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Miércoles, 11 de octubre de 2006
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Un recuerdo del desierto

Por Eugenio Previgliano
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Yo no estoy seguro ﷓me dice﷓ que esta sea exactamente una literatura eurocentrista, enfocada desde una etnia, cargada de ideología e intencionalidad, publicada con ánimo de influír en la política del momento o puesta en escena para justificar ciertas acciones mas bien ﷓comenta﷓ tiendo a pensar que toda literatura refleja algo de lo que el mundo gana con la existencia de un hombre: un hombre que cultiva el arte de narrar ﷓reitera﷓ y en su narración hace del mundo un mundo distinto.

Yo escucho con atención dispersa, oído resbaloso y mi mente concentrada en el recuerdo del desierto: es como una imagen de un viaje a bordo de un automóvil brillante en la serena marcha del verano radiante.

Aún hoy ﷓me dice﷓ ir a Malal es una pequeña aventura e imaginate entonces ﷓cuenta﷓ lo que habrá sido en los días en que Pincén estaba preso ahí.

Yo lo escucho, callo, pienso en la inmensidad del desierto al atardecer, en el monótono ronroneo del motor, en el brillo indescifrable del tablero a la sombra del plástico oscuro, en el gesto relajado de ella sentada a mi lado, dormida, andando a doscientos kilómetros por hora por la carretera desolada, a la tarde y sin embargo no me distraigo.

Por eso yo no creo ﷓agrega﷓ que ni siquiera los informes de Estanislao Zeballos sobre la conquista de quince mil leguas, escritos sin talento, sin entusiasmo, sin estilo y sin gloria sólo por que Roca tuviera algo que decir en el Congreso para que le dieran presupuesto, ni siquiera eso ﷓dice algo hiperbólicamente﷓ puede pensarse fuera de la literatura y tanto menos ﷓dice condescendientemente﷓ otros textos sobre peleas entre indios y soldados, como los de Prado o los de Mansilla que fueron en su tiempo soldados, en un destino a la vez curioso y habitual para sus días. Yo no sé ﷓agrega﷓ si no es una especie de prosa maravillada lo que llevó después al rosarino Zeballos a hacer esa expedicion grandiosa para escribir una obra a todas luces prescindible como su Viaje al País de los Araucanos: esa mirada singular de un hombre de letras que además se dedica a la ciencia, ingeniero y abogado criado no en la metrópolis sino en Rosario, no puede leerse sólo en sus propios términos de civilización y progreso, reducirse a su dimensión política, trivializarse en la violencia contra los de Calfucurá ni mucho menos sufrir el anatema de quienes a la sombra de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y olvidando la violencia que aún hoy gobierna al mundo abominan de toda sangre y todo hierro, aún de lo que inevitablemente fue constitutivo de esta Nación.

Al canal de Suez, ﷓recuerdo yo que anota un Zeballos algo alucinado﷓ al ferrocarril americano interoceánico, a la perforación de las grandes montañas para dar paso a la locomotora, y a la red del telégrafo que ciñe los contornos del planeta, la República Argentina habrá añadido como obra fecunda del progreso sudamericano, la conquista de sus 15000 leguas de lozana tierra (Zeballos 1878: 23) sin embargo, pienso al recordar mis recorridos por el desierto con una mujer bella y dormida, al ferrocarril todavía lo estarán esperando, la red del telégrafo pasó de moda antes que la terminaran y los contornos del planeta hoy en día son una cosa difusa, pastosa y plasmática impuestos desde el norte a través de una maraña tecnológica que paradójicamente se apoya en los textos que publicara en 1905 uno que fue víctima de la intolerancia y el racismo.

Los textos del Comandante Prado ﷓me dice﷓ no se deberían ver sólo como literatura colonial, como una narración del blanco que sometió al indio, como una crónica de lo que ocurrió en Negro Muerto o en Choele Choel, no deberían ser reducidos a un texto de apoyo a la campaña del desierto: ya no tienen el tinte político que tuvieron y además de contar "una tragedia de la que era autor" se puede leer la enorme dimensión humana que hay tras toda esa cuestión, las dilaciones, momentos y situaciones que Prado, quien vivió y murió en Rosario, atravesó airoso, no solo en cuestiones bélicas sino también personales sentimentales y cotidianas, sus temores, sueños o intenciones, lo que hay de contingente en la vida de todo hombre, lo que pesan los días de los otros en la vida de uno, lo que apoya la posibilidad de que el mundo cambie, lo que se registra en el andar, lo que queda del rescoldo que alguna vez fue fuego, los vestigios de lo que alguna vez ocurrió.

Yo lo escucho contar estas cuestiones suaves y me pregunto qué razón habré creido tener para llevar a la rubita sumida en su propio sueño en el asiento de al lado durante mi pequeña campaña por el desierto.

La campaña del desierto la verdad ﷓dice﷓ es que fue posible en razón de la victoria en la guerra de la triple alianza porque sinó en Buenos Aires ﷓agrega﷓ nadie hubiera dado un cobre por una guerra lejana, distante y desdibujada llevada en lo que no pocos porteños consideraban era "otro país".

Yo lo escucho decir estas cosas, recuerdo una carta de Zeballos al perito Moreno en vísperas de un viaje del segundo al Nahuel Huapí donde le anotaba: "Go Ahead. Y que a la vuelta la celebridad y los brazos de sus amigos lo reciban efusivamente en su patria" significando sincera y resueltamente que el de los Araucanos no era el país de "nuestros paisanos los indios" que había dicho San Martín, sino una otra tierra donde Francisco Pascasio Moreno iba, para retornar después a su patria: ¿qué sueños llevaría la rubita dormida recorriendo el desierto a doscientos kilómetros por hora?¿soñaría con sus días de juventud, cuando iba por la vida de la mano del entusiasmo, ansiaba hijos para querer, comodidad para vivir, pasión para disfrutar?

La gente de edad madura ﷓arriesga﷓ no necesita escribir por salir adelante en la política y si lo hace no resulta una obra memorable sino algo que se parece mas bien a un horóscopo del día, pero en ese sentido la obra del comandante Prado ﷓agrega﷓ es más seguramente por saldar sus discusiones con sus amigos cultos, Payró y Malharro o para calmar a los fantasmas de los que participaron de la pelea que para defender sus intenciones ideológicas o resultar sacando algún beneficio personal, tal vez lo mismo se pueda decir de Mansilla y no olvidemos que toda buena novela ﷓pontifica﷓ nunca viene a decir más que la esperanza de quien la lee: si uno pone en la lectura de la novela sus propias ilusiones es probable que las vuelva a encontrar, algo morigeradas, templadas, suaves, tentadoras, disfrazadas, sugerentes, apetitosas, vigentes, invitando otra vez a la ilusión, al entusiasmo, al desastre.

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