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Lunes, 4 de diciembre de 2006
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Juegos a la siesta

Por Sonia Catela
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Cada siesta me cruzo con el pibito en la calle desierta, jugando solo en la vereda. ¿Cómo lo descuidan así? Un depravado lo va a agarrar una de estas tardes. Ahora mismo, aquí.

Es mi último día en este pueblo, pero repito los pasos de rutina: Almuerzo, bajo las persianas del taller donde trabajo transitoriamente, y doblo por Lavalle. Hago el par de cuadras de la plaza, a las que bombardean fosforescencias de luz. Dejo atrás la cortada Rey, sin salida, y atravieso las vías del tren. Gobierna la modorra. Enseguida cruzo la calle donde el pibito juega en la vereda caldeada sin que nadie lo vigile, las casas circundantes sumidas en sueño, clausuradas al calor. Ni un alma que nos mire. Todos los días. "¿A qué jugás?" Tendrá cuatro años. "A los superpoderosos". "Necesitás un caballo. Necesitás un revólver. Yo tengo. ¿Querés verlos?" El pibito dice que sí. "Cómo te llamás". "Nicolás". Me sigue. Doblo la esquina. Me sigue. Va golpeando su varita contra las rejas, o contra los zócalos. Es mío. ¿Cómo lo desatienden de ese modo? Puede caer en manos de un loco que le haga un daño irreparable, o que se lo lleve. Vengo quedándome en el barrio desde hace una quincena; hago la línea, durante la temporada de trilla; y hoy, antes de las cuatro salgo para el norte. Entramos a mi casa rodante. "Qué casa rara", dice Nicolás, "sobre ruedas". "¿Viste?" Saco el rebenque que me regalaron los colonos para los que trabajé en La Rubia. Lo hago chasquear. Coloco el revólver sobre la mesita. "Mi tío tiene unos parecidos a ése. Pero ni dejan que me acerque". "Aquí podés tocarlo, te enseño".

El arma es una Beretta, de calibre pequeño. "¿Y esto?". "Son las balas. ¿Querés apuntar? Pero ojo, que matan". Hace click en falso; todavía no la he cargado. Luego, más tarde saldremos a apuntarle a algo. Algo vivo. La pistola queda en la mesita, los plomos dispuestos al lado. "No hagás caer las balas que después no se las encuentra". El pibe las junta. "¿De quién es esa foto?". "De una mujer que tuve". "Se parece a mi mamá". "Todas las mujeres se parecen". "Mirá qué lindo gatito". "Mi mascota". "¿Por qué no se mueve?". "Porque está embalsamado". "¿Por qué está embalsamado?". "Porque no puedo cuidar una mascota viva. Viajo mucho". "¿Y ese perrito?". "Lo mismo". Le sirvo agua con limón y azúcar. "Qué rico". Ya ha pasado como una hora desde que alcé al pibe y nadie viene a reclamarlo. ¿Por qué lo abandonan de este modo? Puede pasar un pervertido y agarrárselo. Nicolás tose, una tos fea. "¿Y esos barriletes?" ¿Los hacés vos?". "Claro. ¿Querés que salgamos a remontar uno?". "Vamos". Arranco la pickup de la casa rodante, Nicolás en mi falda, sus manos sobre el volante, su olorcito a piel. "También podemos tirarles a los pajaritos, con la pistola. ¿Querés?". "¿Por qué me olés el pelo?". "¿Te molesta?". "No sé". Tres kilómetros hacia el norte, ya atrás el cartel de "Bienvenidos a Las Tunas", estaciono en la ruta, frente a uno de los tantos campos desolados. Todavía no son las cuatro, pero me iría de este lugar en este mismo momento. "Qué tos fea, pibe". "No se me va. Hace mucho que la tengo". Sostiene el hilo y aguanta a duras penas el cabeceo de la cometa. El viento nos arrastra. "¿Tiramos con la pistola?" le pregunto cuando se cansa del barrilete. Saco la Beretta. Coloco unas botellas de plástico que recojo de la cuneta. Es muy chico, este pibe. Cómo lo dejan solo así. Cualquier hijo de puta podría aprovecharse de él, hacerle quién sabe qué. Violarlo. Raptarlo. Claro que Nicolás no le pega a ningún blanco. Y se asusta con los disparos. Acribillo unas cuantas palomas que revolotean, y un tero chillón. "Mataste los pajaritos", dice Nicolás. "Para eso se fabrican las armas. ¿Cuántas pistolas tiene tu tío?". "Como así" y abre los dedos de la mano. "¿Para qué las usa?" "Qué sé yo..."."Bueno, andando", lo cargo en el vehículo. Tengo que alzarlo por la cintura. No quiere irse. Se hace tarde, cierro las ventanillas. Coloco las trabas. Casi volteo la puerta para que esta mujer aparezca. "Ni te diste cuenta que el pibe faltaba. Lo tenés abandonado en la calle". Está dormida, sigue dormida. No sabe la hora. "Menos mal que te tardaste cuatro años para venir a avisármelo", dice. "Lo puede agarrar cualquiera, al pibe". "Dame consejos, que es lo que me hace falta. Más que nada, los tuyos". "¿Y esa tos fea, por qué no se la hacés ver?" . "Crónica. Asmático. Llevatelo, al pibe. Al fin, ¿de quién es?". Le tiro unos billetes. Sin darme vuelta me subo a la pickup y arranco. Salgo a toda velocidad del pueblo. Me paro en el cartel de la ruta que dice "Las Tunas, centro 1 km". Lo perforo a balazos. Cada balazo es una trompada, dirigida a la mujer, a la trilla, a mí, quién putas sabe a quien.

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