Siempre pido agua en cenas de negocios. Pero esa noche necesitaba una cerveza que me saqué de la estandarización de la vida. El plato de entrada, abundante como para no tener que pedir nada más. El principal, la misma carne con rúcula y parmesano, ensalada de frutas y el café. La charla acartonada. Un poco de la familia, por arriba, para no mostrar los puntos flojos. Y después empiezan las mentiras: las ventas excelentes, los gastos de estructura, los márgenes bajos. Con la cerveza, toda esa mierda desaparece.
Pero tomé de más. Empezaba a confundir los nombres de los proveedores. Me levanté con el mismo equilibrio que un bebé de ocho meses y fui al baño. Estaba borracho, meé la tabla y el piso. Me mojé la cara con agua frÃa y cuando me vi en el espejo, pensé en lo que siempre decÃa Pancho: "Las hormigas te matan por dentro". Estaba seco, gastado, el que me miraba desde el espejo era alguien que no conocÃa. Me acomodé el pelo y volvà a la mesa. Dije que me esperaban en casa, pagué la cuenta y busqué el auto que estaba estacionado en la calle. El reloj en el tablero marcaba las once de la noche. La reunión habÃa empezado temprano a la mañana. Ya saben lo que dijo Perón: "Si querés que algo no funcione, crea una comisión".
TenÃa espacio, pero la cerveza y el cansancio me jodÃan la maniobra. Manejaba tan despacio que las bicicletas me pasaban. En un semáforo, vi a un tipo sentado en una reposera que tomaba cerveza del pico. TenÃa alrededor de cuarenta años y en la cara no se le notaba la cuota de la prepaga, la matrÃcula del colegio de los chicos ni la primera quincena en un balneario brasilero. TenÃa la calma de un monje que no espera nada. Le chupaba un huevo el dólar a catorce, el alquiler o que ese dÃa fuese jueves. Levantaba la botella y le daba un beso largo. Me daba envidia. Esa paz era anacrónica. Nada lo movÃa de su silla y su porrón. Me pregunté si era feliz. Me pregunté si era más feliz que yo, que estaba sentado en un auto con asientos de cuero y el aire a 19 grados. Mirando a ese hombre, sentà que habÃa vivido equivocado.
Alguien me tocó bocina. Antes de arrancar, prendà la radio. No querÃa pensar más y necesitaba del ruido para no dormirme. Estaban repitiendo una entrevista a Fabián Casas que le habÃan hecho en un Festival de PoesÃa. Le prestaba la misma atención que a las instrucciones que dan las azafatas antes de despegar. Pero entonces dijo "en términos de dinero y reconocimiento, la literatura no me dio nada". Tuve que frenar, no podÃa concentrarme. Explicaba que él no tenÃa auto, ni casa propia ni un buen pasar económico. "La guita que me dieron los libros la usé para extras, como instalar la calefacción de mi casa", y aclaraba que vivÃa gracias al periodismo. Esa misma mañana habÃa estado pagando publicidad para mi nueva página de Facebook. Me sentà un boludo.
No habÃa cerrado las ventanas de mi casa. Cuando entré, sentà que estaba en el infierno. Fui dejando la ropa tirada a medida que caminaba hacia el baño. Abrà la ducha, el agua que caÃa de la flor parecÃa venir del Calafate. La disfrutaba, ese momento era lo mejor que me habÃa pasado en el dÃa. No estaba equivocado él que dijo: "Tener menos, para tenerse más".
No necesité el Rivotril. Soñé que estaba en un hospital de Los Angeles. Lo veÃa a John Fante ciego en un cama, agonizando. En una radio vieja, alguien transmitÃa un partido de los Dodgers. Era una pésima forma de morir para alguien que habÃa dicho tanto. En el bar que quedaba en la esquina me crucé con Bukowski. TenÃa sombrero, camisa celeste y bermudas. Del hombro izquierdo le colgaba un bolso lleno de cartas. SabÃa que le gustaba estar solo, pero lo invité con una cerveza. Le comenté lo del hospital. Vació el vaso, se limpió la boca y dijo: "escribir es divertido y peligroso, pero no le ponen margarina a la tostada ni alimentan al gato. Y terminas renunciando a la tostada y comiéndote al gato".
El bar era viejo y sucio, visitado por muchos escritores. Acostado en la puerta, famélico, estaba Vallejo. Me resultó raro verlo a Borges en la barra. TenÃa una panera por sombrero, y repetÃa con remordimiento: "No he sido feliz". En una mesa, Hemingway tomaba solo. Quise saludarlo, pero un ruido a escopeta me levantó.
Fui a mear otra vez. HabÃa tomado mucho en el sueño. No pude volver a dormir. Una pregunta sonaba en mi cabeza como un gong: ¿Para qué lo hago?
TenÃa un cuaderno en el que anotaba la respuesta de otros escritores. Flaubert decÃa: "Escribir es tener una vida de perros, pero es la única vida que vale la pena vivir". Era común, entre los escritores, y lo es hoy en dÃa, quejarse de lo poco que ganaban. Ninguno se morÃa de hambre. Pero Enrique Syms, que es un escritor gigante, necesitó de una colecta para poder operarse.
Lord Byron confesaba que si no vaciaba su mente escribiendo, se volvÃa loco. Ezra Pound estuvo encerrado en un manicomio. A Hemingway le hicieron electroshock. Sylvia Plath murió sin prender el horno. Toole lo hizo encendiendo el auto en el garage. Muy pocos llevaban a viejo.
"Porque no sé nadar", es la respuesta que más me gustaba. Es de un francés del que no recuerdo su nombre. Simple y eficaz. No utilizaba ningún poder sobrenatural, no hablaba del alma ni de volverse loco. La frase coincidÃa con otra de Rilke que decÃa "si puedes vivir sin escribir, entonces no escribas".
Escribà en el cuaderno una carilla. DecÃa que aunque no me consideraba escritor, sentÃa que de esa forma me conocÃa. Después hablaba del alma. Usaba frases como: "La vida de cada hombre es un camino hacia sà mismo". Cuando terminé, habÃa escrito seis páginas. Las releÃ, tratando de buscar alguna oración que se asemeje a la de un escritor. Pero era un texto plano de un niño sin preocupaciones ni coraje. Me amargó la idea de que yo no estaba en el mundo para escribir. Que era otro sueño que iba a ser sustituido por otro nuevo.
Miré el reloj y eran 4.30. Pensé que era tarde para volver a dormir. Entonces agarré una reposera, destapé una cerveza y me fui a la vereda. Afuera no hacÃa tanto calor. Le di un beso largo mientras miraba los autos pasar. Me pregunté si a esa hora volvÃan de algún boliche o iban a trabajar temprano.
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