HabÃamos caminado tanto aquel dÃa. Mi hermano insistió en ir a pescar al Puente Gallego aunque sabÃa que a mà no me gustaba ir hasta allá. Igual lo seguÃ. Él iba adelante, al trotecito. Cada tanto corrÃa unos metros y después paraba de golpe; se agarraba de las rodillas con la cabeza abajo para recuperar el aire. Yo iba medio desganado, pateando piedritas y levantando lo que encontraba. Antes, con mi papá, Ãbamos por ese mismo camino y llegábamos hasta la Circunvalación. De ida y vuelta juntábamos todo lo que encontrábamos. A mi me encantaba, era como una exploración o como ir a comprar cosas al centro, qué se yo. Me gustaba. Una vez me encontré un walkie talkie, esas radio llamadas de juguete. Encontré uno sólo. Estuve como tres años tratando de hacerlo andar y poder escuchar lo que hablaban otros, pero no hubo caso. "Si anduviera no lo hubieras encontrado ahÃ, tirado" me habÃa dicho mi mamá. Pero yo insistÃa. Siempre creà en la suerte mÃa y el error ajeno. "Capaz que se le cayó a alguien, quién sabe". Cuando tiré el walkie talkie lo hice con la idea de que otro chico lo encuentre y tenga la esperanza de hacerlo andar, a pesar de que mi mamá me dijo que lo rompiera, que no dejara que otro tonto como yo se ilusionara con un juguete que no sirve. Pobre si alguien lo encontró, ahora que lo pienso. Pero la cuestión es que, otro dÃa, no ese en que encontré el walkie talkie ni tampoco cuando lo tiré, sino el dÃa que caminamos con mi hermano desde DomÃnguez hasta el Puente Gallego, bueno, ese dÃa yo estaba muerto. Me latÃan las pantorrillas y me dolÃa el apéndice de tanto andar. Mi hermano Marcos seguÃa caminando adelante mÃo y más para adentro, yo, en cambio, iba rezagado y bien pegado a la ruta. Cerca de la cremerÃa paró una chata azul. Adentro habÃa dos tipos viejos, con boina y cara de gringos. No escuché bien qué le dijeron, pero mi hermano me miró y me hizo seña de subir a la chata. "Papá nos mata" le dije. Marcos nada más se reÃa. Estaba agarrado de una baranda de la camioneta y cada tanto se tocaba el bolsillo, como si lo tuviera lleno de billetes. El viento me daba de frente y a lo mejor por lo transpirado que estaba empecé a sentir un dolor en el pecho, como un catarro que se me quedaba ahÃ. También me dieron ganas de hacer pis, y me acordé que hacÃa como dos horas que habÃamos salido de casa. Cuando llegamos a la Circunvalación los tipos estos empezaron a andar más rápido todavÃa. Para mi era como estar en otro paÃs, nunca habÃa andado por ahÃ; no sabÃa que la Circunvalación era tan larga... o tan redonda. Al rato llegamos a un campo. "El Abedul" se llamaba. Ahora sé que es un árbol, pero en aquel momento me imaginé que era un pájaro, o el nombre de una nena, o una princesa. Bajamos. Yo temblaba de frÃo y de miedo. Marcos estaba enloquecido, contento. Mil veces le pregunté: "¿Qué te dijo el gringo?", "¿Qué te dijo el gringo?". Pero nada, no me contestaba y seguÃa tocandose el bolsillo como si tuviera plata, mucha plata. En el campo tenÃan hasta avionetas. Una locura. Yo nunca habÃa visto una avioneta tan cerquita, ni una cosechadora, que al lado mÃo era como un barco de grande. Aparecieron otros chicos; cuatro o cinco serÃan. Ahà los gringos nos explicaron a todos lo que habÃa que hacer. TodavÃa me acuerdo de mi hermano saltando como un loco, las manos arriba y su voz de pito pidiéndonos que no paráramos, que nos moviéramos como él. El único contento era Marcos. Qué olor asqueroso que habÃa, peor que en el puente Gallego. Y ahÃ, mientras saltaba y movÃa los brazos se me vino a la mente el recuerdo ese del walkie talkie, como ahora, ¿qué raro, no? Y lloré tanto aquella vez. No por el walkie talkie que nunca anduvo. Por mà lloré, nomás.
gabrielagervasoni@hotmail.com
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.