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Sábado, 21 de mayo de 2016
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Senos pequeños

Por Miriam Cairo
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I

Noto que mi mano se ha vuelto torrencial de tanto escribir la palabra torrente.

De puente a puente, de orilla a orilla.

Voy a morir, poesía, mostrame tus senos.

Yo no soy una poesía voluptuosa.

Soy un poema que va a morir, quiero ver tus senos, escuchar el gran zumbido de tus células alfabéticas.

A qué se debe ese terrón desnudo.

La vida es breve, demasiado larga, quiero morir en lo que he soñado.

Hablás como si hubieras nacido para ser poeta.

Hablo con la palabra encorvada.

El ala encorvada y las malas influencias.

Tus senos enormes como una nube de tormenta, quiero ver, poesía.

II

Que no soy una poesía de grandes senos, te he dicho.

¿Qué es grande?

Un doctorado en sismografía.

¿Qué es un tulipán rojo?

Una constelación muy muy baja que se yergue hasta una altura desusada.

¿Acaso un talismán?

Un presagio.

Un presagio.

Pienso en aquellos poemas, en sus ademanes grandiosos, en sus palabras de amor. He pasado muchas noches junto a esos versos. Lo que hicimos ha sido parcial, parcialmente oculto, parcialmente humano, completamente divino.

III

Soy un poema moribundo, mostrame tus senos.

De todos los ensueños, éste me parece uno de los más desarmados.

Si yo fuera poeta, aconsejaría a los que padecen de angustia, que respiren con la palabra aire, con cada una de sus vocales. Con la palabra ante los ojos no se puede hacer otra cosa más que respirar. Con la palabra senos, pasa lo mismo.

Es tan inexplicable el lenguaje como el sueño nocturno.

Si fuera poeta, diría que esas pequeñas arpas eólicas están colocadas por naturaleza en la puerta de nuestro aliento, pero soy apenas un poema. Mostrame tus senos que voy a morir.

IV

Cuando prolongo sin fin mis sueños de poesía rebelde llego a pensar que mis senos pequeños son los senos de la inmensidad.

Estoy muriendo.

Son un espacio sonoro que comienzan con un suspiro y se extienden hasta la calma ilimitada.

Estoy muriendo.

Y lo ilimitado penetra en todo lo que no hacemos o hacemos mal o hacemos siempre o hacemos con manos de muñeca.

Estoy muriendo.

Pero estos senos mínimos no son más que sueños.

Quiero ver tus sueños. Estoy muriendo.

V

La oveja se está comiendo un lobo.

Asombra la dulzura feroz del lobo, de la oveja, del apetito.

Tengo en la memoria un poema tan presente, tan inmediato como un olor, como el color de aquella flor que es presagio, como si todos los universos estuvieran aquí.

Soy yo ese poema y está muriendo.

Ese poema entre los dientes del lobo, lleno de agujeros por donde pasa un hilo incandescente.

Tus senos.

No hay gran cosa más allá de este hilo que entreteje la oveja, el lobo y mis senos.

¿Cuánto miden tus versos, tus senos?, ¿cuántas sílabas, metros, frases, estrofas, palabras?

Una vía láctea que se mide en pensamientos.

VI

Estoy muriendo.

Implacablemente, alrededor de un astro amarillo, dulcemente, la oveja se está comiendo un lobo.

La tierra se enfría y yo muero.

Otros sistemas de astros y satélites darán nuevos lobos, nuevos poemas, otras especies de eternidades alimentarán a nuevas especies efímeras, y lo pequeño será inmenso, como mis senos.

El título está cansado de estar arriba mío, las palabras se acomodan unas al lado de otras como muertos a la luz del día y yo moriré de no ver tus senos, aunque sólo sea una ilusión dejar de existir.

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