El arte es libertad, le dice mi nieta Pilar a mi hija. Y tiene razón.
Tal vez sea el último refugio que le queda al ser humano donde pueda ejercer, vÃa imaginación y creatividad, su condición Ãnclita e inclaudicable de decidir fuera del poder y de las órdenes. "Me senté a escribir en el lugar donde cesan las órdenes", supo escribir el poeta Raúl Gustavo Aguirre para siempre.
Mi hija habÃa anotado a Pilar en una escuela de arte y en algún momento casi a fin de año ella le dijo estas palabras entre otras, que por qué si el arte es libertad no la habÃa consultado para anotarla allÃ. Pero este año se arrepintió y quiso volver. Pilar tiene seis años y cursa primer grado en una escuela estatal. La escuela de arte también lo es. Son ambas muy buenas.
Este año se cumplen cien años de la muerte de uno de los más grandes poetas de la lengua castellana, es decir, Rubén DarÃo, un hombre libre que nos limpió el idioma y lo dotó de la plasticidad que nos permite expresarnos, y como escribió Borges, poco importa que nosotros lo hayamos leÃdo, porque tal vez su estética hoy nos resulta un poco envejecida, pero sigue cantando con su voz tan plena, como afirma Angel Rama.
La situación de la libertad tiene que ver con la vida, por supuesto.
En otro tiempo ya lejano, ya remoto, en un lugar pequeño, lleno de aire no contaminado, de pájaros libres, de mariposas y de abejas, participé como un integrante más de una barrita de niños, amigos o compañeros de escuela, o ambas cosas a la vez. Todos vestÃamos de la misma manera, uniformados por decirlo de algún modo, que nos hacÃa integrantes de una clase social a la que pertenecÃamos por la identidad de nuestros padres. Eramos hijos de obreros rurales, agremiados y defendidos por "el sindicato", como llamaban al de Obreros rurales y Estibadores adheridos a la FATRE.
La ropa que vestÃamos era confeccionada por nuestras madres hacendosas y creativas, raramente usábamos zapatos, como mucho tenÃamos un par para los domingos y tenÃamos prohibido patear una pelota con ellos, y nos lo tenÃamos que quitar cuando volvÃamos del cine los domingos por la tarde. Para la escuela usábamos unas zapatillas marca Pampero que nos sacábamos junto al delantal. Y allà nuestras madres nos hacÃan calzar unas alpargatas que el uso les sacaba un hilo largo al que llamábamos "bigote" y en el verano éramos completamente libres. Nos permitÃan andar descalzos la mayor parte del dÃa. Nos juntábamos en la cortada de gramilla muy verde donde no pasaba casi nadie. Salvo los perros vagabundos y el carro del lechero, y de allà partÃamos hacia los profusos cañadones, munidos de hondas matadora de pájaros o tramperas donde cazábamos grandes cantores para venderles a los vecinos.
En estas incursiones casi siempre veÃamos volar bandadas de garzas blancas que eran, para nosotros, la representación de la libertad sin más, bajo el cielo celeste como una chapa reseca.
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