Uno: Y no hay. Busco en los calendarios. Puro Santo. ¿Y beato de esto? Nada. Te reÃs. En todo caso, deberÃa ser el santo que protege contra las vÃctimas de la impunidad. Tampoco hay nada. Me decÃs que se deben encomendar a Santa Rita, patrona de lo imposible. Y tu vieja no se rÃe. La pobre Rita, dice ella con trato directo, es evidente, se ve que puede omitir el grado y tÃtulo, sabe de crÃmenes y de impunidad. No me interesa, me dijiste. A ella tampoco que a vos no te interese. Te cuenta de la santa. Ella querÃa ser monja, pero por obedecer a sus padres, se casó. Su esposo le causó muchos sufrimientos, pero ella devolvió su crueldad con oración y bondad. Con el tiempo él se convirtió, llegando a ser considerado y temeroso de Dios. Pero Santa Rita tuvo que soportar un gran dolor cuando su esposo fue asesinado. Acá fue el relato con mucho gesto. Santa Rita descubrió después, sigue con los detalles tu madre, que sus dos hijos estaban pensando en vengar el asesinato del padre. Ella temÃa que pusieran sus deseos en efecto de acuerdo con la maliciosa costumbre de la Venganza. Con un amor heroico por sus almas, ella le suplicó a Dios que se los llevara de esta vida antes de permitirlos cometer este gran pecado. No mucho tiempo más tarde ambos murieron después de prepararse para encontrarse con Dios.
Ah que lindo, pensás. Vengar el asesinato impune con la muerte. Eso es de santos. No de mortales comunes. No para mÃ. Aunque la verdad, me suena.
La impunidad es mierda. No es para mÃ.
Dos: Ya lo escribiste. Y no me importa plagiarte. El 15 de marzo de 1995 morÃa Carlos Menem hijo. Y a su lado, el piloto de autos Silvio Oltra. Me acuerdo que sentà que el entonces presidente parecÃa decidido a transitar todos los caminos posibles en la historia polÃtica argentina. Su afán de ser el mejor, el único, no serÃa sólo decir años más tarde que su presidencia era más transformadora que la de Perón. Sentà que hasta en esta tragedia querÃa ser inimitable.
Claro que no ha de haber dolor más desgarrador que la muerte de tu descendencia. Lo imagino. Claro. La simiente nace y muere después de tu siembra. Nunca antes. El dolor desgarrado debe ser más lacerante si no podés velarlo en la quietud de los tuyos, cajón cerrado, abrazos en silencio, olores de familia.
Recuerdo que San Nicolás hervÃa más que el dÃa de la procesión de la Virgen. Qué paradoja, me dijiste. Si es acá en donde la propia madre le dio mensajes a una mujer para decirle que el creador querÃa una iglesia nueva, cómo es que no puede aparecerse ante esa mujer para darle conforte. Es raro. Un rayo, se dice aquÃ, indicó el preciso sitio de la entrada al altar, una mano levantó por la aprobación de la iglesia. ¿Y no puede aparecerse ahora? No digo a resucitar a ese pobre. Porque ya está muerto, siempre lo supimos. Sino para explicarle a esa mujer cuál es el sentido de este dolor. Si es que lo tiene. Me imagino a la mujer que se dice es omnisciente confesándole a esa mujer que no puede pensar en nada, que esa muerte no tiene sentido. Que ni ella lo puede explicar. SerÃa mejor consuelo.
Entonces empezó la apropiación pública de la muerte privada. Primero fue el relato de sus últimos momentos. Es ahora. No. Ya fue. De ninguna manera. Va a ser dentro de poco. Un discurso que sonaba a relato del gol de la victoria, del paso por la bandera a cuadros en el cemento de fórmula uno laudó sobre el fin de esa vida. ¿Se puede morir a las corridas, al ritmo del cuento de los otros? Se pudo. AllÃ, se pudo. Cuando placas rojas, voces ahuecadas, textos alambicados coincidieron, pensaste en la madre. ¿La habrán dejado ser la primera en enterarse de la muerte de su hijo? ¿Habrá podido ella decidir cuándo proferir el grito desde sus entrañas maldiciendo el helicóptero, la desaprensión de su hijo, los cables de luz, la creación misma? ¿O tuvo que someterse a la dictadura de la noticia pública? No creo que haya podido. No lo creÃmos. La vimos pasar a Zulema Yoma ante la mirada de cientos que le robamos la soledad que trae la muerte de un hijo. Yo me acuerdo.
Tres: Pensé en la posta cuatro estilos cuatro por cien. Los noticieros decÃan de muertos, humo, arsenales guardados en los sótanos, convenios internacionales, las naves al Golfo, somos derechos y humanos, la mayor colectividad de judÃos fuera de Israel, el sionismo internacional, los Argentinos tenemos todos los paisajes, todos los climas, todas las razas. Y seguÃan diciendo. La radio, la tele y los diarios analizaban las consecuencias y, algunos, las causas. Yo pensaba en la posta.
La primera vez que la corrimos fue en Mendoza. Mucho más tarde entiendo qué era eso de tener cuidado por las rutas, alojarnos juntos, tener los documentos siempre a mano, no salir. TenÃamos apenas catorce años en 1978. Me parece que alguno se enfermó y el que nadaba mariposa no pudo. No me acuerdo bien. O no viajó, qué se yo. El locutor de campeonato argentino de natación anunció que la posta cuatro estilos del Club Provincia de Rosario estaba integrada por vos, justo arrancabas nadando espalda, Satanovsky, Gerchovsky y Gerchovsky. Y luego el silencio de una décima, la misma que detestás que te separe del que gana una competencia. Por fin, el estallido. Murmullo, risa, sorpresa y chifla de exageración. Un gringo entre tanto paisano. También fue mucho más tarde que entendà eso. Qué significaba ser judÃo, moishe, pito cortado, aba, nagila aba, qué se yo cómo se escribe.
La embajada que vuela por el aire, dicen los noticieros, hace quince años, dicen hoy, sin sentencia que haga justicia con los culpables.
Cuatro: Al menos escandalicemos con lo más mediáticos. Olvidemos a los pobres muertos sin derecho a contar que fueron asesinados, los estafados por bancos integrados con el mal que dijeron basta y no pudieron más, jubilados robados, ahorristas congelados, tantos y tantos congéneres que vieron que la impunidad vivÃa en sus mismas casas. Pensemos en la agenda injusta de lo importante discernida por los dioses de los rayos catódicos multimediáticos. Proyectan el video de GarcÃa Belsunce y falta justo el momento de las balas en el cráneo. Aparece tino y Gargamuza. El semen en el cuerpo de Norita no tiene esperma y se esfumó todo, ya no se puede.
La impunidad no nace como el big bang, de la nada. Deviene de algo. De alguien, algunos, para ser más precisos. Y pasa. DeberÃa haber altar y oración a su santo.
Cinco: Y te vuelvo a citar. Cuanto más se muestra la muerte, más rápido se olvida. Me dijiste. Silencio. Malsana exposición de los detalles del único hecho incontrovertible de tu vida, tu muerte, la exorciza. Aunque no es eso lo que quiero decirte. Pienso. Silencio. Cuando se murió mi viejo, me dijiste, pedà que cerraran su cajón. ¿Qué es ese desfile de patos rumorosos asomándose al abismo de una caja de madera para convencerte a vos, a vos que una estaca está clavada en el medio de tu pecha, a vos quieren convencerte de que, de verdad, ellos sufren? Los miro, te dije, los miro y no los comprendo. Caminan con paso seguro simulando temblor para llegar, los más desfachatados, a apoyar las manos en el borde del féretro y, con un par de dedos cerca de la nariz, decir: pobre, quedó tan flaquita. O, no se puede creer, si ayer mismo lo vi pasar por casa. Te veo fuera de vos. Con ganas de gritarles que no hace falta pispear la muerte ajena para intuir la propia. Te vas a morir, tengo ganas de irrumpir. SÃ, vos. Vieja ridÃcula que apenas lo conocÃas y ahora hurgas hasta en los bolsillos del pobre amortajado. Vas a estirar la pata como éste y no va a haber Cristo que lo impida. Te prometo venir a verte, vieja. SÃ, vos hombre mediocre que buscás una anécdota algo distinta para tener que hablar toda la semana con los compañeros de trabajo. Vos también vas a tener que acostarte en ese cajón de mal gusto, lustrado para que brille en la nada oscura. Pero te detengo. Te digo que la gran Ninà decÃa frente al cadáver: Qué increÃble. Se acostó vivo y se levantó muerto. Asà podés llorar con tranquilidad tu muerte.
Muertes expuestas las de Menem hijo, la AMIA y la Embajada, Sandra Cabrera y Daniela Spárvoli. Y tanta otra muerte, de la vida o de actos de justicia más modestos, que se olvidan. Aniversarios que petrifican. Gestos, palabras, recuerdos fingidos. Cuando más se muestra, más se olvida.
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