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Viernes, 18 de marzo de 2016
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No podía contarle eso

Por Rubén Leva
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El nunca había salido de caño. Apenas una vez se había animado a meterse el tramontina en el bolsillo del buzo y esperar detrás de la empalizada de un edificio en construcción a que pasara un punto. Se acordaba bien de eso, claro que se acordaba, si dejó pasar a cuatro o cinco antes de agarrar coraje para parar a uno. El tipo venía caminando lo más piola, con las manos en los bolsillos. Entonces él se cubrió la cabeza con la capucha y le salió al cruce. El tipo lo miró y medio paró como para darle paso. No había entendido. Al principio parecía no haber entendido, el tipo. Entonces él le dijo algo, mejor dicho, le quiso decir algo, algo así como dame la guita, pero le salió una cosa rara, le salió un dmmlgta. El tipo lo miró y preguntó ¿qué? Entonces él repitió: dmmlgta. El tipo, aunque no comprendió las palabras, empezó a entender y sacó las manos de los bolsillos y las dejó caer al costado de las caderas. ¿Ya estaría entregado o se estaba preparando para armarle un bardo? El lo miró, lo estudió entrecerrando sus ojos marrones y pensó ¿no se me va a parar de manos este gil? ¿Y si es un cobani? Y sintió la boca seca, la lengua como un trapo, como un pedazo de estopa reseca pegándose contra el paladar, la lengua que hubiera querido humedecer los labios pero que no conseguía salir de la boca, entonces la acomodó almohadillando los dientes para que no se golpearan entre sí porque si eso pasara sería una cagada, una flor de cagada, capaz que hasta se agrandaba, el chabón. Pero no, el tipo le dijo "¿Qué querés?". Se lo dijo fuerte, levantando la voz, se lo dijo desde arriba, porque era alto el tipo, se lo dijo enojado, mirándolo feo, con esos ojos negros como de carbón reluciente que tenía. Entonces él le mostró el cuchillo que hasta ese momento traía a un costado de la cintura, medio oculto debajo de la camisa. Lo levantó para que el tipo lo viera bien e hizo el gesto de clavar para que entendiera, para que no le quedasen dudas. Y lo vio, el tipo lo vio, pero no parecía que le diera mucho miedo ¿se lo clavaría si se retobaba? No lo sabía, pero sí, iba a tener que hacerlo, nomás. Dame la guita, dijo de nuevo, y esta vez le salió clarito, esta vez se entendió lo más bien, se ve que ya se estaba acostumbrando, será eso, pensó, cuestión de costumbre, como la primera vez que cogés, como él aquella noche con la Brenda, al principio estás todo cagado pero después es fácil y hasta te llega a gustar. El tipo metió una mano en el bolsillo y sacó cien mangos y se lo dio. El agarró el billete y dijo: más, dame más, dame todo lo que tengás. El tipo volvió a gritar: "No tengo más, tengo eso, no tengo más". Vamos, dame la billetera, amigo, dijo él, agitando el cuchillito, mirá que si no... No tengo billetera, dijo el tipo, ahora como en un susurro de bronca, y se palpó el bolsillo trasero del pantalón, como para mostrarle que no llevaba billetera. Él se puso en guardia, por las dudas. "No tengo más, te digo, no uso billetera", volvió a gritar el tipo. Y éste por qué grita tanto, estará buscando que venga la yuta, dale, gritá nomás, si total nadie te va a ayudar, pensó él, justo en el momento en que pasaba una vieja por la vereda de enfrente haciéndose la boluda. No entendía bien por qué gritaba, pero ya le estaba desconfiando, no le estaba gustando como venía la mano. Entonces se sintió bastante satisfecho con su primera vez y dijo: Bueno, ya está, ya fue, y dio media vuelta y salió rajando. El tipo no dijo nada, no gritó no pidió ayuda, nada. Bien ahí, el tipo. Eso fue un alivio. Qué iba a hacer con cien mangos roñosos. Una miseria. Pero por ese día ya era bastante, por lo menos se había desvirgado. Para festejar pintó invitar a los pibes a escabiar unas cervezas y fumar unos fasos en el quiosco del Rengo.

Pero ahora que quería salir de caño con el Moncho no podía contarle eso como un antecedente piola, este yeite de pendejo pajero no le iba a servir para chapear, era una cagada, tendría que inventar algo mejor para que lo lleve.

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