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Lunes, 10 de octubre de 2016
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Iguanas

Por Víctor Maini
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El barrio Echesortu no era considerado un hábitat natural para reptiles. Sin embargo, en mi casa, se los nombraba en cada tarde de verano. La repetida frase, "ni se les ocurra salir en horas de las iguanas", tenía una doble interpretación. Por un lado, lo atractivo de toda prohibición. Por el otro, censurando lo desconocido, disparaban nuestras fantasías. Imaginábamos criaturas monstruosas que nos atacaban sorpresivamente subiendo a la superficie desde las alcantarillas. A pesar del peligro, la calle era sólo nuestra a la hora de la siesta. Sólo la compartíamos con Adelina, mujer conocida en la zona como "la India", de edad indescifrable, calzaba extraños pares de zapatos, mixturando mocasines para hombres con sandalias floreadas, adicta al sol, pasaba horas enteras sentada en su petisa silla de paja fumando tabaco en pipa. De a ratos, alternaba su posición, recostándose a la sombra de un raquítico fresno. Nada fácil era adivinar si en verdad nos estaba vigilando, durmiendo o viajando más allá del tiempo y del espacio. Única testigo de todas nuestras maldades, piedrazos contra gatos del aserradero, gomerazos a pichones de palomas, amputación de patas a langostas o muerte lenta de hormigas culonas calcinadas como consecuencia de la concentración de la luz solar sobre una lupa. Usaba un método sutil para educarnos, sin histeria, gritos ni amenazas. La "vieja Lagarto", apodo elegido por Mario debido a su piel escamosa y su gran resistencia al sol, nos había acostumbrado a tomar agua en una manguera que se extendía desde la canilla de la cocina de su casa hasta el cordón de la vereda. Allí nos reunía mansos, sedientos y cansados, el mejor momento para escuchar la voz de la sabiduría. Adelina no sabía leer, sabía contar cuentos que llevaba escritos en el alma. Nos hacía ver, sin imperativos, la crueldad de nuestras acciones, la cobardía del violento y el temple del que resiste los golpes. "No crean que el perro es estúpido porque después de haberle pegado vuelva con su amo. Nos tiene una profunda y compasiva comprensión, su espíritu se apiada de todos los defectos de la raza humana", nos dijo una tarde mientras miraba fijamente al Willy, quien solía torturar a su Tobi para que camine en dos patas. Decía que teníamos todo el tiempo para comenzar el viaje, la conexión entre uno mismo y la vida en todas sus formas. En dicho camino no era necesario atacar a ninguna bestia, sólo aprender en silencio todas las lecciones que ellos están dispuestos a enseñar a nuestros enfermos espíritus. Destacaba la similitud de animales que regían la vida de niños y ancianos. Hablaba de aves voladoras, de livianos cuerpos fáciles de levitar, de seres sin preocupaciones en pesados intereses materiales, dueños de una sensibilidad para volar con la imaginación. Insistía en que los extremos tiende a unirse y que los hábitos diurnos eran el territorio común para ambos. Jorgito supo interrumpirla para recordarle sus largas siestas en la vereda. "No duermo, sueño, que es muy distinto. La sombra es donde viven los sueños, ambos te seguirán adonde vayas. No podrás escapar. Soñar es ir al futuro. Cuando se enamoren creerán que ha sido producto de un amor a primera vista. En verdad es a segunda vista, ya lo habían soñado, lo estaban buscando sin saberlo, en realidad se toparán con un sueño olvidado", nos dijo mientras ataba su botín izquierdo y antes de contarnos una historia que no olvidé hasta el día de hoy". Resguardándose del sol del desierto a la sombra de una gran piedra, un lagarto movía de un lado a otro sus ojos tras sus enormes párpados cerrados. Una víbora se acercó sigilosamente hasta él para pedirle que la dejara enrollarse y descansar a su lado. Después de pensarlo un instante el lagarto accedió con gusto. Antes de seguir su camino, el reptil le silbó a su posible víctima: "Mirá que sos tonto, mientras dormías plácidamente te hubiera podido comer si lo deseaba". El lagarto le contestó con una sonrisa: "No estaba durmiendo, estaba soñando, y en el sueño voy a donde vive el futuro. Ya te había soñado y sabía que hoy no me comerías". En tiempos de paseadores de perros profesionales, iguanas como excéntricas mascotas urbanas, sin niños amenazados con animales de sangre fría, más bien atemorizados en una caliente tensión social en la que optan por quedarse a mirar películas de Godzilla o a escapar de dinosaurios virtuales, suelo acomodar mi silla de plástico en mi galería a la hora de la siesta, y a la sombra de los aleros de la mente perderme en visiones lejanas. Siento seguir en el mismo sendero. Tal vez la sabiduría consista en recordar caminos recorridos con los zapatos de otras personas. Me gusta jugar con las figuras que me regalan las nubes en el cielo, rostros y paisajes amados empujados por el viento. No temo a las sombras que proyectan las nubes en el suelo, raras formas de víboras amenazantes, vejez, desamor, soledad, muerte. Tal vez mi aparente sosiego se deba a la seguridad que me otorgan recordados sueños pasados o quizás la duda infinita de saber si soy el que sueña o soy lo soñado.

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