Hombre impactante. Después de tantos cruces frustrados, el azar me lo planta a mi lado, en la cola del súper, justo como el número que faltaba para que cantes bingo. Lo empujo adrede, él gira: "qué placer, y qué coincidencia". Me marea. "Hallarnos aquÃ, por fin".
Pero mientras entona sus salmos y chamuyos, intenta esconder algo de lo que ha comprado; bloquea con su cuerpo los productos, como si quisiera ocultarme. ¿un secreto que le concierne? ¿En un súper? Vamos. No seas paranoica.
Avanzamos un paso. Estrecho la mano que me tiende, el "Marcelo" con que se presenta y que leo como los sordos por encima del retumbar de los parlantes. "Aproveche las ofertas de pescaderÃa. bogas a .". "Lilian", ululo mi nombre.
Atractivo, sÃ. Lo tengo visto del edificio donde atiendo una cliente en el séptimo y él ocupa un buen departamento en el octavo; aunque se nos vienen dando sólo encuentros frustrados: Sale del ascensor mientras yo me hallo cerrando la puerta del paralelo, o maneja el auto que me deja atrás cuando recién piso la vereda del condominio, en tanto él usa de zoom el espejo retrovisor para clavarme los ojos; pero ineludiblemente, esos zigzags cortan una corriente de atracción de "éste, sÃ" y viceversa; se nota.
"No esperaba que los dioses me la pusieran en este camino poco romántico de denarios y dracmas", susurra, "pero sus designios escapan a los mortales". "Lilian", repito, retengo sus dedos, otro paso adelante y su mano izquierda tan atareada en mantener bien abajo algún artÃculo que oculta ¿oculta? Vamos.
Y si hasta ahora nos retuvo para caer uno en brazos del otro cierta reticencia pudorosa o timidonga por la que, en mi caso, suele tildárseme de antisociable y en él es, quizá, coartada para no terminar entrampado, queda superada con su "era hora de que pusierámos en palabras lo que embolsábamos ¿no?" se insinúa y encesta, al descubierto mis ganas. "¿Qué pasa que la cola no se mueve?" gruñe la mujer que se agita detrás. ¿"No se mueve?" por mÃ, me instalarÃa a terminar el domingo aquà bajo los efluvios de Marcelo. "Ha comprado vinos", comento; "Homenaje a Baco", "Baco, bacanal", juguetea y mantiene la mano firme sobre lo que disimula.
Solitario, porque solterón corresponde a otro perfil, su entera familia sanguÃnea en Chile, sin concubina, hijos u otros asociados más o menos fastidiosos, profesional de ingenierÃa bastante bien instalado, mayorcito, sÃ, (lo que refuerza su seducción), identikit que recopilo de su vecina de edificio, mi cliente, y de mis sentidos que lo reclaman como alondra en celo. Y ahora tan al alcance de la mano. Con que Marcelo. Alcanzo a ver las botellas que ha comprado, pero sigue censurándome algo al interponer su cuerpo, como si bloquearme la vista y ocultarme una mercaderÃa constituyeran propósitos inconfesos. Paranoica. Se da vuelta a medias, me cedió el lugar tres veces para que pasara al frente. Me niego, es domingo, el tiempo sobra, he venido a elegir plantas. "¿Plantas? ¿A un supermercado?", "¿Por qué no?", "¿CarnÃvoras?", "Son mis predilectas". La computadora de nuestra caja se acaba de tildar. Divinos fracasos de la tecnologÃa. En las otras, colas larguÃsimas. Suerte. Borracha con su voz, su luminosidad, armo una arquitectura con todo lo que me gusta: lo quiero. "Me encanta esperar el atardecer tomando algo en la terraza de la confiterÃa sobre la barranca del Paraná" me lanzo sin paracaÃdas. "SÃ, la he visto. Podemos compartir la puesta de sol ¿te parece hoy?". "OÃr es obedecer". "Ah. esa expresión la plagiaste de Las mil y una noches", "Puedo plagiar otras, si te placen".
Aunque mi actitud sea ciertamente regalada, qué importa. Tipos como éste, cultos, buen pasar, interés en viajes, medios para darse ciertos gustos, gourmet, piel tersa, bigote que promete todo. "¿Te parece a las siete, en el bar Arenas?" me aseguro, "y contemplaremos el atardecer, las estrellas, la alborada .", refuerzo. Mientras, la cajera le indica que avance, el desperfecto ya arreglado, y él con su brazo trata de disimular lo que va a pagar, esconder qué, ¿condones? ¿viagra? En los supermercados no se ofrecen artÃculos que disgusten a la Liga de la Decencia. Abro la agenda, quiero su email, su grupo sanguÃneo, su fecha de nacimiento, las felicitaciones que le anotó la maestra de cuarto grado, el verso que recitó en séptimo, cuando uno de los paquetes se le desliza sin que él lo recoja; torpemente me agacho, se lo alcanzo "se te cayó" y no puedo decirlo con los términos que indica la etiqueta, dejo que hable la etiqueta "pañales para adultos", asà que me sale "eso", mientras él manotea el bulto que encubrÃa, paga, se le caen las monedas, balbucea algo que no se entiende, gira, todo molestia, espera un indulto, pero se enfrenta con la mujer de Lot, me convierto en pura sal, me desgrano sin ver cómo aguarda esa palabra, cómo se desalienta y marcha, cómo corre, en tanto empujo mis cosas y la cajera las va pasando bajo el lector de precios y las ofertas de pescaderÃa incluyen merluza y boga, amén de unas increÃbles postas de surubà sólo por hoy, domingo. [email protected]
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.