. Bueno, éste es el concepto sobre el que se asienta la teoría de la relatividad especial. Si algo sucede en un punto del espacio parece que no puede afectar instantáneamente a otro ente en un campo más alejado, porque nada viaja más rápido que la velocidad de la luz. Mediante algunas manipulaciones en la línea del tiempo y con ayuda de los famosos "marcos de referencia", Einstein logra un conjunto de condiciones apto para aplicar con validez sus principios. No crea que mi relato irá por el campo de la física, ni siquiera sé si la física tiene algún valor o no es más que literatura maquillada con innecesarias ecuaciones.

La Estación Rosario Norte tenía pasillos entonces, mucha gente, una confitería adentro, mozos de cuerda, "mateos" y la tentación cercana de los piringundines. Esa tarde de abril de 1925, curiosamente, había poco movimiento en los andenes. Alguien dijo después, pero es una crónica periodística, que una comitiva de una asociación israelita se hizo presente con un ramo de flores naturales. No sería más que una reacción minoritaria en todos casos. En aquélla época la Argentina se había convertido en anfitriona profesional de figuras relevantes del mundo cultural y científico. Podría interesarle leer "Historia funambulesca del profesor Landormy" de Arturo Cancela. El humor y la parodia exageran en la novela las posibilidades de la hospitalidad al intelectual extranjero. El hombre viene en un vagón especial procedente de Córdoba, antes había estado en Buenos Aires. Durante todo ese periplo se despachó a sus anchas, publicitando sus teorías. Sin embargo no habló en Rosario. No había auditorio. Ningún académico lo esperaba. "De no haber sido porque por aquellos años La Capital publicaba en su tapa los avisos clasificados, en lugar de noticias, seguramente el del paso de Einstein por Rosario hubiera ganado un lugar en la portada", dice el recorte del diario.

El bar estaba medio en penumbras, era la hora del almuerzo y además de nosotros y de una mujer que tomaba un café sola dos mesas más acá, ocupaban el amplio salón un grupo de oficinistas. Seguía de a ratos las palabras armado de paciencia para darle a Trevisano una escucha imparcial. Por un momento se concentró en la picada y dio cuenta del chopp. El silencio tenía algo de bálsamo y de preludio para una siesta fervorosamente solicitada. Un hombre entró y se dirigió a la barra, los muchachos de la oficina consultaban sus teléfonos celulares.

- Usted sabe que hay muchas opiniones interesadas. Las descripciones de los viajeros notables del momento suelen ser crueles con la ciudad. Borges le cotillea a Bioy "que el Rosario es tosco" y éste toma nota puntillosamente en su mamotreto titulado "Borges". A Raymond Carver y a Graham Greene les gustaba el río de noche, Gombrowicz le encontró "un aire pueblerino" y creo que Bianco dijo que era "como un barrio de Buenos Aires". No son pocos los que crearon el mito de la prosperidad y el comercio. Yo me a(bs)tengo a los hechos - jugó Trevisano. Ahora el paisaje ha cambiado. La estación es uno de esos museos temáticos, un poco no lugar, dentro de una zona que auspicia la simetría con barrios seguros e impersonales de las ciudades grandes. ¿Ha visto correr a los maratonistas? Los maniquíes de una casa de deportes resultan más simpáticos. Tal vez porque no se mueven y están confinados a un marco no inercial --sonríe Trevisano con sagacidad, pinchando la última aceituna.

- Lo conozco bastante, Trevisano. Usted tiene un as en la manga desde el comienzo. Es tiempo, según espera, de que salga al cruce, que le diga que no se puede vivir con una visión pesimista, que el desarrollo material tiene que tener necesariamente su correlato en el plano espiritual, que la falsa dicotomía de civilización o barbarie es directamente reaccionaria. Aguarda -su sonrisa es un indicio- que desmienta el viejo fetiche de "pueblo de fenicios" que pulula por lo bajo de una historia tan vieja como superada. No voy caer en la trampa. Tengo sueño -le asesté.

Un barullo fenomenal se formó en la esquina. Un colectivo arrojó un coche a la vereda. Los de la barra salen a ver. Las chicas del flamenco se divierten, se empujan, una de ellas manipula un grabador, se preparan para recomenzar el ensayo.

- Ha hecho bien en acelerar esta parte, aunque la priva de un poco de suspenso, a mi entender. Desprecio bastante todas las teorías como para ensayar una. No hay as en la manga. Resulta que la cuestión del tiempo siempre me ha atraído, cosas que ocurren dos veces, simetrías, repeticiones. Imagino al viajero, lo veo colocar el pie izquierdo en la plataforma después de bajar los tres escalones de la escalerilla del vagón. El tiempo es cruel porque desmiente, desnuda, saca a relucir las prendas más íntimas. Hace poco se supo que Einstein dejó un diario de su viaje a la Argentina. También los físicos han descubierto que todo el andamiaje de la teoría de la relatividad es bastante forzado. Quizás estuviera buscando un lugar donde exilarse en los pagos americanos, quizá temía que descubrieran sus plagios, sus debilidades. A despecho de la cortesía de las declaraciones periodísticas, Einstein escribió en el diario que no le gustaban las grandes ciudades. Siempre me pregunté qué hubiera pasado si alguien, además de la comitiva tardía con las flores, lo hubiera estado aguardando en ese andén. ¿Hacía frío esa tarde o fue la desazón la que le levantó el cuello del sobretodo? ¿Qué hubiéramos hecho con él en Rosario? ¿Qué habría hecho él con Rosario? Venciendo la vacilación, asomó medio cuerpo para saludar a la gente que ya estaba volviendo a sus ocupaciones. No me haga caso, me mueve el puro placer por la crónica y ya veo que lo canso --dijo, y llamó a la moza.

Salimos a la calle. El chofer del colectivo increpaba al desprevenido conductor que había dejado mal estacionado su coche y éste lo insultaba. El sol caía a pleno sobre la vereda antigua, cansada de girar alrededor de la órbita del Café con eje con la cúpula verde de una Iglesia. Nos separamos en la esquina sin hacer caso de la escena.

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