Hola, Vila Ortiz me saluda Nicanor Pérez, sentado junto al ventanal que da a calle Maipú, en el bar en el que habitualmente pido bizcochos y café y agua bien frÃa, necesito un favor.
No me sorprende verlo; sabÃa que tarde o temprano nos encontrarÃamos. Está un poco más viejo y chueco, pero su mirada ha recuperado un brillo que creà que habÃa perdido para siempre.
Necesito que me escuche y que me preste su contratapa del sábado agrega mientras me invita a acompañarlo. Ya que por casualidad ha encontrado mis textos en Los libros de Alicia sigue y los publica sin permiso y hasta conjetura acerca del inicio y el final de mi historia y... se interrumpe al verme sonreÃr.
Usted no cree en las casualidades, ¿verdad? pregunta y suelta una carcajada. Bueno, de todas maneras insiste usted me debe un favor.
El mozo trae mi pocillo; agrego azúcar y revuelvo con movimientos pausados; levanto apenas las cejas.
Quiero hablarle de un amigo explica y me mira a los ojos, de un viejo amigo, un pianista con un swing fenomenal, uno de los últimos hombres Ãntegros que conocÃ. Calucho es parte de mi historia, estuvo conmigo en buenas y malas horas, y aunque pasaran meses sin vernos jamás olvidé que podÃa contar con él cuando lo necesitara, que su integridad y su solidaridad eran irreductibles. Ahora que ya no está, que lo extraño al escuchar ciertos discos de jazz, que imagino verlo en algunas esquinas de esta ciudad en la que nacimos los dos, ahora repite le pido que por una semana no transcriba las lÃneas que copia de esas cuartillas grises, pálidas, que tanto lo intrigan y que me ayude a recuperar esta memoria personal. Como dice la cita de Italo Calvino que usted ha usado más de una vez: para no sufrir el infierno que habitamos todos los dÃas "necesito buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio". Eso es lo que necesito, entonces, un espacio para mi recuerdo, para hacerlo durar...
Nicanor deja la frase a medias y hace un gesto en el aire, como si ya sus palabras sobraran. Cruzando mis brazos, me reclino un poco en la silla, en silencio. El pide un té y se queda pensativo, quizás buscando más allá del ventanal que da a calle Maipú el rastro impalpable de algún fantasma, y sus dedos tamborilean sobre la mesa, acariciando las teclas de un piano imaginario.
En algunas noches en que lo siniestro superaba a la siniestra realidad debÃa buscar refugio memora Nicanor en un pequeño cafetÃn, un bar, como se quiera llamarlo, de esos que habÃa por la avenida Belgrano frente a la parte del rÃo que aún no se encontraba totalmente visible, pero tampoco la zona estaba sumida en la oscuridad de otros dÃas. En uno de esos reductos se hizo famosa Rita la Salvaje; en otros cantaron tangueros de valÃa; en el que yo iba a buscar unos instantes de sosiego no habÃa espectáculo alguno, pero sà un piano vertical que podÃan usar algunos de sus habituales parroquianos. Cuando las horas de ciertos anocheceres se hacÃan muy pesadas, yo dice Nicanor lo buscaba a Calucho, que era el mejor remedio para salir, por esas horas, del pozo en que habÃa caÃdo. Calucho, mi amigo de toda la vida, que se murió a destiempo como toda la gente que uno quiere, que tenga la edad que tenga se muere a destiempo, llegaba, pedÃamos casi siempre lo de siempre y al rato nomás, sin mediar muchas palabras (a esa altura de la amistad no eran imprescindibles) se sentaba al piano y tocaba. Entonces los primeros acordes de "After you've gone" comenzaban su trabajo de lucha contra el "angst"; en seguida Calucho, que iba viendo los efectos que me causaba su swing, se dedicaba prolijamente a buscar una improvisación sobre "In a sentimental mood" y al tercer tema agrega Nicanor, que ignoro por qué era con frecuencia "The very thought of you", ya las cosas estaban mejor; el gin con naranja y el whisky se iban acomodando como fragmentos de un centón curativo. TenÃa que estar en la noche algo del primer Nat King Cole y tampoco podÃa faltar Teddy Wilson. Sólo en una ocasión lo escuché tocar un tema de Monk; una madrugada húmeda y neblinosa, melancólica, otoñal, rosarina, Calucho improvisó más de una docena de versiones de "Round midnight".
Nicanor hace una pausa para beber un sorbo de té. No es asà se corrige ya habÃa escuchado antes a Calucho improvisar a la manera de Monk. PermÃtame este paréntesis dentro del relato, esta digresión como las que a usted le complacen.
SonrÃo y asiento, divertido. Acodado en la barra del Sorocabana cuenta Nicanor, con sus ojos pálidos y ausentes fijos en un terrón de azúcar, Calucho repiquetea entre los pocillos con sus dedos flacos, huesudos, una melodÃa de jazz. Yo soy el único que puede escucharla, porque los acordes se pierden en el rumor de cucharitas, platos y conversaciones varias. Calucho finalmente me mira y yo arriesgo: "Memories of you". Calucho asiente y yo le aclaro que no conocÃa esa versión. Sin contestarme, bajando las cejas como un triste ciprés, Calucho insiste con su música. "Tea for two", lo interrumpo, pero sigo sin saber quién puede interpretarla de esa manera. Y entonces él arremete con un tercer tema y, sin esperar que me rinda, me informa recuerda Nicanor que es "Monk's Mood", de Thelonious Monk y me extiende, triunfal, un disco. Gracias a Calucho, en una de nuestras tardecitas en el Sorocabana, conocà a Monk. Nunca le pregunté si era de sus pianistas preferidos (sospecho que no), pero sà creo que sabÃa que Calucho sabÃa, y por eso me regalaba ese disco, aclara Nicanor que Monk era un músico único y genial.
Ahora vuelve a quedarse en silencio y termina su té, que supongo estará algo tibio. Pero bueno se disculpa, no quiero aburrirlo con tantos recuerdos. Sà voy a terminar la historia que vine a contarle. Hacia el amanecer retoma Nicanor Calucho me acompañaba al encuentro con otros fantasmas. ¿Cuántos amigos me quedan para refugiarme en un bar que ya no existe y escuchar el particular sonido gastado de un piano que tampoco existe? El sábado, cuando a usted le publiquen su contratapa, Calucho cumplirÃa setenta y un años. Yo lo recordaré escuchando un disco de Hank Jones susurra Nicanor. Algunas caras (que amo) y otras (que detesto) se pondrán entonces a la altura de la memoria.
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