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Miércoles, 6 de septiembre de 2006
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UNA TARDE EN EL ALTAR DEL BOLERO

Por Eugenio Previgliano *
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Te llevaste un pedazo de mi vida leo cuando apenas entro, y pienso entonces que podría yo mismo suscribir esta frase que finalmente me huele al incienso que deflagra en el altar del bolero, pero no, no es un bolero de esos que ﷓si hay un cielo﷓ cantará cada noche mejor Agustín Lara: es un epitafio que leo yo que estoy vestido con una camisa azul y un sombrerito huarpe tejido en lana de llama, no por elegancia, abrigo ni coquetería sino como señal de respeto y prevención porque estoy parado ﷓no debo olvidarlo﷓ en un cementerio judío y la lápida en cuestión tiene además unas escrituras en la piedra en caracteres hebreos que a mí me resultan ilegibles y la que leo es la primera que encuentro al lado de una fila de cipreses que delimitan un senderito embaldosado que no lleva más que a una pared gris cubierta de verdín que cierra este pequeño cementerio que durante tanto tiempo he buscado y recién ahora encuentro.

Contrasta el epitafio para el buen esposo con la historia de este pequeño cementerio; para tratar de falsar las narraciones que me han llegado busqué, según me dijeron el nombre del propietario de este predio, y encontré una dirección en calle Pichincha: el cementerio ﷓dicen los fríos documentos que tengo sobre mi escritorio﷓ está en la localidad de Paganini y la sociedad dueña ﷓me han contado﷓ se formó para dar amparo a los miembros de la mafia judía, la Zwi Migdal, que habían sido expulsados de la Asociación Israelita y anatemizados por rabinos y creyentes y en consecuencia, por más piadosos que pretendieran seguir siendo, no podían ser enterrados ﷓de muertos﷓ en el Cementerio Israelita.

Hay sin embargo paz en este predio de apariencia inocua. Las tumbas en hilera y el silencio de la tarde amortiguan el ruido de un camión a lo lejos pero no hay ﷓y esto me inquieta﷓ un "Stat Jus" que advierta a los caminantes sobre el destino final que a todos espera.

Hombre importante sé que dice la escritura hebrea que yo no sé leer; tu esposa es quien firma esta manifestación; me llama la atención, aunque ya había visto cerca de Ubajay otro cementerio israelita con una disposición parecida, que las lápidas no recuerdan al sr y sra Cohen, como en el cementerio israelita viejo sino que evocan el paso del hombre importante por su propia cuenta. Abundan, sin embargo, sobre una mitad las tumbas de mujeres y en otra de varones.

Le dedica este recuerdo su compañero dice una entre las estelas que recuerda a una mujer; contra lo que yo esperaba una sola puerta permite el acceso al camposanto hebreo; sus amigos son en otra lápida quienes recuerdan a otra mujer fallecida en los años treinta.

De Varsovia explica grandilocuentemente una leyenda respecto de una señora de treinta y seis años que aquí yace, como explicando que no fue arrancada de un pueblo, obligada por su familia o engañada, tentada, engatusada por cafishos milongueros que recalaron en Pichincha y a quienes aún hoy, incluso desde el gobierno municipal, se los celebra.

Ci yacet ﷓pienso﷓ alguien de quien se dijo que en vida fue muchachita engañada en Lodz, en las cercanías de Cracovia, quien sabe en barrios pobres de Wroclaw, capaz que en Siedlce, que atravesó el mar con ilusión, con promesas de un matrimonio, de una familia, de una opulencia que jamás llegaría, enfrentada a la profesión alegre, sufrida y femenina de satisfacer varones.

Tal vez ﷓se me ocurre﷓ una o varias sean la Estercita de Delfino a quien entre el humo y el último tango pal' cotorro llevaba el bacán, a pesar de que ella ﷓anotó Delfino en su tango﷓ se sentía sola y cuando lloraba le decían que era por el champán. ¿Le haría doler la barriga?

Me veo tentado a callar los nombres de los varones que aquì yacen, y siento curiosidad todavía por esto de la engañifa: uno de los delitos más graves es la corrupción ﷓anotaban los jueces Oribe, Ortiz de Rosas y Coll en su fallo contra los rufianes de la Zwi Migdal﷓ por cuanto el victimario es siempre un sujeto amoral y repulsivo, cuya sola permanencia en el seno de la sociedad constituye un inminente peligro, y la víctima, infeliz mujer, engañada o atemorizada al comprender la involuntaria situación de inferioridad moral en que queda con relación a sus semejantes, por lo general, en un rasgo de decepción o desgastada por los hechos mismos, su voluntad continúa en esa vida de vicio y miserias, para servir después como intermediaria en otros delitos análogos, hasta llegar a su vez a cometerlos. ¿Qué pasión de bolero, amor de una noche, pesar de un suspiro mueve a estos doctores de la ley en su fallo? ¿Cómo es este despertar moral del año treinta lleno de piedad para la infeliz mujer en una sentencia por asociación ilícita contra alrededor de cuatrocientas personas de origen polaco que militaron en la Zwi Migdal con su fachada alegre y trágica involucrando en sus acciones quien sabe a cuantos más, judios, cristianos ó quien sabe árabes musulmanes y callados? ¿Qué es esta fuerza atroz que se manifiesta incluso dentro de la misma Asociacion Israelita de Beneficencia de Rosario que en 1931 expulsa a los mafiosos de condición judía de su seno y los deja literalmente sin donde caerse muertos?

Estas y otras preguntas rondan mi espíritu a la sombra de la doble hilera de cipreses en este altar que es el cementerio de la Sociedad Hebraica en Paganini; tal vez estos cipreses, esta puerta tapiada, estas tumbas abandonadas, este espíritu trágico de tango, pasión y bolero que rondan el predio sean la contracara de los festejos municipales, el contraborde que necesita la fatua alegría del recuerdo de Pichincha para seguir sosteniéndose.

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