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Miércoles, 27 de julio de 2016
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El country (notas para una novela futura)

Por Manuel Quaranta
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Este texto constituye un ensayo de reseña o descripción a priori de una novela que estoy escribiendo, una novela que estará terminada en los próximos dos o tres años. El tiempo exacto dependerá de varios factores: disciplina, convicción y lecturas. Disciplina sobre todo. Y una convicción absoluta. En una palabra, mucho trabajo. Dos o tres años, sin dudas, es un buen augurio.

Tengo definidas la primera y la última línea: "Mi familia nunca pudo olvidar el perfume del fracaso"; "Ni el tiro del final" (lo que no decidí aún es la posición de cada una).

La familia de que la hablo, aclaro, no es la mía, porque yo no seré Manuel Quaranta. O sea, quien está escribiendo hoy, mañana y pasado, quien se constituirá como autor de la novela voy a ser yo, pero no el narrador ni el protagonista. Ninguno, puesto que el personaje de la novela no va a llevar mi nombre, como en la primera, La muerte de Manuel Quaranta, por obvias razones.

Basta de autobiografía.

El nombre del personaje principal será Jorge o Juan, y portará el apellido Erdozain. Sí, con z, para que nadie lo confunda con el otro. Jorge Erdozain o Juan Erdozain. Nacido entre mil novecientos cincuenta y pico y mil novecientos sesenta y tantos, todavía resta definirlo. Divorciado; quizás viudo. Nunca militó en una organización política, sin embargo creía, a mediados de los '70 (como muchos jóvenes que ni siquiera eran de izquierda), que la revolución tenía posibilidades de triunfar, y como creyente, entonces, perteneció o pertenece a una generación cuyos sueños fueron esfumándose uno a uno por las decisiones inapelables de un destino letal, a una generación cansada, confundida y embriagada por sus propias frustraciones, desgarrada por una nostalgia crónica de lo que nunca fue o de lo que pudo haber sido. Juan Erdozain o Jorge Erdozain: el símbolo de una generación derrotada. El signo inequívoco de una inolvidable derrota (una derrota que alcanzó una mínima tregua durante los '80, pero que se terminó de afianzar en los '90 cuando los avatares del neoliberalismo lo condenaron a un malestar que sólo fue capaz de mitigar con pastillas -o con alguna forma de consumo-; después, ya ninguna primavera sería posible; a la generación siguiente no le fue mejor, y como ni siquiera le permitieron construir un sueño, pasó directamente al consumo compulsivo de cualquier cosa -de todas maneras yo no estoy tan seguro de que existan los símbolos, los signos inequívocos, ni que un ser humano pueda representar a una generación, tampoco tengo certezas de lo que envuelve una generación; todo esto trataré de examinarlo durante la escritura de la novela-).

El country. La elección responde a varias causas. Una: la lectura del libro Los que ganaron. La vida en los countries y los barrios privados, de Maristella Svampa, publicado en 2001. Dos: a finales de los '60 o principios de los '70, cuando la familia de Erdozain se juntaba a comer en la casa de su madre, algunos parientes hablaban de un Country. Erdozain no se acuerda bien qué decían pero era, evidentemente, un lugar bastante exclusivo al que iba mucha gente de mucha plata y mucha gente que quería mostrar, porque en realidad no tenía, que tenía mucha plata, aunque esto último lo fue entendiendo Erdozain con el correr del tiempo, que la gente, en general, va a los countries para distinguirse, a pesar de no tener nada para sostener esa distinción, salvo ir, justamente, a un Country; lo mismo cuando alguien compra una casa lujosa, un reloj carísimo o viaja a París porque cree que accede a un bien que lo distingue. Pero, leyó Erdozain, es rara la forma en que algunas personas buscan distinguirse, ya que no hacen otra cosa que repetir experiencias estereotipadas. Tres: la multiplicidad de significados de su traducción a la lengua española.

Si un editor interesado en publicar la novela me pidiera un resumen general, y a la vez conciso, del argumento, yo utilizaría una de las siguientes frases. Uno: es la historia de un hombre perdido en la delirante fragilidad de sus sueños. Dos: es la historia de una familia fascinada con sus propias miserias. Tres: es la historia de una generación cegada por su fantasía de ser más de lo que en realidad era. Cuatro: es la historia de un país que creía detentar una supremacía puramente fantasiosa. Es, estoy seguro, la historia de una relación simétrica entre esa familia, ese hombre, esa generación y ese país. A mí me gustan las simetrías. Y ciertos leves anacronismos. Nacimiento, esplendor y decadencia de un país, Argentina; de una generación, los jóvenes de los '70; de una familia, Erdozain; y de un hombre, Juan o Jorge (un quinto punto indicaría: es la historia de una revolución traicionada; hermoso título también: Una revolución traicionada).

Cuando resolví ponerle El country lo primero que hice fue googlear si ya existía alguna novela con ese nombre. Y la encontré: El "Country", así, con la palabra entrecomillada, de Armando Bublik. Nunca lo había sentido. Me la compré en MercadoLibre por $30. La del Bublik es la típica novela de intriga, pasiones y codicia. Incluso antes de haberla leído (con la contratapa alcanzaba) lo intuí. Pero después de haberla leído lo confirmé. Sin embargo, lo más irritante de ese libro es la introducción: "Los hechos que se relatan aquí no son pura coincidencia. Algunos de ellos son reales; existieron. Y partir de allí...todo lo demás: La imaginación, la fantasía; el 'puede ocurrir'".

No voy discutir ahora sobre la profunda distancia que me separa de la concepción literaria de Bublik, eso, espero que quede plasmado en la forma de mi novela, que la proyecto, además, como la primera novela postkirchnerista o la última kirchnerista. También podría pensarse como la primera novela macrista, sobre todo porque empecé a escribirla pocas semanas después de que asumiera el nuevo gobierno. Por supuesto, dentro de este contexto, durante el transcurrir del texto, aparecerán reflexiones sobre la migración a los countries que se produjo a mediados de la década del '90, los nuevos modos de habitar esos espacios (modo de vida neoliberal) y asomarán, claro, las mujeres asesinadas en los más exclusivos.

Para finalizar, comparto un sueño que constantemente se le repite a Erdozain (en la novela tiene un lugar privilegiado, aunque ignoro cuál) y que él trata de contarle a cuanta persona se cruza por su camino; siempre, es cierto, de manera diferente, en un intento, cree Erdozain, y así lo creo también yo, que de una buena vez se transforme en realidad: "Me arrastro sediento por un desierto que a cada paso va creciendo y justo antes de rendirme siento la voz de Dios que me dice: 'Decí hágase la luz', y yo sin tiempo para dudar repito, 'Hágase la luz', y la luz, increíblemente, se hace".

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