Conocerlo fue corporizar una voz repetida hasta el cansancio por distintas radios, el winco de mi hermana o la burda imitación del cuervo Bianchi en los recreos sin pelota. Trepado al tablero sur de la cancha de básquet del club Unión y Progreso, cual Pinzón en el carajo, pude descubrir su figura sobre el escenario junto a la de su compañera Carola durante un show fugaz, una noche de carnaval. En mi adolescencia me lo crucé por segunda vez. Aprendà que la obra de un artista siempre es más imponente que su propia presencia. En aquél momento, ahora tampoco, no contaba con métodos originales para acercarme al sexo opuesto. CumplÃa paso a paso los trámites burocráticos, asistÃa a los bailes, invitaba a bailar, pasaba la prueba de las lentas, conseguÃa una cita. Los domingos por la tarde sólo oscurecÃa de repente en el cine de mi barrio. Noche artificial sin estrellas, diálogos nerviosos en el mudo lenguaje de las manos. El film, una excusa, un tren que pasaba tan cerca y tan lejos a la vez como en la visión rutinaria de un guardabarrera. Alguna vez, alguien, proyectó sobre la vieja tela El dependiente. En ese tren viajaba yo. Imposible entender la profundidad de su trama para alguien que no habÃa vivido lo suficiente. Me dejó perplejo su trasfondo, silencios, gestos, diálogos, cuchicheos, costumbres, cosas que todos los dÃas ocurrÃan a mà alrededor. En la escuela me habÃan preparado para ser un señorito inglés, un habitante del continente europeo sin ciudadanÃa, un admirador del arte universal, de sus tragedias, comedias, ficciones, que por supuesto no incluÃan a estas tierras. Lo nuestro, coletazos de la barbarie, supersticiones, dialectos, artesanÃa, un submundo que más que ignorarlo era mejor esconderlo. Leonardo me regaló la llave para escapar de esa mentira. Todo su cine lo llevo conmigo. Si la última batalla se desarrolla en el campo cultural, aquella pelÃcula fue mi primera imaginaria, mi instrucción inicial. Música, literatura, historia, ideas, militancia, se fueron encadenando detrás de aquel primer eslabón. No acostumbro a escribir para la ocasión. Ignoro si estoy cerca de la fecha de su natalicio o de su partida. Este homenaje surge de una necesidad. En tiempos en donde el pasado vuelve a presentarse delante de mÃ, inéditamente llamado por el voto popular, siempre es mejor volver a las fuentes con el fin de recobrar fuerzas para emprender la misma lucha. En este contexto juego a que el artista me escucha: "Leonardo, gracias por tanto. Los sueños no se rinden. Si de algo te sirve, te cuento que no estás muerto del todo por aquÃ. TodavÃa... todavÃa no morÃ".
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