hola, nicanor. le contesto como usted también prefiere, con las mismas minúsculas de su última carta. gracias por los textos; creo que la escritura fragmentaria lo favorece, que sus digresiones se sienten más a gusto, más libres, que sus paréntesis respiran con plácido alivio y el conjunto se acerca bastante a una improvisación de jazz. pero no lo tome muy en serio: usted bien sabe que siempre opino como un profano interesado. le diré además que a su ayudante o cronista o amigo o investigador (¿se llama en realidad Wingren? ¿el tÃtulo de mister corresponde a una ascendencia británica o es simplemente una ironÃa?) su nuevo estilo también le conviene porque no necesita ser tan riguroso; apenas tiene que transcribir sus palabras como si fueran un solo de piano, o de guitarra. el otoño sigue trayendo muertes, impávido y cruel. como usted, añoro los detalles, las mÃnimas delicias que hacÃan de estos meses mis preferidos. me resisto a creer que el otoño será un recuerdo más, que se agregará en silencio a la lista de nostalgias que vuelvo a revisar una y otra vez. espero verlo pronto, aunque por la cantidad de páginas que me envió imagino que estará ausente por un tiempo. déle mis saludos a Wingren (¿es un detective a la inglesa, pulcro, racional, infalible? ¿o se trata de un alborotado irlandés, borracho y pendenciero? ¿existe algún detectives irlandés?); quizás podamos encontrarnos los tres una medianoche cualquiera en uno de los tantos bares que nosotros conocemos. un abrazo. gary.
El microscopio y la pulga, la pulga y el microscopio. "Ignoro, me dice don Nicanor entre comillas, lo de entre comillas por el párrafo no por don Nicanor, estoy en ayunas y no sé bien si esto de las pulgas, bichito tan estimado por mÃ, tanto como estimo los piojos, tan cariñosos ellos y tan incomprendidos, combatidos hasta con kerosene, qué bestias los seres humanos en general, con la excepción de Julia Roberts y el microscopio, que los amo, sobre todo porque conservo uno pequeño dentro de una caja de madera que tiene varios artilugios para que pueda abrirse, que data del tiempo de la prima de mi abuela, doña Ñaupa, que pertenecÃa a mi tÃo Jorge y me regaló la tÃa Dorita. Le decÃa siguen las comillas que no sé si esto se escribió o se publicó, pero me sigue obsesionando esa certeza: el tamaño de la pulga no es modificado por el microscopio y tampoco la aproxima o la aleja el observarla con binoculares. La identidad de la pulga consiste en ser lo que es, un insecto afanÃptero, áptero en su forma más común, parásito del hombre a quien le chupa la sangre (igual que muchos hombres hacen a muchÃsimos más hombres) y su tamaño, el de la pulga, va de uno a tres milÃmetros. La pulga tampoco es agrandada por la lupa, pero si se la mira con una de ellas se le ve la sonrisa. Usted me preguntará si esto tiene algún interés para la historia. Rápidamente le respondo que sÃ. Ha habido casos en los que el crimen era cometido por cobras enloquecidas, otros por abejas (predilección por la miel), también por escarabajos egipcios, por esas "arañitas" llamadas viudas negras y en algún caso, pero se trataba de una historia de ciencia ficción, por cucarachas. En realidad, lo que quiero decirle es que las formas de matar, o de hacer desaparecer o enloquecer a un hombre, son múltiples. Piense en eso, mister Wingren, y a partir de allà reanude la investigación".
Memorias de Jules Renard. Soy un lector de añares de los diarios de Jules Renard, de los cuales nunca pude conseguir una edición integral. En los diarios de Andre Gide, de Leautaud, de Renard, uno puede demorarse en un apunte, que acaso fue hecho al pasar, y sentir cómo de esas palabras van surgiendo diferentes consideraciones. DeberÃa agregar El oficio de vivir, de Cesare Pavese, y ese diario que no tiene la forma de un diario y que es un libro único, La tumba sin sosiego, de Cyril Connolly. ¿Unico? SÃ, al menos para mÃ. Hay libros que pueden ser más perfectos: novelas, poemas, ensayos. Pero La tumba sin sosiego tiene algo similar a lo que tienen otras pocas obras: los Ensayos de Montaigne, los de Bacon, los relatos y algunos poemas de Borges, el Libro del desasosiego de Fernando Pessoa. Creo que son como otra historia de la literatura, algo paralelo a esa historia, y quienes lo descubren saben algo que los mismos eruditos ignoran (tal vez ellos como nadie ignoran esas cosas). Me dice don Nicanor que hay varias historias paralelas de la literatura, de las creaciones poéticas del ser humano. Son múltiples y diversas y debemos aceptarlas aunque nos parezcan absurdas o algo por el estilo.
Max Aub, en CrÃmenes ejemplares: "Soy peluquero. Es cosa que le sucede a cualquiera. Hasta me atrevo a decir que soy buen peluquero. Cada uno tiene sus manÃas. A mà me molestan los granos. Sucedió asÃ: me puse a afeitar tranquilamente, enjaboné con destreza, afilé mi navaja en el asentador, la suavicé en la palma de mi mano. Yo soy buen barbero. Nunca he desollado a nadie. Además, aquel hombre no tenÃa la barba muy cerrada. Pero tenÃa granos. Reconozco que aquellos barritos no tenÃan nada en particular. Pero a mà me molestan, me ponen nervioso, me revuelven la sangre. Me llevé el primero por delante, sin mayor daño. El segundo sangró por la base. No sé qué me sucedió entonces, pero creo que fue una cosa natural, agrandé la herida y luego, sin poder remediarlo, de un tajo, le cercené la cabeza".
Recuerdos inmediatos para hombres de cierta edad. Creo que en Rosario ya no hay peluquerÃas en donde se afeite con navaja y con peluqueros que eran todos unos personajes. Recuerdo, me dice don Nicanor, que yo siempre iba a la peluquerÃa a cortarme la barba y pensaba en esa navaja que pasaba cerca de mi cuello, que la distancia entre una afeitada a fondo y una decapitación no es muy grande. Tuve peluqueros que eran dignos de alguna historia. Dos por su edad: uno tenÃa ochenta y un años; el otro, que cortaba en un sanatorio, más de ochenta y tres. Un tercero cantaba óperas o recitaba poemas mientras afeitaba. Uno antes entraba a la peluquerÃa, primero se lustraba los zapatos, luego pasaba al salón y entonces el corte de pelo y la barba y ese olor de las peluquerÃas que ponÃa un poco demasiado triste a Neruda.
Otro recuerdo, pero en este caso de una pelÃcula de la serie negra, Sin conciencia (1950), de Bretaigne Windust. En inglés se llamaba The enforcer. Trabajaban Humphrey Bogart, Everett Sloane, Ted de Corsia, Jeff Corey. Para los amantes del género es un film inolvidable. Creo, posiblemente me equivoque, que el cine negro no existe más. Windust murió joven, a los cincuenta y dos años. Si hizo otros films (que los hizo, no muchos) no se los tiene muy en cuenta. De Renard a Windust, un tanto arbitrario. Asà me hicieron vivir, confiesa don Nicanor. Algo siniestro, ¿no le parece?
Tiros en la cabeza. En una semana, no en más tiempo, en una semana de aquellos dÃas tenebrosos a pleno sol, tres veces recibà el mismo mensaje de gente que aparentemente estaba de mi lado. Los tres fueron parecidos, por no decir idénticos. Don Nicanor se queda callado, piensa, se le nota algo en la cara que muestra rabia, una memoria imposible de borrar, la necesidad de decÃrmelo. Nosotros sabemos bien, me dijeron, dice por fin don Nicanor, quién te anda molestando y te lo vamos a decir. Y me lo dijeron. Pero si mañana decÃs algo, agregaron, aparecés con un tiro en la cabeza. Si era verdad que sabÃan quiénes eran los tipos que me molestaban y más que eso, termina don Nicanor, lo ignoro y lo dudo. Pero de lo que no tengo duda alguna es de lo del tiro en la cabeza. TodavÃa tengo miedo.
Otra vez Max Aub. De CrÃmenes ejemplares: "No se culpe a nadie de mi muerte. Me suicido porque, de no hacerlo, seguramente con el tiempo te olvidarÃa". ¿Pero es cierto que con el paso del tiempo se olvidarán las cosas? No estoy muy seguro de que eso ocurra. Por otra parte, no quiero olvidar. Recuerdo lo que me alegra y lo que me pone triste. Suicidándome olvido todo y eso no es lo que deseo en absoluto. Pero el otro dÃa una mujer se me acercó en la calle. ¿Te acordás de mÃ? ¿Te acordás de los cigarrillos negros y fuertes, del jamón crudo, de esa pelÃcula que vimos en el Urquiza? Se me notó en la cara, no me acordaba de nada. Ella se fue llorando. ¿Qué hacer? No lo supe. Sà me enteré de que se habÃa muerto. Alguien me avisó. Pero ya no me acuerdo de cuándo ocurrió. Ya no sé si invento todo.
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