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Sábado, 27 de febrero de 2016
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Atomo y orquídea

Por Miriam Cairo
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Uno

Viene hociqueando como un átomo tironeado por dos ideas. Con su aspecto, vagamente interplanetario, avanza con un pie delante del otro, para disimular su especie. Utiliza las puertas para ingresar en el bar. Levanta la mano hacia donde está el mozo en señal de saludo, luego se inclina prudencialmente hacia mí para darme un beso. No entra por completo en mi boca. Advierto que todo lo que es, llega a manifestarse.

Dos

Trae consigo esa música de orquídea voladora que acalla el estruendo de la luz. Quiero que se abra la otra puerta, dice con voz de musa travestida de esperanza, y yo le digo, oh. Mi oh existe con la misma suavidad de la orquídea y con el mismo tironeo del átomo. Mientras uno de los dos exista el otro dirá oh. Advierto que todo lo que se manifiesta llega a ser.

Tres

Sigue trayendo la misma seguridad de vivir que tienen los átomos y las orquídeas. Me dice que debo oír ese ruido en el suelo del bar. Es el ruido del desplazamiento, de la escritura. Entra y sale de mi boca dos veces, tres. Tiene derecho a hacerlo. Sospecho que a veces el mozo del bar no lo ve. Tal vez haya noches en las que el mozo no exista.

Cuatro

Tomo nota de lo que ocurre al instante en el que entra en el bar para hacer un análisis preciso de la realidad. Estas notas han de corroborar que la realidad no necesariamente se liga con lo que ocurre. Presiento que hay un error en esto de hacerlos coincidir. El me lo vuelve a confirmar cuando saluda al mozo que no lo ve y entra por mi boca soberanamente. Se queda allí largo rato. Es imposible pretender que el mozo lo vea y lo salude cuando me trae el café.

Cinco

En el bar las cosas son más fáciles, más difíciles. Dentro de mi boca él es inmenso e invisible. Untuoso. Atómico. Floral. Su talla es preciosa. Su prestancia, púrpura. Su género, ambidiestro. Sus lágrimas sólo aparecen cuando sin querer lo he mordido y me doy cuenta de que los géneros literarios son hostiles a sí mismos. Los empujo con la lengua y se descontrolan. El se me pega en el paladar y utiliza todos los latidos del corazón para salvarme.

Seis

Lo de siempre. El mozo no existe y él lo saluda cuando sale de mi boca. Es como el esqueleto de una mariposa, el carozo de un cometa, el caparazón de un crisantemo, los huesitos de un poema.

Siete

Al fondo del pocillo de café hay un verso muy antiguo, casi vivo. El mozo del bar no lo reconoce. Creo que ni siquiera lo ve. Y llueve. Parece una tormenta demasiado grande para un pocillo tan pequeño, pero recuerdo algo sobre el átomo y la orquídea que nace en el pocillo y se prolonga hasta adentro, bien adentro de mi boca, donde está él.

Ocho

Para empezar, sus ojos siempre están entrecerrados y los labios entreabiertos. O son mis ojos, y mis labios, no sé. La respiración parece insuficiente, entonces respira por mi boca o yo respiro con la boca de él, no sé.

Nueve

El eclipse de una aureola de relámpago cae justo en el centro del poema. Oral y presente. Se siente untuoso en la boca. Frutal. Mineral. Animal. El poema no está dentro del pocillo de café. Lo tengo dentro de la boca. Debajo de la lengua. Los géneros literarios están muertos desde hace miles de años, pero existen. Y no son verdad, pero existen.

Diez

El mozo no me ve. Habla con él directamente. O no existo o todavía no llegué. Raro, porque siempre creo ser yo quien lo espera. El poema es un animalito cuántico que bebe leche de orquídeas. La membrana de lo real se hace traslúcida y deja ver que ocurren cosas que no existen pero que en su corazón de orquídea son más verdaderas que la mismísima verdad.

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