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Lunes, 18 de enero de 2016
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El Nalo

Por Víctor Maini
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Posiblemente se trate del último cafetero. Trabajadores de la calle, comercios, distritos y hospitales del barrio Alberdi, lo aguardamos como perros pavlovianos, a la misma hora de cada mañana. Desconfiado cual caballo tuerto, cobra por adelantado, anota cada operación en su billetera y no practica el fiado bajo ninguna circunstancia. Regala a sus clientes trozos de una filosofía callejera amasada en asfalto, sudor y pasión como piezas de pan caliente. Grandes fábricas y laboratorios contaron alguna vez con sus servicios, pero el escozor que le producía la frase "bajo relación de dependencia", junto al pájaro que aún habita en su pecho, lo obligaron a convertirse en un zorzal al servicio de un ejército de gorriones. Ambos creemos en la conversación como mejor método para intercambiar sentires, ideas, conocimientos. Con el objeto de finalizar una partida de ajedrez literaria, me invitó a continuar la discusión en una noche de pesca. Mientras encarnaba con destreza, rompió el silencio desde la soberbia. "Los hindúes se equivocan cuando dicen que dios duerme en las piedras, sueña en las plantas, despierta en los animales y actúa en el hombre. Les faltó decir que habla en el río. Toda voz es una vibración y la génesis está en el agua", dijo. Me aseguró que el Paraná, no sólo nos trae todas las voces de la creación, también sabe llorar y reír. Agregó que las palabras que el viento arrastra son de más difícil localización, pero aquellas que caen en ríos o arroyos siempre vuelven con su arrullo o en el repiqueteo de la lluvia. Concentrado ante el llamado de una de las cañas, recogió en silencio una boga de gran tamaño, la liberó del anzuelo y la devolvió a las aguas. "Sólo pesco para tomar conciencia", murmuró como pensando en voz alta. Interpretando su repetida pose de profesor de escuela secundaria, pasó a detallar. "El aire y el agua son dos fluidos, los peces no ven el líquido por donde nadan como nosotros desconocemos el oxígeno que nos rodea. Ignoro si dicho pez se dio cuenta de lo cerca que estuvo de convertirse en pescado, pero a mí me sirvió para tomar conciencia de todo lo que tengo antes de perderlo, de lo poco que necesito para vivir...". Inesperada fue la tormenta que adelantó nuestro regreso. Parado sobre el extremo sur del muelle, con sus brazos extendidos como un cristo, recitó en voz alta palabras de Galeano, desafiando al viento, con la clara intención de que cada estrofa acuatizara sobre el lomo de un río despeinado por la sudestada, "Silba el viento dentro de mí. Estoy desnudo. Dueño de nada, dueño de nadie, ni siquiera dueño de mis certezas, soy mi cara en el viento, a contraviento, y soy el viento que golpea mi cara". Antes de despedirnos, extrajo desde su vieja camioneta el clásico termo azul, me sirvió un café acompañado de estas palabras: "Nada me debe, tómelo como un obsequio de la casa, como un presente de corazón de su amigo, El Nalo".

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