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Lunes, 31 de agosto de 2015
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Letra y música

Por Víctor Maini
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--¿En qué nos habremos equivocado? Pensar que lo acunamos en tango y ahora escucha esa música y canta en otro idioma

--Tranquila, Negrita. No hay culpables, son cosas de la vida, algún día buscará la reconciliación, como pasó siempre... y si no estamos nosotros, lo estarán esperando los tangos que hoy detesta.

Este diálogo entre mis padres lo escuché al pasar y me quedó grabado para siempre. En aquel momento me causó risa y pensé que como en la mayoría de las cosas estaban equivocados por completo. Con la misma nitidez recuerdo el día en que escuché, también sin proponérmelo Anochecer de un día agitado, para nunca más ser el mismo. Los sábados a la noche Grandes valores del tango era como una catapulta que me expulsaba lo más lejos posible de la televisión, agrandando mi sueño de no regreso. En mi casa escaseaba casi todo, menos libros, discos y plantas. Entre helechos y dos canarios cantores, mi hermana huía de cortes y quebradas hundiéndose en la poesía. Una tarde usurpé su lugar, tomé un texto de un tal Pessoa, lo abrí al azar y me encontré con un poema mágico al que leí sin descanso hasta memorizarlo: "Si alguien toca un día a tu puerta/ diciendo que es un emisario mío/ no creas ni aunque sea yo/ que mi vanidoso orgullo no intentaría/ tocar siquiera la puerta irreal del cielo./ Pero si, naturalmente, y sin oír/ a alguien tocar, la puerta fueras a abrir/ y encontraras alguien como a la espera/ de tocar, medita un poco./ Ese era Mi emisario y yo y lo que intenta/ mi orgullo que desespera./ Abre a quien no llama a tu puerta". Siempre tuve una negación con el idioma inglés, la voz de John era un instrumento más para mí, pero pensaba que su mensaje era tan bueno como su música. Mi imaginación quiso que el simple rayado que sonaba en mi combinado, La vi parada ahí, dijera algo parecido a mi primer poema. Abrir alguna vez una puerta intuyendo que detrás aguardaba silenciosa mi alma gemela, contar con la sensibilidad necesaria para escuchar los golpes del otro corazón. ¿De eso se trataría el amor? Los Beatles tenían que saberlo. Badía tuvo la culpa. Entre descargas y pilas gastadas, orientaba mi Spika con la intención de escuchar en radio Del Plata mi programa favorito, Beatlemanía, "una etapa inolvidable de la música contemporánea". Juan Alberto noche a noche comenzó a traducir mis canciones, programa a programa me fui desengañando. Sin saberlo portaba anticuerpos desde la cuna, historias, filosofías y la poesía cruel de no pensar más en mí. Tenía mi música, pero me faltaba la letra. Por suerte a Spinetta, Abuelo y Nebbia, entre otros, les pasó lo mismo y decidieron torcer la historia. La música urbana que me cobijó en aquel momento, hoy en día es el legado más auténtico que puedo dejarle a mis nietos. Nada está cerrado todavía, siento que me sigo buscando y al igual que ayer tampoco estoy solo en mi camino. Las otras noches, casualmente, me sorprendió desde la pantalla de mi televisor, Daniel Melingo con su obra de arte en la que unió a Tormo con Moris, fue como mirarme en un espejo. De tanto en tanto vuelvo vencido a la casita de mis viejos, a pesar de que hace tiempo que se mudaron al galpón de mis recuerdos, me gusta pisar las calles del barrio de mis sueños tan ardientes en horas de la madrugada, lejos de ruidos de motores, bocinas y gritos. Camino liviano, sin la obligación de cuidar posesiones, casi como un linyera. Según mi estado de ánimo escucho al viento que me trae lamentos para nada extraños, Confesión silbado por mi viejo o la voz clara de mi madre cantando Madreselva, signos culturales que me siguen acunando, regalándome identidad, pertenencia, alejándome de lo superfluo que sólo me demuestra que de nada sirve escaparse de uno mismo.

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