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Jueves, 30 de abril de 2015
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Aquellos Ojos Verdes

Por Eugenio Previgliano
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Cuando yo llego al bar, hace rato que ella está sentada con gesto austero, rodeada de algunos parroquianos que alternativamente van y vienen y no se preocupa por que yo haya llegado: sigue, impertérrita, con su narración.

A poco de escuchar entiendo que si bien ella va contando de manera algo azarosa y fuera de secuencia, también enumera como al pasar los hechos que interesan y refiere otras cosas: algunas técnicas personales para que el budín de pan tenga la consistencia de la piel de una niña de quince, ciertos trucos para disimular ojeras, técnicas para recordar claves y mientras tanto, a su alrededor, esa gente que he visto desde el principio levantándose y volviendo para sentarse a su lado, va repitiendo, para ellos mismos, algunos retazos de lo que ella dice y esta repetición termina sugiriendo lo que mueve a sospecha, la relación que ella está haciendo entre elementos que podrían pasar desapercibidos pero ella no puede callar. Por ejemplo, muchos según me explican se han dejado impresionar en el momento en que ella detalló cómo la iridiología permite conocer el estado físico, emocional y mental de una persona así como su historial clínico y tendencias a futuro, a través de una serie de observaciones de fenómenos que se manifiestan en el iris, la membrana coloreada y circular del ojo que separa la cámara anterior de la cámara posterior. Sin embargo, el detalle crucial es que cada persona y su iris, en la compleja relación entre melanina, epitelio pigmentario, melanocitos y otras estructuras anatómicas de nombres no menos sonoros, tienen una configuración única, con dibujos irrepetibles que identifican a cada quien y a nadie más, de una vez y para siempre.

En la mitología griega, en cambio, Iris es la encargada de comunicar a dioses y hombres y, por orden de Zeus, lleva una jarra con agua del Estigia que hace dormir a todos los que perjuran. A su alrededor, sin embargo, todos recuerdan, porque lo ha dicho antes , que ella vivía con otra persona, alguien de bellísimos ojos color esmeralda, a quien hace mucho tiempo que no se la vé, La otra persona, se dice, heredó una cuantiosa fortuna y, para evadir impuestos, decidió dejarla en guarda en un local aquí cerca.

No se trata de un banco, no es una financiera, no es una casa de empeño: el único objetivo social de la firma es, mediante las tecnologías más modernas del momento, tener al resguardo las cosas valiosas que sus clientes como la persona de ojos color Esmeralda les dejen en guarda.

Sólo recientemente apuntan los escépticos respecto de la iridiología , ha sido posible, con computadoras de última generación clasificar todos los iris posibles identificando cada dibujo, único e irrepetible, según patrones seguros e inconfundibles, como si se tratara de una firma personal.

Tal vez en ese momento, en medio de las miradas distraídas y transhumantes de todos los que están en esta mesa, es que me doy cuenta que, hable o calle, siempre sus manos están sosteniendo una pequeña cajita negra, cúbica, de unos tres centímetros de lado y aún cuando las manos, los dedos, los brazos, se muevan, la cajita, se encuentra siempre en reposo como si debiera evitar toda inclinación para que en su interior una cosa esférica no ruede.

Que abren en media hora, me dice alguien mientras se levanta para irse. Miro la cajita en reposo, miro el reloj, miro su cara calma mientras dice cosas que no hacen al caso: así va el mundo.

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