Después de dos dÃas en tren y media hora en coche saltando sobre el empedrado llegó, casi al amanecer, al suntuoso edificio del 65 de la calle Wrinkled Priest. El coche, destartalado y sucio, era conducido por un viejo algo borracho empeñado en insultar al flaco y apático caballo que, sin aflicción alguna, mantenÃa su paso perezoso. El departamento una pequeña habitación, oscura y húmeda, con un baño exiguo se ubicaba en lo más alto del edificio.
Apenas traspuso la puerta, abierta displicentemente por el señor Badhope, dejó su maleta en el piso sin dejar de mirar el ánfora que estaba sobre una vieja cómoda de roble. Recién llegada a la ciudad, casi sin pertenencias (apenas lo que cabÃa en la pequeña maleta de cartón que le regaló Ruffy) el mobiliario, los adornos, las viejas cortinas, le parecieron horribles. Solamente la cama, con un sombrÃo baldaquino cargado de oscuros arabescos, la sedujo: era mullida y parecÃa amigable y cálida. Sin embargo determinó que, por ahora, todo quedarÃa como estaba en ese cuarto.
El lunes siguiente, al salir del Cheap College, decidió ir a visitar a la señora Blastpaunch, la dueña del departamento. Se sorprendió de la jovialidad y buen trato de esa vieja señora que supuso amargada y huraña. Con la taza de té en la mano, sentada con elegancia en un sillón de paño azul, la dueña de casa preguntó: "¿Te advirtió el señor Badhope sobre el ánfora?" mientras miraba a Lizzy por sobre sus pequeños anteojos. El rostro de la muchacha adquirió una expresión mezcla de sorpresa e intriga.
"Es originaria de China --continuó sin esperar respuesta--. La cuna de la porcelana, fabricada con el antiguo método, todavÃa ignorado por nosotros. La trajo mi bisabuelo John para que sus descendientes guardáramos allà sus cenizas, que fueron retiradas de su tumba pasados sesenta años de su muerte, según sus póstumos deseos".
Bebió un sorbo de té y continuó: "El ánfora, como todas las piezas de porcelana auténtica, es capaz de guardar secretos; sabes esto ¿verdad? El bisabuelo John contó que ésta habÃa sido fabricada en un convento de las montañas más altas del mundo y que es capaz de conservar secretos especiales. Nunca supimos que quiso decir con eso. Se mantiene la tradición esperando que alguien pueda develar el misterio".
Lizzy atendÃa al relato con su té enfriándose a la altura de sus ojos, mientras sentÃa la rigidez que adquirÃa su espalda. "He dormido la última semana con las cenizas de un muerto en mi cuarto", pensó con un dejo de asco.
Por otra media hora la conversación derivó, conducida por las preguntas de la señora Blastpaunch, por la familia de Lizzy, su aldea del condado Blackbreeches y los estudios de la joven.
Antes que se encendieran las luminarias de gas en las húmedas calles, Lizzy empujaba la enorme puerta de ingreso a su departamento. Cerró la puerta de un golpe y se apoyó en ella tratando de recuperar el ritmo normal de la respiración. Una inesperada congoja la impulsó a subir las escaleras de mármol casi corriendo y sin detenerse en ninguno de los cuatro pisos.
Dejó sus libros y su bolsa sobre la cama; mientras se desanudaba la cinta que sostenÃa su sombrero se acercó a la cómoda de roble. El ánfora aparecÃa ahora a los ojos de Lizzy con cierta solemnidad. Era una pieza blanca, muy blanca, con forma de un raro jarrón cuya base, de unas siete pulgadas de diámetro, era más ancha que el resto. Algunas figuras humanas pintadas en un azul intenso, se movÃan entre flores y árboles tenuemente coloreados. Con un asa formando un haz de tallos trenzados toda el ánfora se mostraba imperfecta, modelada a mano. El conjunto tenÃa una belleza subyugante que Lizzy no habÃa percibido hasta este momento. La boca, pequeña y ovalada, estaba sellada con lo que debÃa ser un trozo de cuero totalmente bañado en lacre.
Con las dos manos tomó la pieza; parecÃa estar vacÃa o totalmente llena de liviana ceniza. La sacudió suavemente en el aire, esperando oÃr algún susurro, algún tintineo. Sólo silencio; el digno silencio de la muerte.
Se sentó en el borde de la cama y dejó el ánfora sobre la colcha de seda. El rojo brillante destacó aún más el blanco. Primero con un dedo, después con varios, por último con toda la mano, acarició cada partÃcula de la vasija. Le pareció advertir un cierto cosquilleo. Consideró que sÃ, que esta jarra escondÃa algún secreto.
Acostó el ánfora sobre la cama y en la áspera base, tan blanca como el resto pero libre de brillos y adornos, escrita con gruesos trazos y una caligrafÃa cuidada encontró la palabra "Testamento" y una firma que parecÃa decir "John Longspit". Con el Ãndice de su mano derecha empezó a recorrer la palabra "Testamento", reconociendo en su textura caricias ya olvidadas o todavÃa no recibidas.
Se detuvo cuando notó -espantada- que la palabra se iba borrando y, detrás de su dedo aparecÃan otras palabras.
* eduardocappe@gmail.com Este cuento obtuvo el Segundo Premio en el Concurso Literario Nacional "Secretos de Porcelana", en el marco de la Fiesta Provincial de la Porcelana 2014, organizado por la Municipalidad de Capitán Bermúdez.
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