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Domingo, 16 de agosto de 2015
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Fotografiando la zona.

Hotelería rosarina

Por Adrián Abonizio
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* El Viejo Gilberto Krass era generoso y práctico. Habíale dado al Imperio Hotel una numerosa cantidad de cuadros de manera que sirviera de pago a cuartos que sólo se ocupaban cuando venía algún amigo del exterior a visitarlo. Una noche pasó a saludar a uno ya hospedado y éste estaba cenando a pata ancha. "En este momento te estarás comiendo aquel Vanzo de allá", dijo señalando un pareja de baile danzando un tango en un horizonte azul y rojo.

* Vivían discutiendo y aquella tarde no fue la excepción. Se encontraron en la pieza de hotel y allí la siguieron. Cuando le saltaron los botones de la camisa y sintió el arañón entendió que debía huir. Lo hizo como pudo y descendió las escaleras. Estaban en el tercero. Al llegar al segundo vio una ventana abierta y se mandó dentro. Detrás, como un cohete de fuego y odio lo seguía ella. Pasó junto a su pieza. El pudo dormirse y fue despertado por la luz y por el empleado que le brindaba la habitación que creyera vacía a una pareja. "Uy, perdone", se escuchó. Entendió que en conserjería daban la suite como desocupada ﷓la llavecita colgada lo ameritaba﷓ por ende salió por la misma ventana, cerrándola de afuera, huyendo hacia la salida sin ser detectado. Aún, luego de unos años el sabe que corre la leyenda acerca de un fantasma que fue visto dormido en la cama matrimonial, vestido íntegramente, con la puerta cerrada y que se esfumara sin dejar rastros.

* El hotelucho se levantaba cerca de la estación Mariano Moreno a ras del piso, bastardo, chiquito, con nombre de diminutivo, tristón y olvidable. Tanto que el tipo, que había arrendado una pieza con el fin de matarse de un corchazo en la sien, sintió tanta pena, que le pareció una bajeza ajusticiarse ahí. "Merezco un lugar más limpio, con más honor", se dijo, y se quedó dormido con el 38 en la mano. Para su bien al día siguiente recibió buenas noticias que lo fueron levantando. Cuando hoy pasa por la puerta no deja de saludar con una sonrisa, con el toque imaginario de su sombrero de rufián triunfante.

* El Hotel Savoy de San Lorenzo y San Martín luce refaccionado por fuera. Un maquillaje post moderno, liso y gélido lo recubre. Y lo que es peor, la puerta negra de hermosura, la entrada que bellamente engalanaba el acceso, ya no está. Debe andar, rematada y vigilante de sombras por algún sitio de Europa, donde la han apreciado, abonado en euros como a una puta venerable. Cuando pasa delante, su corazón romántico de adoradora de la hermosura se le apichona en su camisa blanca de oficinista. Y se suele santiguar como ante una profanación.

* El tipo sentado en el bar en el Bajo narra la historia de aquel hotel en el sur, regenteado por una bruja rosarina. "Era como una casa de familia, con dos timbres; el de arriba era para el hotel y el de abajo para la funeraria. La entrada, el breve hall reunía a los viajantes con los deudos. Una tarde cuenta que vió a un tipo entrando con una cruz al hombro; otro día a una pareja de trampa que por miedo a ser descubierta se mezcló entre el gentío del funeral. La dueña, orgullosa de su origen arrabalero de Rosario, era una tarotista de mal carácter, maquillada de verde sus ojos y que odiaba a las mujeres. "Son todas putas", reflexionaba. Aquello era un aquelarre colorido y mustio a la vez. Con el agregado que el hotel, en una ciudad donde reinan los nombres de voces indígenas, lucía un cartel que rezaba Hotel Tito.

* El partió de Rosario camino a ese pueblo de seiscientas almas para hacer un trabajo educativo de un día. Lo esperaban en la calle central﷓ dos farolas y una placita﷓ el presidente comunal quien invitó a almorzar. El sitio era un remedo de un hotel﷓hogar ario, con troncos de arboles al portland en la barra y osos de cemento en la chimenea. Todo en una especie de ambiente post guerra. La dueña, una descendiente de alemanes se mostraba junto a cantantes como Alcides o Pocho la Pantera en fotos alrededor de un arbolito de Navidad. Una vez hecho el trabajo, por cierto breve, pidió almorzar y descansar. Cuando la dueña le mostró las habitaciones lo hizo pasar al fondo, en un pasadizo que daba a un local a la calle oculto con un cortinado naranja donde arrasaba el sol. Se entredurmió y al rato entraron dos albañiles sigilosamente quienes se lavaron en la piletita y se acostaron en las marineras. Así fue la hotelería en ese lugar de siescientas almas. Antes de irse la dueña pidió retratarse juntos.

* Jugaban a Demoler Hoteles infantilmente, sin daño grave. Alteraban los precios de las carta del buffet. O cambiaban los números de las habitaciones o se disfrazaban de chicas de la limpieza. Todo era permitido porque eran jóvenes, bendecidos por el rock y la inocencia del juego. Se les terminó el día que uno de ellos, creyendo que estaban en planta baja, al ver al dueño furioso por algo, saltó por la ventana para ocultarse en el patio, sin preveer la altura. Quebraduras y un pronto retiro de la aventura y los chistes. Ocurrió en un hotel del centro de Rosario.

* Magestic Hotel decía el cartel antiguo, resultado pomposo de un pasado florido, secundado por escaleras de mármol y maderas de ébano que concluían arriba en un hall con vitreaux. Había sido uno, ahora era una pensión donde convivían malandras, prostitutas, viajantes, bohemios. El se instaló en una pieza que miraba a Entre Ríos. A los días su galantería joven trató de obtener una cita con una de las "pupilas", una francesa verdadera. Ella no acudió a la cita y por la noche se sintió el revuelo: En la mañana la vieja de limpieza le comentó que el cafiolo enojado porque había detectado que ella, la rubia europea de la Ciudad Luz, tenía un cita con algún criollo le había pegado un tiro que le había volado la oreja. "El tipo ya está en libertad", terminó. A la hora el pibe estaba tocando el timbre, valija en mano en la segura casa de sus padres. Hoy, como en un mal film, aún guarda la foto de ella: Una rubia algo vulgar y muy jovencita mirando a cámara en una foto del Parque Independencia.

* Le sucedía siempre que se alojaba en los hotelcitos remotos de ciudades remotas y ¿por qué no le sucedería en Rosario? No veía el momento de entrar a la habitación para comprobarlo. Cuando atravesó el antro de cortinas de barniz amarillo y bañito espectral lo supo: Allí, debajo, oculto sin que nadie lo viera estaba aguardando su tesoro. Se tiró en la cama y extendiendo la mano tomó el cajón de la mesita de luz y lo dio vuelta. Allí estaban. Impresas, como grabadas a fuego y birome las máximas, los lenguajes secretos iguales a los que adornan y prosperan en las puertas interiores de los baños públicos: Oraciones amatorias, promesas, teléfonos, poemas, frases de esperanza o de repugnancia. El alma humana rayada en birome. Grafittis de eras geológicas para un mundo espúreo y oculto.

* Los hoteles rosarinos/ese lugar neutral del mundo/ nos diluye y nos protege/Alejados del ruido de la guerra/ hacen olvidarse a los rivales/ a que vinieron a pelearse/ y los distiende bajo una pluz de toldos y de hojas/Los hoteles estos/ son el recuerdo/ de una melancolía que se queda en los vasos/y en los pocillos/La barre el mozo con un golpe de capa y trapo/y la empuja al cenicero/Melancolí flaca de la orilla/pedacitos de refranes/de santos memoriales/de cartas ataviadas con el luto/de algunas letras tachadas/de alguna media olvidada en un rincón/Melancolía arrodillada/pasada de moda, de boda, desabrida/ya estás tentada con dormir la siesta/ y cerrar las palabras/Estos hoteles te ahuyentan/ de un soplido como al polvo sobre el mármol/Es que estar parado/ sobre un piso de barco con pasillos y patios/intimida y amansa/y un supersticioso silencio nos adentra/como si con la llave nos dieran/ nuestro número de alma. Poema "Algunos hoteles" de Agustín Masquieti. Suicidado en uno por el año 1987.

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