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Lunes, 25 de julio de 2016
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Pensar en Tilcara

Por Roberto Retamoso
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Tilcara es un pueblo de Jujuy, situado en la quebrada de Humahuaca, a unos 2.500 metros sobre el nivel del mar. Rodeado de montañas, tiene las características de las poblaciones surgidas en épocas pre-incaicas, que mantuvieron sus rasgos durante el imperio incaico en primer lugar y a lo largo de la colonización española después. Por eso es una típica población coya, donde las tradiciones y costumbres de los pueblos originarios perviven a través de un sincretismo que las funde con la herencia hispánica y blanca.

Se sabe lo que esa fusión ha representado para los pobladores de esas localidades andinas: básicamente, una dialéctica donde el intento de absorberlos por parte de la cultura del colonizador siempre se enfrentó con formas diversas de resistencia y rechazo. Y si los tiempos terminaron por imponer el dominio de la cultura de origen hispánico en la región -con todas sus marcas de religiosidad y pensamiento jerárquico-, ello no ha sido óbice para que ciertas miradas sean capaces, en la actualidad, de representar el punto de vista de los pueblos y las culturas ancestrales.

Esas miradas no provienen exclusivamente de quienes descienden, de modo directo, de los antiguos pobladores de la región, dado que en ocasiones son asumidas por personas de origen mestizo o criollo, cuando no abiertamente europeo, que se proponen reivindicar y recuperar las milenarias culturas aborígenes. Una de esas personas es Tukuta Gordillo, uno de los más grandes músicos de la zona, cantor y ejecutante de instrumentos de caña a los que construye con sus propias manos, a la manera de un lutier vernáculo. Pero Tukuta Gordillo no es meramente un músico, ya que es, y de forma notoria, un verdadero pensador, por no decir un filósofo, dado lo inadecuado que resultaría utilizar ese término eurocéntrico para denominarlo.

Estando recientemente en Tilcara tuvimos oportunidad de escucharlo, porque brinda unos recitales fantásticos en un pequeño bar situado frente a la plaza del pueblo, acompañado por su guitarra y sus cañas. El día que lo escuchamos tocó con su hijo, eximio charanguista que desarrolla la tradición musical familiar de modo soberbio.

Si había algo que impactaba en ese recital era su carácter ritual: no se trataba de la simple exposición de temas musicales, sino de una auténtica celebración, donde Tukuta oficiaba como un sacerdote que, al tiempo que honraba a la tierra y a sus ancestros, desplegaba su mirada sabia y honda sobre un conjunto de cuestiones tan significativas como trascendentes. Por ello, entre cada interpretación de sus canciones se explayaba, con un decir criollo que recordaba al de Atahualpa Yupanqui, sobre esas cuestiones, compartiendo su palabra con un público limitado -no habría más de quince o veinte personas- en la misma medida que inmensamente entusiasta.

¿Y de qué hablaba Tukuta Gordillo?...Del sol, del aire, del agua, de todas esas potencias de la naturaleza a las que los pueblos originarios le atribuían carácter divino, y a las que él convocaba a venerar, porque si llegasen a faltar -decía- pondrían en evidencia la igualdad que existe entre todos los hombres, así se trate de ese paisano que entró a vender yuyitos durante el recital o Bill Gates, situado obviamente en el extremo opuesto. Así, la mirada de Tukuta Gordillo se revelaba como una mirada que calaba en lo más profundo de la realidad social estableciendo claras valoraciones, como la que propuso cuando dijo que la conciencia de los pueblos aborígenes era inequívocamente comunitaria, mientras que la de los europeos era férreamente individualista. De esa manera se permitía comparar la cultura de esos pueblos con la cultura de sus colonizadores, para dejar sentada la valoración que ambas le merecían, y no sólo como una cuestión pretérita sino además como una cuestión presente. Acuciantemente presente, podría decirse, porque hablaba -por ejemplo- de los contrastes que supone que la televisión transmita solamente lo que ocurre en la ciudad de Buenos Aires ignorando acontecimientos importantísimos, como la oportunidad en que ocho mil músicos de la quebrada tocaron sus instrumentos para conmemorar el día que se honra una de sus deidades.

La referencia a la música -sin duda una de las manifestaciones más relevantes de los pueblos aborígenes- lo llevó, por otra parte, a comentar la relación singular que históricamente ha ligado a la música del lugar con la Iglesia Católica, que siempre intentó acogerla, aunque de modo jerárquico y dominante. Contó, por ello, que al cabo de los tiempos los músicos aborígenes pudieron entrar con sus instrumentos en las iglesias, pero al precio de hacerlo arrodillados y arrastrándose ante el altar. Contó, asimismo, que cuando el Papa Francisco dispuso que se tocara la Misa Criolla en el Vaticano él fue convocado para participar de la interpretación de la obra, y que ese día entró y salió de pie de la basílica de San Pedro, en un gesto que lo define plenamente.

Digámoslo sin más vueltas: la mirada de Tukuta Gordillo es una mirada esencialmente política. Por eso se permitió aludir a su hermana coya presa por india y por pobre, denunciando las imputaciones falaces que se formulan en su contra. La hermana, como es obvio, es Milagro Sala, a quien se la acusó, entre tantas cosas -dijo- de fraguar o falsificar documentos, por ejemplo un contrato que practicó con un maestro para que enseñara a hacer poemas y canciones a los miembros de la Túpac Amaru. Dado que no había otra figura legal donde encuadrarlo se lo designó como albañil, narró Tukuta, a los efectos de que pudiera cobrar por su trabajo, y por tener esa designación Milagro Sala y su compañero terminaron procesados entre otros tantos procesos.

Esas cosas contaba Tukuta Gordillo mientras nos regalaba la magia de sus canciones. Hablaba con un tono pausado y grave, teñido de un humor sobrio, con el que dijo que por más frío que haga en la quebrada a los braseros no los iban a apagar, en una clara alusión a las políticas sostenidas por el oficialismo. Se mostraba, de tal modo, como un paisano sabio y comprometido con su gente y su tierra, ese universo amado que nos mostraba con recato y distancia. Nosotros les entreabrimos las puertas de la quebrada, nos dijo en un momento de sus reflexiones, dejando en claro su amable receptividad del mismo modo que la salvaguarda efectiva de ese mundo divino y precioso.

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