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Miércoles, 2 de noviembre de 2016
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La maravilla oculta.

Por Federico Fontana
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"Todas las condiciones de la vida moderna se conjugan para embotar nuestras facultades sensoriales. Lo que ahora importa es recuperar nuestros sentidos. Debemos aprender a ver más, a oír más, a sentir más".

Susan Sontag.

La huella del neumático en el camino de tierra va desapareciendo. La pisada en forma de surco muestra elevaciones disímiles.

El trayecto dibujado contiene ahora solo un resto de aquel pasaje. Las pepas rocosas y los restos de minerales se desgranan y parecieran querer volver a un estado anterior. Acerquemos la mirada para advertir los restos de cosas -en otro tiempo vivas que ahora forman este camino de tierra. Arena, arcilla, vegetales, plásticos, rocas desmenuzadas.

El camino se cierra sobre sí mismo. En un momento será como si jamás el automóvil hubiera cruzado. Cuando esa marca desaparezca con ella también el acontecimiento.

Sin embargo, allí hay alguien observando.

Debajo del alero, el viejo se cubre del sol del mediodía. Reposa en su mecedora y advierte cómo el camino que cruza por delante de su casa se va transformando. Señala entonces que "algo" acaba de suceder, pero es solo un atisbo. Mira en derredor y nada parece moverse. La quietud envuelve las pocas cosas que existen en esta latitud del mundo. El jardín de la casa, la bolsa de basura en el cesto, un niño dobla la esquina con su bicicleta y la deja tirada en el umbral de su casa. El resto es ausencia.

Entonces el viejo se levanta. Baja la escalera de 4 peldaños y pisa el césped. Adelantándose, va camino hacia la calle. La nube de polvo se sostiene delante suyo, ingrávida. Se descalza y con el pie derecho refriega la tierra. Escarba y levanta. Hunde los dedos y siente algo del fresco por debajo que el sol no alcanza. Ahora repite el procedimiento con el otro pie. Así varias veces. Luego se arrodilla y toca el camino con su mano y mientras lo hace advierte que nada más está sucediendo. La agudeza de su experiencia sensorial se expande. Al reducir el contenido del mundo puede ver en detalle el objeto.

Entonces es cuando siente. Declina los ojos, sin cerrarlos del todo. Con la palma abierta de su mano refriega la tierra. Ahora el sentir se va transformando en una sensación y es allí que se forma la imagen, como en los sueños. El viejo entonces ve el automóvil que hace 20 minutos cruzó la calle. Lo ve como si estuviera sucediendo. Escucha las voces que van allí dentro. Se traslada a la parte trasera y observa el juego de los niños que hacen saltar una pelota de aquí para allá. Oye los retos de su madre y la risa del hombre que maneja. El aroma del tapizado lo conmueve. En la radio suena un tema conocido y es por eso que el viejo prolonga la visión. Es un pasajero más, hasta que el impulso va perdiendo fuerza y la imagen se desvanece. El viejo se endereza y respira. Observa lo próximo y lo distante. Se siente entusiasmado. Es entonces cuando advierte la bicicleta, dejada allí por aquel niño. Se sonríe y adelanta el paso, otra vez.

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