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Domingo, 6 de marzo de 2016
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Los 22 minutos que conmovieron al mundo

Por Javier Chiabrando
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Como ustedes sabrán, mis fuentes son amplias y diversas: revistas leídas en el consultorio del dentista, El Chavo, películas de tiros y libros mal traducidos. Y en alguna de esas fuentes supe (aunque ahora me suena exagerado) que 22 minutos fueron los que demoró en tocar tierra la bomba que destruyó Hiroshima. 22 minutos que el hombre que ejecutó la orden genocida aprovechó para rajar de ahí para no sufrir en carne propia lo que quería causar en carne ajena.

22 minutos es mucho tiempo. O poco. Depende para qué. 22 minutos de una película iraní es mucho más tiempo que 22 minutos de una película de porristas que bailan bajo la lluvia. 22 minutos de un partido de fútbol es un coito interruptus. 22 minutos de la visita de los suegros es la eternidad misma. 22 minutos riendo te puede sanar. Y llorando te puede sanar más aún. Que el papa reciba 22 minutos a un pecador y ateo como yo, sería un elogio, pero que reciba 22 minutos al presidente de su país es un desprecio o una lección.

22 minutos le lleva a un economista decir lo que hay que hacer para salvar el país. Y otros 22 le lleva darse cuenta de que todo lo que dijo no servía para nada. 22 minutos les llevó a la clase media pasar de creer que era la parte del Titanic que tenía reservado un lugar en los botes, a quejarse por el precio de los botes. En 22 minutos se hundió el Titanic (al menos en los últimos 22 minutos). En 22 minutos cayeron países y sistemas. En 22 minutos se derrumbó el muro de Berlín. 22 minutos de reflexión le llevó a los radicales sumarse a este papelón histórico. 22 minutos le llevó a de la Rúa llegar del sillón de Rivadavia al helicóptero.

22 minutos le llevó Mauricio de la Rúa pasar de parecer un liberal moderno a mostrarse como un especimen de la derecha troglodita y omnívora. En 22 minutos dejó de ser el pibe que proponía cambios y felicidad para transformarse en algo muy parecido al Turco que lo Reparió: mismo plan, mismos jefes, mismos furcios. Los 22 minutos siguientes los destinó en volverse algo peligrosamente parecido al Gran Dormilón Fernando de la Rúa: Aire confundido, pocas y repetidas palabras, ideas obtusas, propias de quién no lee ni las solapas de los libros.

22 minutos le llevó a Mauricio de la Rúa comprender que no podía llevar al presidente francés a ver algo de factura propia, de su gran gestión en la ciudad, porque no la tenía, y verse obligado a llevarlo a ver méritos del kirchnerismo: CCK, Tecnópolis (a Hollande lo hubieran llevado a la rural a ver vacas... hollande argentina... ja...). Con los 22 segundos que le sobraron iluminaron el edificio del CCK con la bandera de Francia al vesre. Pero fue para demostrar que con él cambia todo. Que a nadie le extrañe Obama baje del avión siendo blanco, a lo Michael Jackson.

22 minutos es lo que le lleva a un argentino que pide políticas de estado aplaudir cuando se arrasan las políticas de estado que no le gustan. Otros 22 minutos le lleva agitar el fantasma de la grieta y luego fomentarla pidiendo balazos Taser para la negrada. 22 minutos les lleva no poder llenar la plaza y decir que es porque los que votan a Mauricio de la Rúa son toda gente de trabajo. 22 minutos le lleva a un país revivir a un muerto para que vuelva a morir según los intereses de turno.22 minutos les lleva dar un golpe de muerte a la credibilidad de la justicia.

22 minutos le llevó a los conversos y ultraconversos socios de Mauricio de la Rúa llegar a la conclusión de que era un bluf, que si decía en campaña lo que haría nadie lo iba a votar (la verdad, cantó muchas de las macanas que haría y el antikirchnerismo lo votó igual, como se vota al verdugo). Es que estos panqueques nunca vieron los 22 minutos de la película El Padrino cuando don Corleone aconseja a su hijo Santino: "Nunca digas lo que piensas".

22 minutos le llevó al nuevo gobierno bajarse los pantalones ante los fondos buitres. Hasta una prostituta regatea más. En 22 minutos endeudaron al país por 22 generaciones. 22 minutos le llevó hacer saltar el dólar a 16 mangos, respetando una receta fabricada por hijos de puta de alto calibre cuando todos saben (sabemos) que a cualquier receta hay que adaptarla a gusto de los comensales, que son los que pagan la cuenta. En 22 minutos hicieron la más grande transferencia de recursos de pobres a ricos de la historia.

22 minutos duró la luna de miel de este gobierno con su pueblo, en realidad un pueblo prestado. En los países serios por ahí te aguanta un día o dos. Acá duró 22 minutos y después llegaron los despidos y las represiones, la prepotencia y las mentiras, la improvisación y los infinitos favorecimientos a los amigos, parientes, novias y vecinos.22 minutos les llevó pasar del amor a los palos, como ciertos matrimonios. 22 minutos en tener la impericia de generar una corrida cambiaria y una inflación a punto de volverse hiperinflación.

22 minutos les llevó a sus alcahuetes sacar los pies de plato y volver a los vicios de siempre. Como no son convocados desde la ideología, no se sienten parte de ninguna revolución de la alegría, entonces la televisión y los diarios va volviendo lentamente a los que el gobierno quiere esconder: la inseguridad, el pánico por el aumento del dólar, el aumento descabellado de las cosas y el aumento descabellado por venir. 22 minutos se llamará el noticiero de moda.

22 minutos es el tiempo que consume dar un discurso en el Congreso donde no se le dice al país cómo van a ser las cosas. Para llenar esos interminables 22 minutos tuvo que repetir varias veces las mismas frases y palabras, arengar como lo haría un técnico de futbol en un partido de solteros versus casados, y echarle la culpa al árbitro de cada pase mal dado, de cada pifiada.

22 minutos le llevó no hablar de producción, industria, aumentos de los servicios, endeudamiento, devaluación al voleo, represión, Pymes, y un largo etcétera que incluye cuestiones de género, derechos humanos, el trabajo para los jóvenes, el CCK, y siguen las firmas. Es impresionante todo lo que se puede no decir en 22 minutos. Hasta 22 minutos de silencio pueden ser más fáciles de sobrellevar.

En 22 minutos se puede destruir casi cualquier cosa. Una ciudad. Un estilo de vida. Un país. Pero construir algo en 22 minutos es casi imposible, y menos algo bello o duradero. Eso lo sabe cualquiera que ame la vida. Los que odian lo ignoran porque no leen libros ni saben escuchar. A veces lo construido en estos 12 años parecen 22 minutos porque se nos hizo corto, entre tratar de entender, tratar de sumarse, luchar contras las contradicciones propias y ajenas y contra el embate del verdadero poder que no deja nada en pie.

Y al fin están los 22 minutos que conmovieron al mundo, los 22 minutos donde el Papa, para decepción de los creyentes, se sacó la careta en plena selfie y se plantó en el escenario como lo que es: un cuadro político incluso antes que un hombre de fe. Los papas anteriores cerraban acuerdos con la CIA y los nazis, pero en total secreto. Bergoglio destinó 22 minutos para hacer política sin careta. Ya volverán las fotos rezando y comulgando. Eso es inevitable. Pero esos 22 minutos, más propio de un indignado que toma las plazas que del santo padre de todos los hijos del señor, no se lo saca nadie.

Para mala suerte de Mauricio de la Rúa, ese momento sucedió frente a su cara y a la de su esposa, decorada de Morticia, y a la que a esta altura debería estar cobrando un sueldo (y quizá lo cobre) por poner la cara y sonreír incluso cuando no hay nadie para ver ni saludar. Eso confirma que el hombre, efectivamente, tiene mala suerte, y es contagiosa. El papa llegó, lo despachó enseguida y le dio a entender que una cosa es haber llegado al poder haciendo política y otra aprovechando los 22 minutos de amnesia de un país. Continuará... en 22 minutos.

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