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Sábado, 29 de agosto de 2015
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Fundación

Por Pablo Bilsky
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"No huele a nardo ni jazmín este aire transpirado y fofo, grueso como la carne y la grasa que nos cuelga y embota los sentidos. Estamos ante una fundación, y esta sopa inicial es caldo de difuntos, es el caldo difunto de nuestras pampas, la campaña del desierto, el genocidio del Paraguay, es sopa rancia y descompuesta, es magma caldón, es, señoretes, el guiso de difuntos, el revuelto Gramajo de la Parca. La Aglossa Pinguinalis nos ha parido, señores, y ahora se pasea y reclama, festiva, dando saltitos cortos, era para untar, era para untar, viene por sus podridos fueros, viene de la mano de la Piophila Casei, mosquita brillante y turgente que se alimenta, infinita y voraz, de la carne putrefacta de nosotros y nuestros seres idos. Este aire de Rosario es el mar Paraná donde nadan y engordan los gusanillos del queso que crece en la genitalia de nuestros difuntos, la podredumbre de los orígenes de esta sociedad que hoy festejamos, la fauna cadavérica, última fauna, la famosa last fauna de nuestros amigos ingleses", dijo el gobernador.

Aquel húmedo 19 de marzo Rosario amaneció vestida de fiesta, orlada con decoro, preparada con esmero para la jornada histórica. Antes del acto de cierre, en la Plaza 25 de mayo, antes de la magna misa en la Catedral, hubo desfiles grandes, festejos opíparos, paradas, bailetes y fastos en las calles de Rosario. Carromatos de Aldao, cabezones San Gregorio, gigantes bíblicos, aparatos venecianos de Santa Fe y monumentos Alcorta de humus se pasearon entre la población boquiabierta, atónita. Hubo grandes desfiles de vacas, toros y cerdos. Y los animales se mezclaron con entusiastas productores rurales disfrazados de vacas, toros y cerdos. El gobernador de la provincia, Luciano Couso Leiva, fue el último en hacer uso de la palabra. Pero algo empezó a fallar. Ya cerca del cierre de aquella jornada histórica, algo falló, y las palabras de Couso Leiva fueron mutando. Hubo problemas.

"La postrera sombra, totus porcus. Porcus, porci, porco, porcum, porco, porce. No soy yo esta nube de podre que me arropa y comenta. No soy yo estos monumentos y carromatos que se revuelcan malos entre el vulgo vil. Embelecos hechos de sangre, de humana carne y bosta. No soy yo sino la nube de podre que me arropa la que les grita y los denuncia infames, cobardes, falsarios, embelequeros y asesinos de niños en las pampas. Los cerdos hoy se arraciman, bailotean y cantan por las calles de esta querida Villa del Rosario. Que vean lechones copular. Que vean, fundacionales, la orgía de lechones. Habrá daguerrotipos que mostrarán cómo los cerdos, porcus, le aúllan al altar, como perros de leche aúllan, y habrá daguerrotipos, daguerrotipos que nos mostrarán la mala escena por siempre jamás, y se venderán en ferias de Pigalle, cerdos que aúllan como perros de luna, carne porcina en barra, de exportación, barra de andar, barra que penetra, pero qué romántico listón cárnico, dirán en París, antes de enchufárselo con fruición en el gaznate. Chancho, chancro, orden y progresio", agregó. Y sembró el estupor en la plaza.

"Un médico a la derecha, un sacerdote a la izquierda, una curandero allí, un sacamuelas acullá, una partera al fondo. ¡Este olor de masacre! ¡Qué escabechina! ¡Qué de muertos y cuerpos hinchados! ¡Qué hinchazón, qué inflación la del de vientre del cadáver al sol! No es el sol de Mayo de esta plaza el que nos empapa hoy, sino el vapor de cianuro de las carnes cansadas de los difuntos. ¡Puer porculatores fratres bufandeiros! Un médico allá, un médico acá. Vengan a mí, dotores. Vengan por favor. Que alguien me cure el ardor que enciende mis verijas", gritó Couso Leiva, ya demacrado.

Todo se preparó con tiempo y esmero para que aquel 19 de marzo de 1895 escribiera una página gloriosa de la historia de Rosario. Pero hubo problemas. No fue buena idea, por ejemplo, mezclar el ganado con gentes disfrazada. Una patota de toros atacó al productor de Villa Ramallo Luis Lamas frente al Correo Central. Fue un acto repugnante y violento, un gang bang bovino. Las viñetas y daguerrotipos que lo reprodujeron, sin ahorrar detalles ni inmundicias, engrosaron las arcas de los más pugnantes pornógrafos de Europa.

"El apellido del presidente de la sociedad que hoy fundamos, Don Henry Coffin, aquí presente, significa ataúd, y su ejemplo señero, ataúd, marcará el futuro de esta sociedad que hoy vemos nacer con este vaho malo que me muele y acosa. Y usted, Don Nicasio Vilas, tendrá una descendencia feroz, y llenará la tierra de esbirros y ácaros. Cerdos que engordan engordando cerdos de Catay serán, traficantes de humus. Mamá me trajo al mundo el Día de los Santos Inocentes y veo en ustedes, en cada uno de ustedes, un pequeño Moloch alimentado por la sangre y la carne de nuestros más antiguos niños. Vuestra bosta nos parió, mató a los indios para parirnos", señaló con esfuerzo el gobernador, ya visiblemente indispuesto.

Los cronistas de los diarios de entonces La confederación, El ferrocarril y El capital, que tanto y con tanto fervor habían militado por la formación de una sociedad de estancieros y hacendados, se vieron en un brete. Nunca imaginaron tener que ensayar una crónica que hablaba de cacas y cerdos violadores, de tanto tole﷓tole y de ese olor insoportable que cayó como un manto funesto sobre el acto, sembrando peste y muerte. El gobernador debió ser hospitalizado. Murió poco después en su Pergamino natal. No fue la única víctima. En una última siembra, directa y macabra, cinco productores rurales sembraron sus cuerpos hinchados en la Plaza 25 de Mayo.

"Chorros de vapores sulfurosos provenientes de la tumbas ubicadas junto a la Catedral se expandieron en el aire de la fiesta, letales como espadas, como espadas de un Atila de aire putrefacto, un aire sólido, cargado de esporas B﷓Gomensoros, cargado malamente", aventuró el cronista de El ferrocarrril. Otros hablaron de una vieja maldición. Vaya uno a saber.

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