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Miércoles, 13 de abril de 2016
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As de trece

Por Julio César Quinteros
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a) 'anotaciones acerca de el humano y sus secreciones'

Lentamente, espaciados, posados en circulares bandejas de metal, atravesando la ventana que comunica el salón con mis manos laboriosas, llegan grupos de pocillos sucios de café, algunos a medio terminar, mugrientos, rebosantes de humanidad consumada. Lenta, pausadamente, acompañados por el ritmo de la camarera, los objetos llegan a la cocina y van sumergiéndose en una turbia agua de detergente, café y restos de gaseosas aguadas. Allí descansan breves instantes hasta que mis propias antedichas manos les desprenden la mugre, les enjuagan el blanco a las porcelanas, el trasluz del brillo a los vidrios, con una esponja amarillo y verde. Hay veces en que contienen restos de sobres de azúcar o edulcorante aplastados entre el fondo de café del pocillo y el culo del vasito de soda vacío, encajado dentro, lleno de cenizas, restos de papel, colillas de cigarrillos asquerosamente empapadas en lo que fuera un pálido cortado liviano, espumoso. Las cucharitas vienen en grupos dentro de los vasos de trago largo sumergidas en restos de soda opaca, sucia, sin gas. Una vez ingresada cierta cantidad y separados por sectores tácitos en el fondo invisible de la bacha llena de espumoso detergente: comienza un intenso lavado y enjuagado que acumulan vajilla húmeda en una vasera algo vieja y oxidada por sectores pero harto útil para el escurrido. Los sonidos se mezclan con el trueno constante y nada creador del extractor de aire, amplificado en la inmensa campana bordó de antióxido y las heladeras que tiemblan metálicamente. La radio descarga una voz que dice los resultados del fútbol del campeonato que terminó ayer y pronostica los del que comienza esta noche, apenas audible, nada graciosa.

Lavo vasos sin mirarlos. Siento el agua tibia y las formas no exactamente iguales de los vasos que, enjabonados, se detienen un momento esperando ser enjuagados. Siento lo resbaloso del detergente, corrosivo a mi piel. Miro. Veo el lugar de cada vaso, frágil. La esponja y sus dos lados marcadamente diferentes juega en mi mano derecha, se mete con impune acrobacia en las bocas hasta tocar fondo y sale satisfecha, limpiando todo vestigio de humano que pueda haber quedado entre el vidrio el líquido y el aire. Un ruido, sordo, me abre la vista hacia la izquierda: la cara redonda y delgada de la camarera asomando pregunta si tengo vajilla limpia y si se la puedo alcanzar cuando pueda, por favor. Detrás de su voz, pero por sobre todo lo demás, rueda un rumor de gente en acción, en palabra y tintineo. Un fresco rumor de humanos funcionando. Sí. Mis dos respuestas a sus preguntas son: sí. Marcha, agradecida en un murmullo amortiguado, retornando a sus labores en el salón helado de acondicionador del aire. Enjuago mis manos, las seco pobremente en el delantal, grueso, y acerco la bandeja con algunas cucharitas para el café y vasos boca abajo, escurriendo, hasta la ventana. Abro la trampa y el rumor se traga mis oídos. Ruidos varios, voces. Voces y música: imposible descifrarlas, ambas. Recibo una bocanada de aire frío del salón, falso fresco aire. Bajo la trampa de la ventana y retorno a mi cápsula, a mi cosmos. Seguro en la soledad descanso en el rincón un inmenso minuto, el reloj marca la hora diecinueve y cuarenta, López debe estar llegando a 'el Susto'. La voz de la radio se va adelgazando hasta silenciar su descarga monótona y su falta, el silencio, me despabila. Aprovecho la oportunidad para desconectarla con la clara intención de encenderla dentro de un rato, descansar los oídos. Veo en el recuerdo 'el Susto' amarillento y cálido, con sus hileras de botellas de otros siglos en la pared del fondo del estaño y éste, enorme, imponente, soportando codos y vasos, ceniceros atestados y monedas que caen cada vez con peor gracia, las recuerdo con los ruidos, cada vez más nítidos, que me envuelven. El trueno, el rumor de heladeras.

Las voces sobre todo, sin aire fresco, voces no más.

Retorno a la pileta y sigo lavando, enjuagando sólidas piezas. El agua. El ritmo de los vasos y la vajilla sucia de labios ajenos y café y espumas casi secas ya que caen bajo la acción de la espuma nueva, el detergente. Lo resbaloso del detergente que hace resbalosos a los objetos. De súbito recuerdo: ayer, mientras preparaba la mezcla para cocinar panqueques, salpiqué mis pies desnudos en frescas sandalias con volátil harina.

Un rato más tarde cayó fresca agua sobre ellos, pobres cansados pies y pensé en el pan, en los zapatos de pan del Salvador, en los pies del Cristo, si es que hubiese, en el pan que El legara. En el Cristo que pintara el Salvador al cual difícil es verle los pies. Las voces me daban estos matices, estos destellos aburridos de la gracia. Las voces apagadas del salón y las más apagadas aún de mis recuerdos. Vívidamente opacas, devolvían la imagen de una sonrisa a mi cara, indescifrable. Jubilosamente, descubro la propia misma mueca y retorno al instante, al momento de gracia que estoy experimentando. Giro.

No caigo y sigo trabajando en armónicos, húmedos movimientos. La hora continúa su discurrir. En cualquier momento llegará el negro 'Noway'. El reloj así lo indica.

(continuará)

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