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Domingo, 26 de julio de 2015
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Ruth

Por Víctor Maini

Ruth no sabe quién fue Michel Foucault. Desconoce también lo escrito por el francés en su libro "Microfísica del poder", a pesar de que su físico solía cargar con marcas ocasionadas por un poder bestial. Con habilidad de artesana modelaba máscaras con maquillaje para disfrazar hematomas, contaba con lentes ahumados en días nublados para tapar ojos hinchados que ocultaba con el mismo esmero que a su segundo nombre, Grecia, elegido por su madre como homenaje a la primera actriz de la novela Topacio a mediados de los ochenta. Aprendió por ósmosis que celar es amar y creyó que ser amada era ser vigilada, controlada y castigada a diario por su victimario, una víctima de un miedo milenario, que su pareja asuma la libertad necesaria para tomar sus propias decisiones. En su casa siempre flotaron frases de resignación, "siempre fue así", "como dios manda" o "algo le habrás hecho vos...". Entre las vivencias de la infancia enredadas en su red neuronal, la que más pesa es el recuerdo de su mamá comiendo los alimentos licuados por causa de una fractura de mandíbula ocasionada en una golpiza de su padre, un ser distante, oscuro, de pocas palabras que siempre confundió virilidad con hombría. Su abuela, adicta a Corin Tellado y a las telenovelas de la tarde, le contó alguna vez que sus siete tíos fueron buscados por su abuelo con el objeto de mantenerla entretenida en el rol de madre el mayor tiempo posible. Ruth es una mujer hermosa, aunque no pueda verlo. Alguien le cambió el espejo por un televisor. No obstante teñirse de rubia, hacer todas las dietas posibles, usar remeras con leyendas en un idioma que no domina, tatuarse brazos, piernas y usar zapatos a la moda sufre distorsiones al ver su imagen reflejada en alguna vidriera, no se reconoce, se ve fea, desagradable y cae en constantes depresiones. La última "discusión" la obligó a permanecer encerrada durante tres días en su habitación, rodeadas de chocolates, palabras dulces y falsas promesas de un pegador arrepentido. En la oscuridad de su celda, una amiga virtual encendió una luz de esperanza subiendo al Facebook una invitación para una marcha con una clara consigna "Ni una Menos". Lejos de su sueño original, salir bailando y cantando por la televisión, Ruth habló aquella tarde para miles de personas con la emoción en su garganta y una valentía inusitada. Denunció, reclamó y se sintió acompañada por vez primera en su dolor. Cambió de trabajo y hoy vive refugiada en la casa de una amiga. Se siente viva en la lucha y enamorada de las manifestaciones políticas. Se solidarizó con la encuesta realizada en el país que orgullosamente lleva grabado en su mote y no se sorprendió en lo más mínimo que la dignidad de un "NO" sea desoído por el poderoso. Sabe mejor que nadie que para un perverso puede resultar hasta excitante dicha negación. El violador se esconde en un axioma "cuando la mujer dice que no, quiere decir que sí". Declara que el destino del patriarcado está marcado por su origen, la violencia extrema y asegura que estamos muy cerca de dicho final. Incorporó en su lenguaje distintos tipos de poderes a los que se decidió enfrentar, económico, real, político, mediático. Entendió que todos juntos constituyen una red macabra que debe destejer día a día asumiendo lo costoso que resulta el camino del desaprendizaje. No puede evitar una risa silenciosa cuando los asocia con el superhéroe de su infancia, un rubio musculoso, portador de una espada fálica con la que atraía un poder aparentemente divino. Lo que Ruth ignora es el significado de las dos palabras en inglés: He Man.

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