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Domingo, 3 de diciembre de 2006
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Según la propia ley

Por Luis Novaresio
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Uno: Siento la necesidad de volver a citarte. De contar de vos, otra vez. Terminan estos primeros días de diciembre y es imposible que me olvide, que no te invoque, que no te recuerde en esta fecha. Cantidad de informes en la tele con periodistas que bajan el tono, algunos, de verdad, porque lo creen, otros porque están convencidos de que la voz grave y engolada es sinónimo de seriedad y se aferran a las frases del caso: Hacelo por vos. Hay una posibilidad de zafar. Cuidate. Si no te cuidás vos, no te cuida nadie.

Y es cierto. Nadie te cuidó. Nadie. Y te cito.

Dos: Es famosa una anécdota sobre Alejandro Magno y Diógenes. El rey se acercó a Diógenes que estaba sentado tomando el sol. Alejandro le preguntó qué podía hacer por él, pensando en las riquezas u honores que podría concederle. Diógenes le contestó secamente: "Apártate, que me estás tapando el sol".

Tres: Yo no soy cínico, me dijiste entonces. Y, claro. Yo lo sabía. Al menos no eras eso que todos hemos aprendido gracias a la historia oficial. No sos, no eras, procaz, mentiroso, afecto a la desvergüenza como dice el Larrouse Ilustrado. ¿O no? ¿La desvergüenza es algo malo?, me preguntaste con el resultado del análisis en la mano. Y yo no sabía qué decirte. Tenía la sensación de estar frente al pelotón de fusilamiento y vos preguntando por el recorrido de la nueva línea de colectivo que mañana, obvio, no ibas a tomar. Para qué se quiere saber lo que no tendrá futuro, me decías. Y te lo dije. No es tiempo de preocuparte de la desvergüenza sino de lo que tenés en la mano. Y vos te reíste. Mucho. Mucho. Todos los días hacemos proyectos para la semana que viene, para dentro de meses o años y nunca esperamos recibir este análisis. O que un piano se nos caiga en la cabeza, o que un auto te atropelle, o que tu corazón se canse y se muera. No me jodas. Prefiero ser un desvergonzado y seguir preguntando por el recorrido del colectivo.

Sí. Me voy a morir. Como vos. Como todos estos que toman café y seguro se van a indignar porque les grito. Y en el bar, se indignaron. Al menos yo tengo la dignidad de morirme sin tenerle vergüenza a mi vida.

Cuatro: Entonces me contaste. Ya te lo dije. Ya te lo escribí. Cuando le preguntaron a Antístenes qué es lo que había aprendido de la filosofía, respondió: ser capaz de hablar conmigo mismo.

Al preguntarle qué cosa era lo mejor para los hombres, dijo: morir felices. En cierta ocasión, Diógenes de Sínope se masturbaba en medio del ágora. Y comentó: ojalá fuera tan fácil librarse del hambre, frotándose la tripa.

En un banquete, algunos para hacerle una broma le echaron huesos como si fuera un perro. El fue y les meó encima, como un perro.

Cinco: La primera vez que la entrevisté a Gladys González fue su primera vez ante un periodista. Me parece que era en calle San Juan, en una casa de alto, de las de antes. Cuando subíamos la escalera ella me dijo que ya nadie construía como en aquellas épocas. Y yo tuve la sensación de no sólo hablábamos del mármol raído de esos escalones. Su hija había muerto. Su nieto, la peleaba. No sabíamos hablar de transmisión vertical u horizontal del virus. El médico que la acompañaba, un hombre que cree en la posibilidad de curar escuchando, con cocteles, antibióticos y lo que sea, pero escuchando, me dice hoy cuando se acuerda de aquella nota. Entonces mi sala de espera del consultorio era la puerta del infierno del Dante. Hoy es la puerta a una digna vida terrena.

Gladys se acomodó en un asiento con brazos tapizados en ocre. Y, rápida, preguntó si podíamos evitar las fotos. O las cámaras. Supe que tener un familiar con SIDA, entonces, era el infierno en la mirada de los otros. Rock Hudson había dejado de ser el muchachito querido por las Doris Days del mundo. Todavía nuestro Mozart no había muerto. Freddy Mercuri aún hacía música. Pero todos, como Gladys, se sentían solos.

Ella habló con la misma valentía que lo hace hoy. Se enorgullecía de su vida, la de su hija y quería que su nieto lo supiera. Aunque, al final, no pudiese ser. Supo que desde adentro le nacía una fuerza que sería ejemplo, hasta hoy. Pero ejemplo militante. No inmóvil, intacto, de bronce. Los ejemplos existen si se actúan, si se hacen. Ella es, hace, dice.

Cuando terminamos la nota me dijo que si queríamos foto o cámara lo hiciéramos. El problema es de los otros. No tengo nada que ocultar. No hay vergüenza. Sin saberlo, como vos, hablaba de cinismo.

Seis: Amo a los que saben contar el cuento de la historia. A los que entienden que lo que pasó sirve, si interesa. Entonces le lo contaste. El cinismo es una corriente filosófica que duró nada menos que un milenio para volver a aflorar más tarde. Tras la primera aparición en el siglo IV a. C., el cinismo volvió a emerger de nuevo con fuerza en plena época romana imperial, con representantes tales como Demetrio, el amigo de Séneca, Demonacte y Peregrino, de finales del siglo I d.C y primera mitad del II. A los primeros les fue mucho mejor que a los segundos. Pero estos últimos compartieron tiempo y lugares nada menos que con Jesús.

Se ha discutido mucho la relación que hay entre la palabra cínico y el término griego kyon, que designa al perro. Unos piensan que el nombre deriva del hecho de que Antístenes, fundador del cinismo, solía enseñar en la academia de Cinosargo. Más comúnmente se piensa que la relación arranca del hecho de que el perro en la cultura griega era tenido por un animal impúdico. Cuatro rasgos son característicos de la figura de los filósofos cínicos, según los tratadistas que han generado un sitio web en honor a estos pensadores (www.cinicos.com): la anaideia, o falta de pudor, la adiaphoría o distintividad, y la parresia o franqueza y libertad en el hablar. Diógenes de Sínope dormía en un tonel al aire libre, y defecaba y copulaba a la vista de todos. Y finalmente, la autarkeia, o autosuficiencia. Se trata de la independencia con respecto a la organización de la sociedad en la que viven y a los lazos económicos y sociales que les vinculan con ella.

La adiaphoría es la característica que les hace distintos de los demás, seres contraculturales y opuestos a todo convencionalismo. Sus actitudes eran provocadoras y rupturistas. Vestían con extremada austeridad, iban descalzos, barbudos, desaliñados. Se movían por el ágora y el mercado, en lugares públicos y en ciudades grandes. Despreciaban el matrimonio y el estilo de familia burguesa. Diógenes dijo, ante la pregunta de cuándo casarse: Los jóvenes todavía no, los viejos, ya no. En virtud de su parresía o libertad de expresión, el filósofo cínico no tiene pelos en la lengua, porque no tiene miedo a ser rechazado o a caer mal. Cuestiona, pregunta, inquiere, subvierte, no acepta.

Siete: En estos días se recordó la jornada mundial de la lucha contra el SIDA. Este es el homenaje a los que están infectados del virus y lograron con su testimonio defender el derecho a no tener vergüenza por una enfermedad que esta sociedad ha elegido estigmatizar por miedo a mirarse al espejo. Este es el homenaje a los que se murieron, como vos, con la convicción de no haber tenido vergüenza ante las elecciones de la vida y sus consecuencias. Aún las no queridas.

Escribo estoy veo en la tele a un pibe de dos o trece años diciendo que el preservativo es la única vacuna que hay hoy contra el SIDA. Apártate que me estás tapando el sol. Y me río.

Ocho: Es más útil pelear con pocos buenos contra muchos malos, que con muchos malos contra pocos buenos. Hay que prestar atención a nuestros enemigos porque son los primeros en descubrir nuestras debilidades. La virtud del hombre y de la mujer es la misma. Es Diógenes de Sínope.

Y por fin: La risa abundante y reiterada garantiza una vida saludable. Si bien, no la eternidad. Vivir es hacerlo según tu propia libertad. La libertad es el centro del existir. Libertad de pensar, de expresarse, de ser. Y todo, según la propia ley. La propia. [email protected]

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