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Domingo, 7 de agosto de 2016
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Traiciones de la memoria

Por Javier Chiabrando
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Cuando los escritores andamos cortos de inspiración apelamos a los recuerdos. Como se dice comúnmente, rascamos la olla. A veces equivale a remontarse a momentos lejanos y difusos, a la infancia misma, porque según Rilke "la verdadera patria del hombre es la infancia." Y rascando la olla me acordé del día que le mandé una carta a Videla.

Lo había olvidado. Traiciones de la memoria. El recuerdo llegó acompañado de la lectura de El impostor, de Javier Cercas, el libro sobre Enric Marco, el hombre que se ganó el respeto y aprecio público diciendo que era un sobreviviente de un campo de concentración, hasta que se supo que era una mentira.

En el libro, uno de los temas es la memoria, la memoria histórica, como se llamó en España la reparación hacia las víctimas del franquismo y hacia los ignorados (a veces por desconocimiento) miles de españoles prisioneros de los campos nazis.

Memoria, memoria. Nuestro país surfea entre el esfuerzo de recuperarla de un lado y los intentos de volverla una masa confusa para que puedan influir pobremente en el presente. Todos somos parte de esta disputa donde lo que se baraja no son cartas sino recuerdos.

Son parte también los que no la juegan. La indiferencia juega a favor de los que desean el olvido. La ignorancia mucho más. Pero me fui de tema. Lo cierto es que rascando la olla y leyendo a Cercas me acordé del día que le mandé una carta a Videla. El recuerdo estaba muy escondido en mi cabeza. Casi olvidado.

De pibe trabajé en la Sociedad Rural de mi pueblo. Trabajo de temporada. Unas semanas antes y después de la muestra anual de vacas y sucedáneos. En esos días le mandé la carta a Videla. La carta era protocolar. Una carta tipo que enviaban a las autoridades, entre ellas al presidente.

Las enviaban sin la esperanza de que las leyeran y menos de que asistieran al evento. Creo entender que el gesto no estaba cargado de ideología. Eso es lo más extraño y a la vez lo más perverso. Ahora pienso que quizá yo recuerde bien y analice mal el recuerdo.

La gente de la Rural no hubiera mandado una invitación (por protocolar que fuera) al Alfonsín que los verdugueara en la muestra de Buenos Aires ni a un Kirchner. Con Videla estaba todo bien. No había conflictos porque no había ideología que molestara, y si la había era del estilo: "mientras nos dejen hacer plata tranquilos...".

A veces creo recordar que Videla fue a la exposición, y al instante me doy cuenta de que es falso y a la vez imposible. De la misma forma recuerdo haber entrevistado por radio al Polaco Goyeneche con la certeza absoluta de que estoy equivocado. Más traiciones de la memoria.

Traiciones de la memoria se llama un excepcional libro de Héctor Abad Faciolince. Narra la muerte del padre en manos de un grupo paramilitar colombiano y de un poema de Borges en el bolsillo del saco del padre. Y la búsqueda que el hijo protagoniza para dar con ese poema que no figura en ninguna antología ni está catalogado.

Olvidar es una de las traiciones de la memoria. Otra es recordar erróneamente. Luego está lo que Javier Cercas denomina "el chantaje del testigo". Dice: "La memoria es frágil, interesada: no siempre se acierta a separar el recuerdo de la invención".

Claro, digo yo, y eso sin olvidar que memoria tenemos todos: los que pasábamos por ahí y pusimos una carta en un sobre sin saber bien qué significaba, las víctimas y también los victimarios. Todos testigos, de diferente envergadura e importancia, y con diferentes intereses.

Cercas cita a Elie Wiesel, superviviente de Auschwitz y Buchenwald: "Sólo los que estuvieron allí saben lo que fue aquello; los demás nunca lo sabrán...". Y continúa Cercas: "Elie Wiesel tiene razón, aunque sólo a medias: los supervivientes de los campos nazis son los únicos que conocen de verdad el horror incalculable de aquel experimento diabólico; pero eso no significa que entendiesen el experimento...".

 

Y remata con una frase de Tolstói de "Guerra y Paz": "El individuo que desempeña un papel en el acontecer histórico nunca entiende su significado". Se refiere a la escena de Bezujov en batalla y a su imposibilidad de entender qué sucedía. Una escena semejante a cuando Fabrizio del Dongo entra en batalla en la Cartuja de Parma, de Stendhal.

Cercas sigue así: "La memoria y la historia son, en principio, opuestas: la memoria es individual, parcial y subjetiva; en cambio, la historia es colectiva y aspira a ser total y objetiva. La memoria y la historia también son complementarias: la historia dota a la memoria de un sentido; la memoria es un instrumento, un ingrediente, una parte de la historia. Pero la memoria no es la historia".

Mucho para barajar. Demasiado para alguien que comenzó a rascar el fondo de la olla y encontró un recuerdo mínimo, de valor simbólico para él, es todo. Demasiado para barajar, sobre todo en un país donde buena parte del futuro se decide en la recuperación de esa memoria, palabra que a esta altura ya me suena incorrecta o insuficiente.

Me pregunto ahora si la Sociedad Rural de mi pueblo seguirá invitando a las autoridades sin importar si son del palo o no. En la Sociedad Rural de Buenos Aires (esa institución que siempre aparece cuando uno lee sobre golpes de estado) esos detalles no se deciden a la ligera. Porque allí se juega a traicionar la memoria o más bien a reescribir la historia.

La escena de orondas esposas de represores en las plateas, el presidente ovacionado como sólo lo logró Videla y Onganía, y la epifanía típica de los argentinos que viajaban a Europa y se llevaban las vacas en el barco lo dice todo. Eso también será memoria e historia a la vez.

Ahora estamos viviendo el momento en el que se impone (o trata de imponerse) la memoria de los victimarios. Golpistas que desfilan. Represores que se pavonean en actos públicos. Asesinos que son mostrados como abuelitos que se ratearon del geriátrico. También muchos de ellos tendrán entre sus recuerdos haberle escrito cartitas a Videla. Cariñosas, no protocolares.

No hay remate para esto que escribo. El intento de encarcelar a Hebe, el máximo símbolo de todos los símbolos es otro capítulo, es otro intento de adormecer la memoria y adoctrinar la historia. Queda citar otra vez a Cercas y confiar en "la historia, que aspira a ser total y objetiva". Idas y vueltas como resultado de rascar la olla.

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