Fin de jornada. No alcanzo a pulsar el interruptor de la lámpara de mi cuarto: me pica una presencia entre las sombras.
"Soy su tÃo Abel", se presenta el extraño. Y la masa corpulenta añade: "me escapé del Borda".
Reparo el pasmo inicial, hago "click", luz, y me acerco con la mano extendida. Lo convido a que se siente. No demoro demasiado en refrendarle su fuga. Ha hecho bien en huir: es más, siempre pensé que si me meten en un manicomio, escapo. Paralelamente mido cada gesto suyo, lista a pegar el salto hacia el pasillo.
Tras los vidrios negros de las gafas del desconocido no hay ojos. Y él todo es un espantapájaros de trapo, inerte. "¿Puede dejar abierta la puerta?" pide por fin.
Mala idea en una pensión que no perdona encuentros mixtos entre sus inquilinos solteros.
"¿Dice que no van a creerle que soy pariente carnal? FÃjese usted".
Tras una pausa, avala la cautela de la propietaria de la pensión; al fin y al cabo el pecado de credulidad suele tender trampas imprevisibles.
Pongo a hervir dos huevos y saco la botella de cubana. En la astilla mayor del espejo fosforecen sus lamidas mechas rubias, sus ademanes de exploración: examina una azucarera, sopesa un par de cucharitas, ensaya el crujido del elástico de mi cama.
Me intereso en qué tal la ciudad y en cómo lo ha recibido mi madre. "Hace años que nos hemos distanciado", se lamenta. Entre ellos hubo una rencilla, "sórdida", a causa de cierta herencia, un roñoso tema de dinero.
Se soba el cuello; lo sigue moviendo.
"¿Te sofoca el calentador? ¿le bajo un poco la llama?"
Vuelve con que se ahoga en este cuarto sin ventanas.
Asà que ha logrado fugarse. Puede extenderse con confianza en un relato minucioso de su escapada. Encontrará en mà una interlocutora comprensiva y discreta.
"Vea", dice, "los miércoles dejan una puerta abierta para que algunos se rajen. Un método si se quiere censurable para aligerar el trabajo".
Como proceso de liberación me resulta pobre. ¿Y la épica?
"Lo lamento; fue asÃ, nomás. Dejan una puerta lateral entornada. El rumor se propaga".
Tironeo la mesita hasta el borde de la cama y nos sentamos a cenar.
Le da vueltas al vaso. "Será que estoy acostumbrado a aquello. Y allá tengo mujer" agrega sin que se le pidan explicaciones. Aparta las cáscaras del huevo y tantea un sorbo de cubana; enseguida se traga el resto de la bebida de un solo golpe, como un sapo.
"Y usted, al final ¿se recibió de doctora?"
Asiento. Y mi tÃo acota: "pobre".
Ya es bastante tarde y él se clava como raÃz: "Acépteme como huésped", requiere. Yo no ronco
¿En este cuarto? ¿Donde apenas caben mis huesos? Tampoco puedo echarlo asà como asà a la intemperie. Pero se imponen mÃnimas precauciones. "Apenas tu hermana nos dé semáforo verde, te acomodás".
"¿Y por qué?". Se extraña ante las cosas más obvias. Qué dudas caben; él ya se presentó.
"Se aparece un desconocido que se confiesa tÃo y loco. Una situación a tomar con pinzas, según veo".
Se levanta y hurga en los pantalones. Con manos firmes me alcanza su documento de identidad: Vea, no miento; soy su tÃo.
Descalifico la prueba: "Como si con eso alcanzara".
Embolsa la libretita en su talego. Conserva un ambiguo aire de estupor; al parecer, del cuarto y la conversación se descuelgan descubrimientos que lo pasman.
"¿Puedo?" señala el último resto de cubana.
Extiendo la mano en cÃrculo, que sÃ, que disponga, y cierro la hoja de la puerta antes de que me siga.
...
Pero mamá no responde mis llamadas. Recién al tercer intento se deja capturar. Y se lo cobra con una acotación afilada:
"Acabo de desocuparme de la marcha de jubilados. O no sabés qué dÃa es hoy"
Como quien vuelve de bruñir el espejo en el que Dios mira su rostro.
"¿De dónde salió que nuestra fauna familiar cuenta con un tÃo en el Borda, mamá?"
"Y para eso me llamás".
"Dispongo de una sola ficha, madre. Al Borda no se va de vacaciones".
"Echalo. Se hizo encerrar en el loquero para salvarse de que lo metieran en la cárcel. Ese impostor".
Se declara ignorante sobre el crimen concreto que lo llevó a asilarse. Incompetente en cuanto a más datos, salvo los que conciernen a detalles fÃsicos de Abel. Alto, corpulento; una mancha que se le posa como mariposa morada en la barbilla. Aunque la comunicación se corta alcanzaron a sonar las trompetas que abren sepulcros. Mamá.
Pero el hombre en mi cuarto es quien dice ser.
Lo encuentro totalmente dormido. Abel ha traÃdo y tendido una hamaca paraguaya; ronca en ella con los lentes negros calados. Por esta noche no habrá expulsión.
...
El amanecer me despierta con temblores; he humedecido las sábanas. Huelen mal. Huelen a diez años atrás cuando me pasó lo que me pasó. Las sábanas húmedas no ocurrÃan desde entonces; las enjuago bajo un chorro de agua limpia y repito: lo es, agua limpia. Agua solamente, potable, corriente. Lo otro pasó. No sucede nada.
...
Me quito el vestido, lo lavo y lo tiendo empapado dentro de la pieza. La humedad corroe las paredes y las sábanas. Si la ropa no se seca, a la mañana tendré que ponérmela mojada. Pero no me queda alternativa. De la galerÃa de la pensión se levantan todo.
...
Cuando la luz me despabila, mi tÃo duerme igual que la noche anterior. Vestido; con sus anteojos calzados.
Frente al trozo de espejo, me descubro entre los pechos una mancha oscura. Son dos violetas prendidas al corpiño. Y yo no me las puse.
...
Monologamos a susurros; acolchando la voz quizá la crueldad de lo real se disuelva en una sémola de nada
"En el Borda me entregaba a una sola representación; frente a mi familia devanaba y devanaba el mismo discurso: soy Abel Requelme".
"¿Y tomabas el teléfono y llamabas a tus hermanas...?"
"Lo de las telefoneadas empezó más tarde, creo. Comunicaciones anónimas; cortaba si atendÃa alguien de la familia; aprovechaba al personal doméstico para averiguar todo lo posible. De ese modo supe de tu nacimiento".
"Te avergonzaba identificarte".
"No. Mis pasiones se habÃan reducido a una sola cuerda: "Soy Abel Requelme". No habÃa ausentes ni culpa, tampoco dolor".
Toda una novelita romántica. Qué del delito por el que se enterró en vida en ese hospicio. Debe tratarse de algo garrafal. A los Requelme no se los asusta agitando sábanas vacÃas.
"¿Y por qué elegiste el manicomio para tu hospedaje?"
"Hubo un diagnóstico médico".
"En la familia se te achaca un delito; tu encierro constituyó el escape".
"Durante mucho tiempo no supe siquiera que atrás habÃa dejado parientes, una casa". Y una persona que no maneja los recuerdos , simplemente no puede andar por las calles: algún agujero puede chuparlo para siempre".
"Buen argumento. Pero ya podés salir del leprosario".
Mi tÃo niega. Afirma que en ese lugar sabe quién es. "Un loco más".
...
"Al fin ¿Y qué busca usted con tanta averiguación?"
En voz blanda me acusa de que lo tomo como bicho experimental.
La charla se interrumpe. Sirvo cubana en los vasos. De repente, incómodos: yo, con ganas de que se vaya.
"La dueña de la pensión me descubrió", Abel gira de dimensión. Y como disculpa: me agarró distraÃdo.
Todas mis recomendaciones han sido vanas.
"Yo le dije a la señora", prosigue, "que era su tÃo loco. Que si no temÃa que pudiera degollarla".
DesconfÃo de esa versión. No se atreverÃa a tanto.
"Es lo que se espera de un tipo del Borda" ratifica.
Pero doña Elina acabó reaccionando bien, riendo y acercándosele.
Y queda en eso. "Acercándoseme"; y un carraspeo.
No le creo una sola palabra de las que no dice. Cómo pensar que doña Elina pasara una tarde Ãntima con un desconocido que se confiesa fuera de sus cabales.
...
Entreveo una morbosa tenida de fornicaciones en este cuarto.
En la oscuridad, siento la inesperada mordida de una fascinación primaria por mi tÃo.
* soniacatela@yahoo.com.ar
Fragmentos de la novela inédita "Pez en la noche", primer premio narrativa SecretarÃa de Cultura de la Nación, 1999.
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