De reproches, de crÃticas, de ideas...
En el mundo antiguo, las inundaciones del Nilo, por ejemplo servÃan para fertilizar la lonja de tierra cercana a la costa del rÃo y gracias a ella y a sus efectos benéficos y nutrientes del suelo, fue posible mantener en el tiempo esa civilización. Digamos... unos tres mil años, aunque como es obvio, durante mucho tiempo más, el control sobre las crecidas del Nilo hizo posible la vida en esa estrecha franja de humedad flanqueada por dos desiertos.
Las inundaciones que en la actualidad están padeciendo diversas regiones de nuestro paÃs, (Santa Fe acaba de escribir su último capÃtulo) pero también Salta, Entre RÃos, Chaco y antes alguna otra provincia, no surten el mismo efecto que aquellas sagradas crecidas fertilizantes del Africa antigua.
El desborde de nuestros cauces de agua, deja más miseria donde ya la habÃa, tristeza, daños económicos en aquellas regiones de cultivos y sobre todo: odio y resentimiento en la población que considera que hay algo que no se ha hecho en la tarea de controlar el agua, por lo menos la que surge de los rÃos y las napas. La que viene de arriba, tiene otras causales, vinculadas a la polÃtica ambiental, pero que no serán analizadas en esta reseña.
Cuando se piensa el "problema del agua" en una mirada de largo plazo, se piensa siempre en una perspectiva hacia adelante ¿qué pasará con el agua en el siglo XXI o XXII? ¿habrá suficiente para todos? ¿es un derecho? Hoy proponemos una mirada a largo plazo... pero que sea esta vez, en forma retrospectiva, es decir hacia atrás, hacia nuestro pasado y los orÃgenes de nuestra relación con el agua.
Agua vieja. Nuestra región ofreció desde un primer momento un marco fértil para el asentamiento humano, fundamentalmente por la abundancia de agua. No debemos pensar solamente en el rÃo, sino también en los innumerables cauces de aguas, arroyos y lagunas sÃ, en plural que existÃan en esta zona. Aquellos primeros habitantes no cultivaban, pero la mencionada abundancia de agua garantizaba la presencia de animales para la caza que abrevaban aquÃ, además de la abundante pesca que ofrecÃan los mencionados cauces. Por otro lado, el agua también ofrecÃa los materiales para la construcción de enseres domésticos y precaria infraestructura: juncos, mimbres y cañas por un lado, cerámica por otro.
La historia "cristiana" de nuestra porción del rÃo podrÃa decirse que comienza hacia 1520, en el momento en que Juan DÃaz de SolÃs pasó frente a nuestras costas (Ãimaginense desiertas!) ante la mirada de los habitantes originarios, gente que no comerciaba, que no buscaba la "tierra del oro" ni pueblos para conquistar. Y allà mismo también, nace el rÃo entendido de otra forma, como "vÃa navegable" que es lo que era para los aquellos visitantes en carabela. Junto con estos militares y aventureros españoles venÃan los clérigos, especialmente los jesuitas, quienes en fecha tan temprana como 1640 ya hacen figurar a nuestros arroyos en sus mapas: allà figuran en el mapa de Blaeu el Saladillo, el "Carcarañal" e inclusive el Ludueña.
En estos momentos, nuestra región se encontraba absolutamente despoblada y los cauces de agua comienzan a servir... para delimitar posesiones. De esa forma ya comienza a perfilarse la jurisdicción del "Pago de los Arroyos" y se va delimitando desde el Arroyo del Medio hasta el Carcarañá como lÃmites sur y norte, respectivamente. El Paraná al este y el infinito hacia el oeste. Luego las jurisdicciones internas a este gran "pago", también van a tener como referencias a los cauces de agua: Pavón, Salinas (nombre anterior del Ludueña), Saladillo, etc.
La abundancia de aguas favoreció la dispersión de la población ya que no era un recurso por el cual existiera una competencia entre los pobladores de la zona. Simplemente, si alguien querÃa asentarse por aquÃ, pues se procuraba algún lugar cercano a un arroyo o laguna, asegurándose de esa forma su aprovisionamiento, fundamentalmente para la huerta de subsistencia o la producción para el mercado urbano de Rosario (aunque la región tampoco era mezquina en lluvias).
Durante la primera mitad del siglo XIX, la principal aparición de nuestro rÃo en la historia va a ser en las páginas polÃticas. Además de los eternos cruces (entrerrianos y correntinos para "acá", santafesinos y porteños para "allá"), el Paraná fue el eje del clásico debate sobre si debÃa permitirse su navegación a los buques extranjeros o no. QuerÃan abrirlo aquellos para quienes el progreso venÃa en las bodegas de los barcos en forma de mercaderÃas europeas; una visión idÃlica (luego se supo: ingenua) del libre comercio suponÃa que el rÃo seria la vÃa de salida de las producciones regionales hacia el mercado mundial, contribuyendo al progreso de las provincias litoraleñas.
Hacia 1860, comienza un ciclo de expansión cerealera que ubicarÃa al paÃs como productor lÃder de granos en el mundo hacia 1910. En nuestra provincia, la inmigración y las colonias le dieron el perfil agrÃcola que hoy persiste (aunque con caracterÃsticas muy distintas).
Esto provocarÃa el crecimiento de la ciudad de Rosario y fundamentalmente darÃa fuerza a la idea de construir un puerto en ella. De hecho, Rosario aprovecharÃa dos coyunturas "exteriores" para crecer como referencia portuaria. Para la Confederación, (18531860), Rosario serÃa su principal puerto, mientras que entre 18651870 el aprovisionamiento del Ejército que combatÃa en Paraguay se hacÃa fundamentalmente desde aquÃ.
Agua nueva. Con el Puerto de Rosario, comienza una nueva etapa en la relación entre los hombres y el RÃo. Porque surge una utilización del agua como recurso, tal como no se la habÃa concebido hasta entonces: la idea moderna del cauce de agua como capital, como materia prima, como una de las fuerzas naturales a ser mensurada, evaluada, y luego dominada, para finalmente, poder ser comercializada. El puerto se pensó como un negocio en sà mismo, que además potenciarÃa otros negocios los cerealeros, los transportistas, etc . El crecimiento portuario de Rosario promoverá además, el de su población. Esto originarÃa el surgimiento de las empresas de Aguas corrientes, que se encargarÃan de la provisión de agua, de las cloacas, de los desagues, etc. que reforzarÃan la concepción del agua como mercancÃa y la utilización de los cauces de agua como vertederos para las nacientes industrias locales, lo que constituye una muestra más de una subordinación del agua en función de la maximización de las ganancias: los desechos que se arrojan a un arroyo sin procesar, representan un ahorro que repercute directamente sobre la ganancia, una práctica que sabemos que comenzó en 1900 y que aún no sabemos cuándo terminará.
Siempre, agua. Muchos santafesinos interpretan las recientes inundaciones como una "venganza" del agua sobre los humanos ante tantas agresiones de la cual es vÃctima. Nosotros no nos ubicamos en esa visión "animista". Lo que intentamos hacer, es señalar que la relación del hombre con los cauces de agua (para ir más allá del agua de la canilla o de la ducha) es permanente, duradera e insoslayable, sobre todo en una región como esta que le debe su asentamiento, poblaciones, puertos, prosperidad, etc. a su cercanÃa con el agua. Creo que historiar esta relación y dialogar sobre ello, puede ser un paso importante en la creación de una conciencia ambiental, que piense a los hombres y mujeres, Ãinclusive a los de las ciudades!, como integrantes de un entorno natural con el que interactuamos desde hace siglos. Las formas de esa interacción van cambiando con la sociedad; conocer esos cambios, nos puede ayudar a comprender cuáles son los costos que una sociedad debe pagar cuando en haras de un proyecto que promete bonanza económica, se atenta contra la posibilidad misma de desarrollarse en forma humanamente sustentable.
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