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Lunes, 22 de enero de 2007
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Madame Safo se perfuma

Por Sonia Catela
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Se pone ese vestido de puta que se trajo de Curitiba, el del tajo hasta la raja, y se larga el contrapunto; le doy inicio con el "cosételo si querés salir así" que parte de mi ángulo, al que le sigue el "andate a la mierda" del suyo, de ahí un desarrollo en el que ella saca lo más granado de su costado reo, y hablando, se sujeta en el escote, (que le toca el vientre), la medalla que obtuvo en la secundaria, prendida más en el aire que en la escasa tela; no se la cuelga de una cadena sino que la abrocha tipo condecoración, para que atraiga la curiosidad, como si faltaran incentivos para que las miradas se arrastren sobre esa provocativa goma adherente que es el vestido de puta, ocurrencia alocada de un fabricante como para que alguien como Mirna llegue y lo elija, "ése".

"Con vos así, no voy", aviso cuando me toca el turno en la payada, "como si necesitara un ciego para guiarme", notifica ella.

Justo para el homenaje del Rotary Club por los dos períodos sucesivos de mi concejalía en el distrito capital y el lanzamiento de mi tercera candidatura, pero si Mirna se caracteriza de ramera tan abiertamente, con esos labios exageradamente escarlatas que se acentúa, lo lógico sería que llegara tarde, sola, para lograr su objetivo de tomarme por sorpresa y shockearme en medio de la ceremonia, entonces ¿qué busca alertándome anticipadamente? Al fin y al cabo, ella también galopa en esta carrera política y se postula a una banca aunque milite en la oposición y yo: "ya me voy cansando de este circo", y ella: "pará de darle cuerda a la música y verás cómo la función se acaba", viene garroteándome por los recortes del presupuesto que votaremos porque para eso hacemos valer nuestra mayoría, a mi mujer la joden ciertas podas en ayuda social que se imponen, sumas que hay que tachar; dramatiza: "sáquenles las chapas para techos a los del barrio y que se mojen.

Borren la guita para sus huertas, total, pueden rebuscar comida en los tachos de basura", sigo: "te vestís de Nina Pelloso para parecerte a tus protegidos ¿no?".

"No sólo parecerme, acordate de dónde vengo", sí, dale con eso, del barrio Triángulo, cuando vivías al lado de las vías, sin baño instalado y con retrete etcétera, antes de tu ascenso a la clase media. (Discutimos, aunque lo otro, la verdadera amenaza, late, tan atrás).

"¿Por qué no me hacen un piquete, a la entrada del Rotary, ya que están?", "¿y cómo sabés que no te lo tenemos preparado?", "mejor un escrache", devuelvo yo, cada vez más cerca de largarle una trompada, ella dispuesta a lo mismo.

No desisto: "qué pretendés? ¿qué no vaya al acto con que me homenajean? te doy el gusto, me quedo", y Mirna: "¿y que el pueblo se pierda las palabras trascendentales que le tenés preparadas?", y se echa ese perfume que remata su estética barrio Pichincha, "ganaste, me quedo en casa" asumo la retirada, las pocas ganas de un papelón, "negociemos", propone ella. Y se ablanda; me abraza, "no te pongas así, querido, dénnos algo, un diez por ciento menos en las reducciones y aflojamos" pero yo sospecho, y sospecho mientras se desviste y sale del dormitorio de atuendo formal, un tapado que le traje de Londres, en el 2003.

Mientras nos bajamos frente al Rotary Club del pueblo, sospecho; en tanto escruto el piquete que no aparece, ni el escrache que tampoco, sospecho. ¿Adónde están dispuestos a llegar para detener el recorte de ayuda? y sospecho mientas entramos y al pararme para ir a agradecer las palabras del presidente del Rotary.

A mi paso los señores aplauden cortésmente y las señoras cumplen el ritual de alcanzarme el ramo de flores junto al micrófono.

Largo el "señoras, señores" (las damas primero) y ahí estaba el personaje de mi Mirna: Lady Godiva; se levanta, revolea el abrigo y no puedo, sencillamente no puedo describir cómo se ha venido por debajo, la fórmula que se ha escrito en unas bandas tipo reina que constituyen su única indumentaria y se refieren a "mutilaciones" del presupuesto; sincronizadamente, de afuera se larga una musiquita que alguien escondía y nos invaden los bárbaros con murgas y tambores; alcanzo a escuchar cómo una dama rotariana pregunta a otra: "¿Y ésa energúmena quién es? No me digás... ¿así que la propia esposa del concejal Peluffo?" panorama ante el que no me desmayo pero eso quisiera, junto coraje, bañado por el bochorno, y en medio del desbande, los flashes de los periodistas de la zona apuntándonos, me arrimo a Mirna y la tomo de un brazo: "negociemos seriamente"; las batucadas convierten el salón en un infierno y la alternativa que se instala se reduce a negociar o divorciarnos, o escuetamente, negociar, la turra sabe que me tiene del hocico y me lleva donde quiere.

Satisfecha se bambolea: "negociemos". "Ponete el saco, tapate esas vergüenzas", replico; "burguesito", ella. "¿Y ahora qué? ¿querés socializar los streaps teases? vamos a casa", "¿y vos qué buscás? ¿propiedad privada o muerte?" a ella la vitorean, a mí me abuchean. Habrá que negociar nomás. En sus términos. Pero sospecho. Porque éste es nuestro juego y me gusta jugarlo. Lo que no me bancaría es que se incline sobre mí, en el auto, me acaricie la mano, y diga, por ejemplo, "el show se acabó, estoy harta; quiero un trato esta vez, pero de índole particular.

¿Cuánto calculás que habría para alguien que acerque posiciones entre nuestros bloques de aquí en más?", no me banco tener que volverme, mirarla y preguntarle: "¿hablás de vos?", "de mí, sí", no puedo tolerar esa confirmación de un arreglo privado, un soborno que ratifica una codicia de entretelones que sospechaba con pánico, como sospechaba que, a partir de ahora que recibirá su cotización, se vestirá de traje sastre como corresponde a su título en derecho, el que jamás traía a cuento.

Todo esto no entra en el juego que jugamos, que nunca fue de máscaras tramposas ni de canalladas; me tiembla el pulso girando el volante, apretándome el ceño y suspendiendo toda palabra, aunque ella pregunte si me comieron la lengua los ratones. "Prefiero no involucrarme", refunfuño, "buscá a otro para esos chanchullos".

Clausuro el tablero de preguntas y respuestas con tremendas puntadas en la cabeza que arrancan del desconcierto, de saber que esta vez no será dar de nuevo y empezar otra partida, se terminaron las partidas, y aunque entienda, realmente no de qué se trata.

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