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Domingo, 3 de junio de 2007
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Quevedo, el culo y el caño

Por Luis Novaresio
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Uno: Elogio de la lujuria, me da de titularlo. Si Erasmo pudo con la locura o, mejor, con la estulticia, que no es lo mismo, por qué yo no puedo con la lujuria, me dijiste. Silencio. Y volviste a preguntar. Por qué no. Poder se puede, empecé a atajarte y a atajarme, sabiendo que la menor concesión alentaría al extremo tu odio a lo que pasa. Y empezaría, claro, con la definición. Elogio del vicio consistente en el uso ilícito o en el apetito desordenado de los deleites carnales. Demasiado formal pero necesario. Un prólogo de lenguaje da consistencia a lo que se va a decir. Vicio por el apetito desenfrenado. Carnal. Casi como Quevedo. ¿Vos lo estudiaste en la secundaria? Ahora sí. Silencio definitivo. Yo tuve un profe de literatura en la secundaria que hizo que amáramos la novela, el cuento, la poesía enamorándonos con todo el cuerpo de ellos. Entender el amor desgarrado de los setenta balcones y la poca flor pensando en quien no te daba bola ni en el recreo largo, sabiendo que todo hombre, vos mismo, hace honor a la testosterona llevándosela a ella al río creyendo que era mozuela pero tenía marido. La pasión del maestro hizo que entendiéramos que hay tanto poeta que supo exorcizar antes de nosotros el dolor de amor y que, leerlos, saberlos, empieza a curar. Porque eso es la literatura, decía Juan, el maestro de letras. Saber que hay alguien más que ama, detesta o se ríe. Pero lo sabe decir mejor que uno. Hasta que un día, y me miraba a mí, te animes a escribir para ser parte de esos amigos que son los escritores. Y un día, ese día, después de descubrir que nosotros habíamos comprado de contrabando una revista Libre con Dalma Millevos mostrando el traste (¡eso era trasgresión y no el caño de don Marcelo!), sabiendo que tal acto era el pasaporte a la media amonestación que haría rebasar las veinticuatro y media que ya teníamos desde el comienzo del año, preguntó: adoradores de traseros tenemos en la clase. Risas. Mirada adusta y silencio. El trasero, cola, apoyavida, el culo, bah. Risotadas. Mirada más pesada. Esto es algo serio, confirmó en palabras. Merecería letras de algún buen autor. ¿Alguien se anima a escribir un poema o una oda al traste de Dalma Millevos? Alguien se rió. El tomó la lista de calificaciones advirtiendo que el caso no se resolvería fácilmente. Como nadie contestó nos ordenó a vos y a mí, yo me acuerdo como si fuera hoy, que estudiáramos de memoria la Oda del Gran Quevedo a esa parte de la anatomía y que aprendiéramos quién había sido este madrileño que en el 1600 conmovió tanto como al propio Borges que lo reputó único. Para repetirlo, en voz alta, ante todos. Y tienen dos días. Lo aprendimos. Quevedo hablando del culo. Del de la Millevos y de cualquiera.

Dos: Por estos días la Nación se debate a sí misma. Tuve ganas de escribirlo. Ya está. Porque nunca podría hacerlo sin sentir un cargo de conciencia fenomenal. ¿Quién es el que tiene el debatómetro nacional para saber que esta patria habla de lo que sea? ¿Cómo se sabe que en Tilcara y en Huinca Renancó la Nación se expresa en un tópico de debate? Sin embargo, nadie se queja. La fuerza centrífuga de los medios de comunicación masivos que imponen una agenda cerrada que se fagocita todo el tiempo quemando como único combustible dos o tres cuestiones que rinden a la hora de la venta de publicidad o de ejemplares, decidió esta semana que el tema a discutir es el baile del caño de Marcelo Tinelli. Será que la Nación se debate a sí misma. O será que la Nación está anestesiada de conformismo barato y paupérrimas expresiones de creatividad de los que nos decimos periodistas, comunicadores o habitantes de los mass media.

Es cierto que la tele impuso la discusión central sobre las chicas y chicos danzando alrededor del caño. Pero fue el propio estado el que reaccionó en menos de veinticuatro horas haciendo saber que el gobierno rechazaba la cosa. El COMFER sancionó al dueño del circo danzante y a todos los que reprodujeras las imágenes de Nazarena Velez sacándole viruta al caño. Y todos a debatir. Todos.

Fue la misma semana en la que se confirmó que en el norte argentino la mitad, uno de cada dos, de los menores de 14 años es pobre y no se alimenta ni en lo básico. Fue también cuando los indígenas chaqueños denunciaron, otra vez, genocidio étnico. Ocurrió cuando las escuelas de la provincia de la cuenca sojera y lechera no tienen gas o corren el riesgo de quedarse sin edificio. Coincidió con alguna campaña de algún político que prometió lo que no va a cumplir y con más agresiones mezquinas entre los inquilinos del poder que desprecian a sus representados. Y, parece, que la Nación no tuvo ganas de debatir nada de esto. El caño es el caño.

Tres: "Su tacto es blando, tiene un sólo Ojo, por lo cual algunos le han querido llamar tuerto; (...) Bien mirado, es más de ver que los Ojos de la cara; que aunque no es tan claro, tiene mejor hechura. Si no, miren los de la cara sin una labor, tan llanos, que no tienen primor alguno como el Ojo del Culo, de pliegues lleno, y de molduras, repulgos, dobladillo, y con una ceja, que puede ser cola de algún matalote; y así como cosa tan necesaria, preciosa y hermosa, le traemos tan guardado, y en lo más seguro del cuerpo, pringado entre dos murallas de Nalgas, amortajado en una camisa, envuelto en unos dominguillos, envainado en unos gregüescos, abahado en una capa, y por eso se dice: Bésame donde no me da el Sol" (Francisco de Quevedo. Gracias y desgracias del ojo del culo).

Cuatro: En realidad debería escribir el Elogio de la lubricidad. Más que de la lujuria. Porque abarca más. Ese va a ser mi ensayo. Elogio del que es propenso a un vicio. Particularmente a la lujuria. Libidinoso, lascivo. Porque, en serio, yo lo defiendo. Creo que la necesidad de defender la posibilidad del placer consentido sin límites. Porque es el derecho a defender la diversidad de la naturaleza, la libertad de la creatividad, la exploración de seguir preguntando qué, por qué, dónde sin más cielo que tus ganas. Mi ensayo, me dijiste, es proteger el ser y el estar. Y esto sólo puedo escribirlo en estas lenguas en donde ser no es lo mismo que estar. Que lo ingleses lo traduzcan como puedan. Ser esto, lo que fuera. Estar con ello, como sea. Mi ensayo, ya delirabas, cuenta con un solo pedido. El consentimiento para ese ser y para ese estar. Si se es solo para propender a ese vicio, que sea con discernimiento. Si es acompañado, con discernimiento y consentimiento expreso. Y si es sólo para estar, para ver, para presencia, con discernimiento, consentimiento expreso y advertencia previa.

El arte no tiene límites. Ninguno. Pero ni los girasoles de Van Gogh, mi éxtasis personal, me dijiste, ni eso sirven si mi mirada no es expresa, decidida y consentida. Imagino a quien odie al flamenco y se lo obligue todo el tiempo a ver ese amarillo y ese cielo todo el tiempo. La tortura, lo grosero, el mal.

Bailar en el caño, también es arte. No pienso escribirlo en el ensayo, pero lo es. El único problema es que ese arte no haya sido consentido expresamente para estar en todas las mesas argentinas, las de la Nación, y eso, sin más, lo transforma en desubicado. Ni ser aprobado ni estar aceptado. Desubicado. Y, perdón, grosero. Pero eso es ya una opinión.

Triste destino que el caño pueda más que el hambre injusto. Que es. Y que está. Hoy mismo

Cinco: De Quevedo y de mi profe que nos enseñó la literatura del traste de Dalma Millevos aprendí además la picaresca de El Buscón, la poesía del poderoso caballero, don dinero, su cerrar podrá mis ojos, la postrera. De un trasero, aprendí las letras españolas sublimes.

De Nazarena, del caño y de Tinelli todavía no me doy cuenta. Si hubiera sido en privado, los hubiera elogiado. Pero no. Que la Nación y nosotros sigamos debatiendo.

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