Entre los grandes autores que la posmodernidad arrasó como una hoja seca hacia las alcantarillas de la nada, está el poeta Juan Ramón Jiménez.
El "andaluz universal", el enamorado de su "dulce Moguer natal" no cometió ningún sacrilegio, salvo uno: fue un obsesivo que cuidó sus versos como piedras preciosas en un mundo que se fue irremediablemente al pozo de la decadencia y tuvo el grave error dijo Borges de Banchs de ser sólo un gran poeta.
Buriló por asà decirlo sus versos con una paciencia de orfebre durante toda su vida, quiso lograr una expresión autónoma lejos de toda servidumbre referencial u oportunista o de mercado.
Y dicho sea en su honor anoto: durante medio siglo fue un autor "faro" para varias generaciones, muy leÃdo y con niveles extraordinarios de venta que llevaban a la tentación de "piratear" sus libros, hecho del cual se queja en su correspondencia (1) con otros autores, no tanto por la plata que perdÃa sino porque se los copiaban con las erratas que le producÃan jaqueca.
Fue capaz de abjurar de sus libros pasado un tiempo, que corregÃa sin cesar, como un verdadero poseso, y hasta los tÃtulos cambiaba cuando autorizaba una reedición.
Desde sus años juveniles en que solicitó un poema a Rubén DarÃo para ser publicado en una revista que editarÃa, pasó desde ese romanticismo inicial hasta ser un discÃpulo del gran nicarag_ense y luego ir decantando su lÃrica hasta niveles nunca luego alcanzados por la poesÃa en español.
Fue el epÃtome del poeta "puro" y defendió a mansalva esa lÃnea en un tiempo en que la poesÃa se misturaba con los vaivenes de la polÃtica, en búsqueda de esa "poesÃa llena de impurezas" como gustó a Neruda, poeta odiado por el andaluz, hasta tratarlo de poeta "lleno de grasa".
Se peleó con todos, discutió con todos, poniendo siempre la cara "y firmando mis opiniones" aclaraba siempre, pero tuvo una actitud de curiosidad insaciable por los jóvenes poetas ignotos a quienes respondÃa sus requerimientos, opinaba sin piedad, y se suscribÃa a sus revistas, les compraba sus libros y los alentaba cuando suponÃa un talento en esos versos defectuosos que con paciencia responsable, leÃa.
¿Qué llevó a este hombre enfermo, que pasó parte de su vida en los hospitales, acosado por grandes depresiones, que vivÃa exclusivamente para la poesÃa, a apoyar la polÃtica democrßtica de la República española? Su autenticidad y su coherencia. Una sola vez tuvo un gesto polÃtico, le costó caro, y se lo bancó hasta el final.
Cuando estalló la rebelión franquista, Manuel Azaña, presidente de la República Española, tal vez para protegerlo, lo nombró agregado cultural en La Habana.
No volverÃa mßs a su querido paÃs. Se embarcó con su fiel esposa Zenobia Camprubà (profesora y traductora, gran compañera) en el vapor "Aquitania" sin saber que nunca volverÃa. CaÃda la República pasarÃa a Puerto Rico y Estados Unidos donde tuvo que hacer lo que nunca habÃa hecho, ya que era hombre de fortuna familiar, trabajar. TenÃa 55 años.
Por primera vez dio conferencias y clases en universidades. Su mujer lo ayudaba con las clases de español. Yo siempre he visto a Zenobia como la fiel Gerarda de nuestro Juanele Ortiz, que dicho sea de paso siempre me mostró su admiración por "el gran Juan Ramón", como gustaba repetir.
Mientras tanto, en Madrid, hordas falangistas arrasaban con su departamento destruyendo su biblioteca y sus papeles que se perdieron para siempre. Como siempre sucede en estos casos, el resentimiento de otros escritores apoyó no sólo el hecho sino que robaron objetos queridos por él, todo denunciado con furia en su correspondencia, con nombre y apellido, como cuadraba a un hombre de su talla.
¿Qué pasó mientras tanto con los libros que escribió en su largo exilio?. Adhiero a la teorÃa de algunos crÃticos que Juan Ramón Jiménez escribió en el continente americano lo mßs alto de su lÃrica.
Recién en 1999 la editorial Galaxia Gutenberg, de Barcelona, reunió bajo el tÃtulo común de "LÃrica de una atlßntida" esos libros imperdibles, que son por orden de escritura: "En el otro costado"; "Una colina meridiana"; "Dios deseado y deseante" y "De rÃos que se van".
De todos ellos sólo se conocÃa una magnÃfica edición de la crÃtica Aurora Albornoz, el primero de ellos, que fija esos textos admirables y es consulta hoy imprescindible de todos los crÃticos de la obra del poeta, y "Animal de Fondo" editado por Losada bajo la supervisión de Rafael Alberti, en Buenos Aires en 1949, que forma parte de este tercer libro, es decir de "Dios deseado y deseante". Fragmentos de su intento lÃrico mßs alto en prosa poética "Espacio" perteneciente a "En el otro costado" aparecido fragmentariamente en revistas mexicanas.
Cito parte del prólogo de este largo poema: "Creo que un poeta no debe carpintear para "componer" mßs estenso (sic) un poema sino salvar, librar las mejores estrofas y quemar el resto, o dejar éste como literatura adjunta. Pero toda mi vida he acariciado la idea de un poema seguido (¿cußntos milÃmetros, metros, kilómetros?) sin asunto concreto, sostenido sólo por la sorpresa, el ritmo, el hallazgo, la luz, la ilusión sucesiva, es decir, por sus elementos intrÃnsecos, por su esencia".
Juan Ramón Jiménez habÃa nacido en Moguer, provincia de Huelva, España y murió en San Juan de Puerto Rico en 1958. En el último año habÃa muerto Zenobia y del pozo de depresión en que estaba no lo sacó ni la obtención del Premio Nobel que fue retirado en su nombre por el Rector de la Universidad de puerto Rico donde trabajaba.
Con Zenobia no tuvieron hijos y vivieron abocados a la literatura y a la difusión de los autores que consideraban con algún merecimiento, en esos grandes poetas habÃan descubierto la pasión que compartieron toda una vida.
Los grandes no necesitan nada más, porque nos legan a nosotros, sus lectores, el resultado de esa vigilia que rehúye los ruidos ensordecedores de la Feria, tan incesante y abrumadora en estos tiempos.
(1) Juan Ramón Jiménez: "Cartas literarias", Bruguera, Barcelona, 1977
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