SÃ, me chupa entero, desde la piel, blanquÃsima; no se puede refutar esa piel que recubre a Barb, nácar de doncella; la recuesto desnuda sobre las sábanas limpias, le coloco una corona de rosas en las sienes y me tiro sobre su cuerpo; tomás a la virgen, cada vez, y cada vez penetrás la inocencia, "mi amor, ¿a vos te parece que hagamos eso?" duda, y como insisto en esta incursión carnal o aquélla, la virgen produce el milagro, escurre lágrimas verdaderas, te enjugás con su agua, bendecida, te lavás las partes privadas, lo que se te ocurra. Y ahà viene el problema. Que se te ocurra algo.
Pero, mirá con lo que salÃs ¿por qué va a ser una virgen de cera? Barb: de vera carne, como lo fue aquella MarÃa que ponen en los altares, el sueño del pibe, más la quisieras para vos, sÃ, acusala de asexuada por despecho, o de lo que se te ocurra, frÃgida, andrógino, no tenés idea de la experiencia Barb; tomala por donde desees; no la podés corromper; su piel, inmaculada, un continente de raso blanco que te ilumina. Sólo su jodida obediencia te desafÃa. ¿Hasta dónde te permite llegar? ¿Cuál, el lÃmite que Barb no franquearÃa? ¿Hasta qué honduras la imaginación puede afiebrarse y rebuscar prácticas para dar con la bisagra que la doblegue? ¿Dónde se halla su punto de inflexión? Probás y probás, e inexorablemente te chocás con su sumisión, lo que te exacerba, y continúas. Es tan asÃ. PodrÃa probártelo... se me ocurre... No, mejor no. Ya deliro. No me pidas siquiera que te cuente lo que imaginé.
Barb te pega su piel al contacto. Te colorea como los chicos adoptivos que se van blanqueando cuando los recogen padres más claros; porque vos y yo podrÃamos..., esta noche..., no, claro que no. Me vuelve loco que sea posible obligarla a todo, que pueda comprarla, venderla y ella pase intacta, virgen, inmaculada, después de caminar sobre el fuego, "ay, querido, ¿no te das cuenta de que esto que querés, degrada?" y lagrimea; venite a la noche, armamos como un montaje de teatro, traés cincuenta pesos, la mandamos a la cama a que lo haga con vos y le das la plata, qué digo, dejémoslo en fantasÃa ¿no? A que me mira con esos ojos de ultraje y me absuelve por mi condición humana, como suele consolarme cuando nos humillamos. "¿Humillamos?", Barb asume la recÃproca pero en realidad el daño, unilateral, fluye de mÃ; esta noche la hago vestir con unos encajes Ãntimos, que fume en boquilla y todo esa puesta en escena, y vas a ver que ella sale de la tenida con vos, virtuosa, como irradiando una aureola de indulto, puede que yo esté loco, venite a las nueve, hagámoslo, animate, bueno que sea a las diez si no podés a las nueve. No, no la educaron los curas ni las monjas, pero hagamos una apuesta, si le sacás una puteada, una cachetada, un portazo, te pago una cena en La Bodeguita, con menú y vino a tu elección, y vos sabés cuánto me cuesta afrontar algo asà dados los fondos de que dispongo. ¿Qué quiero probar? esta noche traele unos encajes de ésos de marca, corpiños, corsets, bombachas victoria secret, ella distingue las falsificaciones como con un radar y aunque se calla y las agradece, después no se las pone nunca, venite con algún zapato, unas botas de tacos altos que vio en el shopping y para las que no me da el cuero, son marrones lady stork, valen cerca de doscientos, esta noche vas a entender de qué se trata, blanca, de piernas larguÃsimas, virgen, que ¿qué quiero probar? la voy a perder, viejo, no puedo darle lo que busca, este tren miserable de vida no alcanza su tono, ella es para otra estética, hasta barbaridades hago para que me aguante un dÃa más, y aunque no se queje de nada, no sé cuánto me va a durar, con lo que me gusta a mÃ, mi Barbie, blanca, blanquÃsima, renaciendo, venus de Boticcelli dentro de una valva, coronada por la espuma, alta, intocable aunque la compres o la vendas, Barbie. Mi Barbie. Como me gusta a mÃ.
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