La entrevista era allÃ, donde rezaba el cartel de plástico. Le llamó la atención el sitio solemne pero en su profesión de entretenedor y payaso siempre pedÃan cosas extrañas a las que estaba acostumbrado. Una doctora que necesitaba sorprender a su hijita; un cirujano y su párvulo, un compañero de oficina en su dÃa de cumpleaños. Asà que no dudó ni un momento y toco el timbre. Apareció un gordito calvo, elegante que al mirarlo de arriba a abajo en su disfraz de león sólo atinó a levantar las manos y pedirle que no se iba resistir, que no disparara. El actor, embutido en una melena y una cabeza de felino sostenÃa un cetro que parecÃa aser un arma. Alguien, un gracioso anónimo le habÃa dado ese sitio como entrevista laboral, ese lugar de venta de cereales en negro y lavado de billetes.
"Casi todas mis entrevistas con los jefes de los estudios terminaban igual. Tengo arruinadas las rodillas de tanto estar agachada debajo de los escritorios", confesaba despiadada consigo misma, penosamente Marylin Monroe poco tiempo antes de partir hacia un mundo más amable.
Es la historia de un músico de jazz extraordinario quien habÃa batallado contra las empresas de discos. Cuando se vio en tinieblas, adicto y sin un cobre tuvo que recurrir a una entrevista con el mandamás de una disquera. Este lo atendió e hizo la pregunta fatal. "¿Puede usted demostrarme que toca bien?". El negro fue hasta al auto viejo, extrajo su saxo y estuvo tocando sin parar con arte y dolor durante horas hasta que la policÃa lo acalló. En la celda, los prisioneros le pedÃan autógrafos y el guardia le alcanzó el instrumento con la condición de que toque cuanto quiera pero bajito para que no se queje nadie.