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Viernes, 20 de octubre de 2006
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Sin acento

Por Beatriz G. Suarez
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Hago un ejercicio. Han configurado mal el teclado de mi PC y, estando en norteamericano, carezco de ellos para hablar el castellano. Para escribirlos.

Los acentos forman parte de la escritura. Solamente.

Sin ellos no puedo ser pasado. Me doy cuenta de golpe que esa falta me obliga al presente. Y me digo: tengo suerte. Algo por fin se opuso al eterno rescate.

Entonces puedo disfrutar de mi casa, la luna, los temas de Joao Gilberto y mis manos regando las plantas.

Estoy compelida a lo que pasa, ocurre, cambia, trabaja o ceba. Este mate es el de hoy.

Tampoco tengo letra enie, por lo tanto no tengo maniana.

Me salva el teclado.

Me deslizo como introduciendo las manos en un arroyo limpio y encuentro las piedras verdaderas, no las otras, las del desencanto. Encuentro lo mineral, la mica y el cuarzo con que se componen la zeta, la o, incluso la hache que siempre olvido.

Sin esa letra y sin acento creo que puedo. De este modo: puedo.

Toco el alfabeto y no necesito acapararlo en intenciones o mirar algo en especial. La tarde me salpica su sol y subo, hago, incluyo, llamo.

Por fin me muevo.

Agosto me hace leve.

Los acentos son jefes en la sala de las vocales, ellas se apichonan, cobran una importancia dada por algo masculino, salen al castellano con importancia ajena.

Ahora que me doy cuenta tampoco tengo el signo que sirve para afectar a la u despues de la ge y provocar esa gangosidad de algunos nombres, apellidos y palabras que viven debajo de los dos puntos. Entonces tengo palabras sin techo... palabras solas... palabras conmigo, con algo perdido y necesario y una existencia presente que puede resultar aburrida.

Canta Marisa Monte y yo sin acentos. No puedo afirmar pero puedo decir no.

Mi casa es un paisaje. Mi casa tiene forma. Y yo: pertenencia. Pertenezco a los que inventan con muy poca paleta. Un pincel con azul, verde, amarillo y rojo. Dibujo un marco, un cielo. Me gusta el cielo. Me gusta la noche. Saco la cuenta de las cosas que quedan luego de perder al jefe.

Muchos dicen que no es nada, que me lo haga configurar bien, pero yo, que estoy en esta hora dieciocho sola con la pantallita y la luz, no puedo esperar que venga un destornillador pues lo que pienso es una caja de herramientas que tengo en el cuerpo.

Vibro al tener que vivir con las palabras sin techos. Yo y ellas estamos obteniendo un presente puro y obligando al domingo a ser domingo y el lunes no existe y el de ayer ya se fuga mientras tipeo.

Tipeo pero es caricia. No puedo escribir pasado pero puedo escribir caricia.

No puedo escribir el nombre de este diario pero puedo escribir amor. No puedo escribir enfatizando pero puedo sentir una libertad del interior que explota con lo perdido como argumento.

Me doy cuenta de que los acentos y esa ene con capucha son solamente complementos pero no me inhiben los dedos.

Me muevo igual. Me muevo igual, lector, me muevo y escurre el poema de todas formas, me voy deteniendo pues una escena del adentro me impulsa una y otra vez a querer encontrar lo que no existe hoy, pero, usted y yo sabemos que en el escribir presente hay una verdad.

Y verdad se escribe sin sombrero. Y vida. Emociona. Y cocina. Y donde permanece el inodoro no puede participar del escrito de hoy. Y cama se escribe sin sombrero, Y felicidad. Y para llamar por el tubo preciso el acento pero si me avengo tranquila a lo que pasa no necesito ser llamada, ni explicada, ni enturbiada.

Lector, le regalo este solazo, esta falta de techo. Le regalo este

contratiempo personal y necesario para quien suscribe. Mi apellido estaba acentuado antes. De hecho mi hermana lo usaba de esa manera. Bueno... logro firmar.

El lenguaje latino, el lenguaje de la madre patria, de lo que nos legaron los hablantes y no los dictadores de la lengua. Lo que nos dieron con la oralidad y no las maestras y el puntero.

Me falta algo, lector, lo voy sabiendo.

La PC y yo hemos hecho el pacto de ser felices a pesar de las teclas que no responden. Y pienso en los animales de la granja, la vaca, el pato, el ganso, el chancho, la gallina, ninguno necesita el acento. Y pienso en el perro, el gato. Y pienso en los lobos y en las jirafas y el color naranja.

Y para finalizar pienso en el amigo. En que los amigos tampoco necesitan vivir bajo el palito. En que pueden estar graves.

Y me voy, por suerte puedo irme, colaborar, picar, amasar fideos, limpiar, tocar libros viejos y tipear.

Aunque sea el fin.

Un programador llama y me indica que con Alt+163 logro lo: último.

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