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Viernes, 26 de agosto de 2016
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Zorzales

Por Jorge Isaías
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Leo poemas que mi amigo, mi entrañable amigo Juan Carlos Moisés escribe a la memoria de Clara, su mujer. Son poemas que no apelan ni al golpe bajo ni a la falsa emoción ni a la angustia desatada. Son poemas hondos, sentidos, que dicen de un gran amor que perdura en el tiempo y que esa historia los traía juntos desde una juventud que parece siempre cercana por la intensidad misma del amor.

Mi amigo también escribe sobre su pueblo hundido en la Patagonia, con su río donde pescaron truchas con Raúl Gustavo Aguirre, quien a los pocos días habría de abandonarnos dejándonos más solos que nunca.

Mi amigo es capaz de escribir cosas como esta: "¿Son otros o son los mismos de ayer /los zorzales que cantaron esta mañana /al reparo de los pinos del jardín?/ ¿y los que han vuelto al atardecer cuando la luz se perdía en la noche?/ se me hace que son los mismos/ por las ramas que han elegido y la altura/ en la que se han posado para hacerse oír."

Mi amigo también hace con esta alusión a los zorzales, mover el mecanismo de la memoria donde veo volar a aquellos zorzales cantores que surcaban el aire limpio de mi pueblo y se posaban delicadamente en el ramaje acogedor de los fresnos que planto mi padre y que aún persisten vigorosamente y donde las calandrias han hecho sus nidos y su reino.

Este verano oí su canto inconfundible en las ramas del aromito que pespuntean sus pequeñas flores amarillas. Fue una agradable revelación, con su inesperado y bello cantar hacia la infancia más cercana y no pude recordar cuando había escuchado su canto por última vez. No tengo registro de ello y entonces uno tiende a pensar en aquel tiempo donde todo nos quedaba a mano, fácil, natural y no pensado y sin consciencia de estar en la experiencia fundamental del mito pavesiano, que esas primeras veces eran para siempre aunque uno de pronto se distrajera corriendo aquella mariposa de un color maravilloso, nunca vista antes y tal vez -lo pienso ahora- era la corporización evanescente de un sueño que perdimos para siempre.

Todas estas asociaciones vienen porque la lectura de los poemas de Juan Carlos Moisés, patagónico insensible, me las trae como a un perro fiel o, tal dicen en mi pueblo, "como a un ciego de la mano".

Todo esto me cae encima como una parva sobre un pájaro cuyo nombre desconocemos.

Mi amigo es como todo el mundo sabe un gran tipo al que hace tiempo que no veo, y solo de vez en cuando un correo o un teléfono que suena en la noche y nos conecta en este mundo raído de distancias y desencuentros donde la amistad persiste.

En este mundo donde sólo cantan sus zorzales ahuyentando a la muerte que espera agazapada.

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