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Sábado, 25 de julio de 2015
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Conversaciones fuera de la catedral

Por Miriam Cairo
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-Este mundo no tiene remedio.

- A no ser que lo demos vuelta. O que introduzcamos otros personajes.

-Eso sería interesante...

-Podríamos empezar por el barrio.

-Precisemos.

-Este barrio. Tu barrio. Mi barrio.

-No, no, precisemos si vos vas a ser Dios o yo voy a ser vos.

-Los dos seremos vos y seremos yo, Dios y Dios.

-Pero una vez que terminemos de rehacer el barrio, ¿a quién van a venerar los vecinos?

-A los dos.

-Esta gente no está acostumbrada. Le metieron en la cabeza eso del monoteísmo, los sacrilegios y la mar en coche.

-Precisamente por eso merecen una reconfiguración. Vos y yo también vamos a transformarnos.

-Seremos Dios y Dios, sin reclamos de veneración.

-Entonces no seremos dioses.

-El nuevo mundo merece nuevos Dioses.

-Uno olvida su existencia celestial al llenarse del furor de las reformulaciones y hasta, llegada la ocasión, puede llenarse de sentimientos más hermosos.

-Y de vértigo, por la sensación de ser un Dios puesto a prueba.

-Lo sé.

-Son soles o son lunas.

-Nadie iguala a esos Dioses. Nosotros somos Dioses de barrio. No mandamos sobre el sol y la luna.

-Bueno, vayamos a lo concreto, qué hacemos con el perro blanco.

-Lo ponemos a vivir con el perro negro.

-¿No te parece demasiado fácil para dos Dioses?

-Este es el pensamiento de un Dios presuntuoso. Un Dios del sol o de la luna.

-Estoy temblando.

-¿De frío?

-De emoción. Nunca pensé que un barrio podía tener un Dios. Menos dos Dioses que no sean presuntuosos.

-Hay dos maneras de ser Dioses. Una, que genera pasión triste y demanda de su rebaño la oblación. Otra más ínfima y de rasgos tenues. Un contrarritmo divino. Una síncopa en la eterna faena celeste.

-Por ahí vamos nosotros.

-Bueno, entonces, ya sabemos qué hacer con el perro blanco. Ahora tenemos que pensar qué hacemos con el perro negro.

-Lo ponemos a vivir con el perro gris.

-No existe otro método.

-Sí existe, pero nosotros estamos en otra corriente.

-¿El perro gris no va a violar las leyes de la hospitalidad?

-En el antiguo barrio, con el antiguo Dios siempre en puja lo habría hecho, pero ahora que todo lo creamos vos y yo, nada que ver...

-Hay algo que me fascinaría...

-¿Qué? No te reprimas...

-Me encantaría tener un Dios, pero no construido a mi imagen y semejanza, sino a la tuya.

-Pienso que estás en todo tu derecho.

-Bueno, pero lo resolveré después de hacer todo lo que hace falta en el barrio. Tengo puesto el overol de Dios. Dejaré ese tema para después.

-Me parece correcto. Yo me ocuparé de que tu Dios tenga también un Dios, para que no pierda la fe.

-Bueno, resuelto el tema de los perros tendremos que pensar qué hacemos con los sueños de la almacenera.

-Yo diría que los ponemos a dormir con los sueños de la prestamista.

-Demasiado fácil. No quiero que seamos los Dioses presuntuosos, pero tampoco vamos a caer en el lugar común de la moraleja escrupulosa.

-Entonces con los sueños de la secretaria del doctor.

-Dale. ¿Pero no tiene novia, ya, la secretaria del doctor?

-Tiene novia, lo que no tiene es fantasía con la almacenera.

-Perfecto.

-Qué lindo se está poniendo esto.

-Y con los crisantemos, ¿qué hacemos con los crisantemos?

-Compramos el remedio para las babosas.

-Ya. Eso no es caer en lugar común, ¿no?

-No. Eso es estar del lado del Dios de los crisantemos.

-Medio corporativo.

-Medio. Pero no somos perfectos.

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